Mona Sahlin, viceprimera ministra sueca, tuvo que dimir de su cargo en 1995 por el llamado Affaire Toblerone, al usar su tarjeta de crédito oficial para algunas compras personales —que reintegró posteriormente—, entre ellas dos tabletas de la marca Toblerone.
El verano pasado, la también ministra sueca de Educación Secundaria y para Adultos, Aida Hadzialic, dimitió por haber dado positivo —la tasa mínima—, en un control de alcoholemia.
Annette Schavan, ministra de Educación en Alemania, tuvo que dimitir en 2013 por descubrirse en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Düsseldorf que había plagiado su tesis doctoral. Una fea costumbre que parece ser tienen los ministrables germanos como también probó Karl-Theodor zu Guttenberg, ministro alemán de defensa en 2011, que tuvo que dimitir durante el ejercicio de su cargo por el mismo motivo.
En 2012 el ministro británico Chris Huhne, tuvo que dimitir al denunciar su esposa, durante el proceso de divorcio, que en 2003, cuando éste era eurodiputado, le atribuyó a ella misma una multa de tráfico para evitarse cualquier tipo de problema.
En todos estos casos la opinión pública no solo exigió la dimisión de sus protagonistas si no que valoró de buen grado la misma, tanto como que algunos años después la propia Sahlin llegó a consagrarse líder del partido socialdemócrata sueco.
Es obvio que las consecuencias de estos actos al compararlos con los de más de 3000 personas, entre políticos y empresarios, que hay ahora mismo en España inmersas en diferentes fases del procedimiento judicial por casos de corrupción, resultan cuanto menos chocantes dada la desproporcionalidad existente para sus encausados según sean en estos países o el nuestro. De ahí que en el último informe de Transparencia Internacional del pasado mes de Enero, España registre su peor nota histórica en cuanto a la percepción de la corrupción por parte de la opinión pública.
Sin embargo, a pesar de tener esa percepción de la causa política, resulta paradójico que mientras en cualquier otra democracia avanzada el actual partido de gobierno salpicado por innumerables casos de corrupción en sus instancias más altas, de no haber desaparecido, habría pasado a tener una presencia casi residual en la vida pública o su tradicional adversario tendría que haber sido sacudido del mismo modo en la comunidad andaluza a causa de la extraordinaria extorsión efectuada de sus fondos públicos, muy por el contrario, el primero sigue manteniendo la jefatura del gobierno de España y con cierto margen de holgura, mientras que el segundo se mantiene también firme en su feudo del sur de la península.
El mismísimo Richard Nixon perdió su condición de inquilino de la Casa Blanca por unas escuchas al partido rival, lo que sería considerado en estos lares poco más que un «quítame allá esas pajas» por nuestros ilustres próceres. Y si eso no fuera suficiente, en España, incluso se da la paradoja de que quienes se interponen en su camino acaban siendo aún más defenestrados. Es el caso reciente de algunos magistrados y fiscales o algunos años atrás del Movimiento 15M que, si bien durante sus dos primeros días de acampada en la Puerta del Sol era apreciado por los medios conservadores al creerlo solo un ejercicio de protesta contra el, por aquel entonces, presidente Zapatero, cuando descubrieron que de lo que se trataba era de sacarle los colores al sistema fueron acribillados por estos. Lo que caló de manera inmediata en buena parte de la ciudadanía.
O como ocurriera, retrocediendo más en el tiempo, con el famoso «NO a la guerra». Según el gobierno de José Mª. Aznar de aquellos entonces el 92% de la población española estaba en contra de la invasión de Irak. Sin embargo, en ese mismo contexto y desde entonces, los representantes del cine español son importunados constantemente por muchos ciudadanos y de qué manera en las redes sociales, por haberse hecho eco en la Gala de los Goya de aquel año de ese sentimiento popular.
¿Por qué ocurre esto en España? ¿Será España tan diferente de sus vecinos europeos, como insistiera Manuel Fraga en sus campañas en pos del turismo de la década de los 60? Francamente, no creo que los ciudadanos españoles sean distintos a los otros de manera tan intrínseca. Lo que sí es cierto que en España, al contrario que sus vecinos de allende de los Pirineos, se dan dos hechos tanto políticos como históricos que no han acontecido del mismo modo en otros países desde el fin de la 2ª. Guerra Mundial. Por una parte una dictadura de carácter militar sostenida en buena parte durante casi cuatro décadas por un extraordinario aparato propagandístico y un férreo control en la información y la cultura a través de la censura y una exclusiva interpretación de los hechos históricos. Y de otra que la Transición democrática, tras la muerte del general Franco, no pudo poner a los cómplices de la dictadura en su debido sitio ante las continuas amenazas golpistas del ejército, lo que ayudó a que la oligarquía preponderante siguiera manteniendo su estatus y que los primeros gobiernos de Felipe González, tras los de la citada Transición de Adolfo Suarez, no supieron, quisieron o pudieron cortar de raíz un vicio tan inherente de los regímenes autocráticos como es la corrupción política. Y desde entonces hasta hoy.
Si a esto añadimos la inoperancia de las autoridades al respecto, la falta de leyes contundentes, y una cultura residual heredada del régimen anterior, por cuanto la aceptación natural del hecho en el contexto de lo que todavía debemos considerar una democracia joven, podemos concluir que tales desmanes causen más sorpresa más allá de nuestras fronteras de lo que lo hacen de puertas adentro.
A partir de aquí, en un país como España donde se dan tales circunstancias, aún resulta más fácil que persevere con fuerza un modelo político, social y económico fácilmente reconocible como neoliberal y conservador a pesar de las secuelas que ha traído para el conjunto de la sociedad tras más de 20 años de vigencia. De ahí que, a pesar de que los datos sean harto elocuentes en cuanto a las disparatadas cifras del desempleo, la devaluación salarial, la intolerable depreciación de la calidad del trabajo, el extraordinario incremento de las desigualdades, los recortes sociales, e incluso el continuo menoscabo del poder adquisitivo de los pensionistas y la incertidumbre sobre el futuro de estos —por cierto, curiosamente, donde encuentran los partidos conservadores su mayor nicho de votantes—, se hace muy cuesta arriba para un buen número de ciudadanos que sus críticas al sistema vayan más allá de la barra del bar y menos aún se vean reflejada en las urnas.
Afortunadamente y de ahí la saña desatada contra el mismo desde la plutocracia dominante, el citado Movimiento 15M ha propiciado un órdago al sistema que aún está por ver si será capaz de revertir ese camino peligroso que cada vez está acercando a la sociedad a ese futuro aterrador que presagiaba George Orwell en su novela 1984, de la que hablábamos en nuestro último artículo o a ese otro no menos perturbador del Mundo Feliz de Aldous Huxley.