Si algo me tiene sorprendido no es la buena o mala recepción de esta película sino una cierta indiferencia o incluso diría que desgana alrededor de ella. Ha llegado a un punto en que ya no nos hace ilusión la llegada de una nueva película de Martin Scorsese, a veces de Clint Eastwood y casi nunca de Woody Allen. Tiro la primera piedra, de mi adorado genio de las gafas de pasta y la música jazz de Manhattan de cada dos películas de las que hace actualmente una me parece un bodrio y otra no pasa de aceptable.
No digo que no haya motivo. Scorsese, como todos, habrá pasado sus etapas, sus fluctuaciones y tiene el derecho y el deber de someterse a un veredicto del público y la crítica donde no tiene por qué imponerse el fetichismo al que obliga su nombre.
Pero también es cierto que vivimos una cinefilia fantasma de juguetes rotos. Una enloquecida carrera donde unos ídolos son sustituidos cada cinco minutos por otros ídolos que correrán idéntica suerte. Y serán sustituidos esgrimiendo los motivos, caso de haberlos, de lo más peregrinos, inanes y fatuos.
En ninguna disciplina artística se devora a los tótems a esa velocidad. En ninguna disciplina artística la admiración por unas determinadas figuras se volatiliza de tal forma. Solo sucede con el cine.Y a eso no es ajeno una cinefilia endogámica que empieza, se acaba y da vueltas sobre si misma hasta verse forzada a relevar de forma rauda a sus tallas por haberlas desgastado con excesiva rapidez. Una cinefilia como cuarto oscuro en el que cada vez entra menos aire aunque cada vez haya más comida sobre la mesa, que es deglutida a dos carrillos y a veces hasta sin hambre.
¿Debería haber gustado Silencio?. No, en absoluto. ¿Se le debería haber prestado más atención?. Sin duda así lo creo.
Silencio, como se ha escrito centenares de veces, es un proyecto planeado desde hace unos 30 años. Basado en una exitosa novela de Shushaku Endo de 1966. Un escritor japonés cristiano cuya obra fue llevada por primera vez a la pantalla por Masahiro Shinoda en 1971.
No conozco ni novela ni película japonesa. Algo que parece obvio e incluso habitual en el caso de la novela, no hay tiempo para tanto cine y tanta lectura, pero les escribo durante el fin de semana en que he concluido la lectura de La edad de la inocencia de Edith Wharton, posteriormente filmada por Scorsese, y cada vez me doy cuenta de forma más apabullante de la crucial importancia de los referentes extracinematográficos a la hora de analizar cómo se relaciona una película, con ella misma, con el espectador y con el mundo que la ha visto nacer. Por qué hablar de la historia de la condesa Olenska y Newland Archer en relación a que si Max Ophuls que si no sé quién si existe una obra literaria previa de una inmensa estatura con la que se relaciona.¿Girará todo lo que digamos ahora sobre las obvias referencias estéticas a Mizoguchi y a Kurosawa?. No debería, el provisional desconocimiento de la novela de Endo es una limitación a la hora de afrontar en serio esta película, igual o más grande que el desconocimiento provisional de la película de Shinoda.
Una película que por cierto escribe Jay Cocks, que colaboró con Scorsese tanto en la adaptación de la novela de Wharton, como en Gangs of New York adaptando al escritor Herbert Asbury. Y los imaginas a ambos hablando de novelas neoyorkinas, de la historia de la ciudad, de documentación, al igual que ahora habrán hablado del Japón del siglo XVII, de los jesuitas, de las persecuciones religiosas. Un Scorsese lejos de la imagen omnicinéfila que se proyecta de él y que ya había adaptado, según sus intereses religiosos otras obras como el Kazantzakis de La última tentación de Cristo. Un Scorsese que ve. Que vive. Y que lee.
¿Dónde está su desgana?, ¿dónde está la práctica de un cine desfasado, perdido, inoportuno o improcedente?, ¿qué debería hacer?, ¿otra película de corte policíaco y ritmo sincopado al son de música rock?. Infiltrados sí que es rancia. Qué valor coronar, qué digo coronar, condenar la película más scorsesiana en el sentido más inerte por su inercia con el Oscar al mejor director.
¿Dónde se ha perdido Scorsese y realmente qué ha perdido Scorsese?. Esa mitomanía fetichista que nos afecta a todos de un modo u otro ya sirvió para triturar un film tan estimable como Hugo, al que nunca se le reprocharon sus fallas sino su propia condición de cine que no debería ser, cuando era además un alegato, un film de amor a las imágenes en movimiento y a la literatura que no podía ser más propio de su autor.
Silencio es ciertamente un film largo. Una película de casi tres horas, grutas oscuras, paisajes desnudos, largos diálogos, varias voces narrativas, actores poco conocidos y de música reducida al mínimo (en un trabajo casi cercano a la banda sonora no musical de Los pájaros, una de las pocas veces que un director aclamado apuesta por algo así). Ninguna concesión al cine USA que tenemos hoy en día en las pantallas. Un film difícil de ver y de vender. Una apuesta de riesgo que revela la inquietud y el despierto espíritu creativo de su autor.
Obviamente en su largo recorrido puede resultar un film áspero y aburrido, no más que La muerte de Luis XIV (campanazo crítico de la temporada), pero es que ni si quiera es Silencio una película que navegue en una opresiva densidad conceptual pero sí en una confrontación entre evangelizadores y envangelizados que responden contundemente, algo que no ha gustado en algunos sectores de la Iglesia, que no sea una hagiografía de los jesuitas, incluso siendo un film dedicado a ellos, los cristianos japoneses.
Silencio cuenta algo muy interesante. Adopta una estructura narrativa inmediatamente asimilable a El corazón de las tinieblas, con esa espectral figura del padre Ferreira (Liam Nesson) al final del camino y unos protagonistas que intentan llevar algo que sus anfitriones consideran equivocado y que les conlleva un sinfín de sufrimiento vano, ese silencio de Dios que llenaba las dudas del Cristo de Kazantzakis.
Se le ha criticado su pobreza interpretativa. Cuando se trata de otro autor se dice que son figuras sobre el paisaje. Aquí también lo creo y no me parece necesaria hacer viejas interpretaciones de calidad al uso.
Una rara avis en el cine actual pero o gracias a ello una película totalmente sólida por consecuente y congruente con la trayectoria de su autor. Un film tan ingrato como admirable en su tesón y claridad de ideas. Sin rastro de eso que llaman academicismo, rutina o gran espectáculo de cara a la galería. Pero es que quien os entienda que os compre. Cuando se repiten porque se repiten, cuando se lanzan sin red los mitos ya no merecen ni discusiones fervorosas y apasionadas en las redes sociales sobre el resultado.
A todos los grandes ya les pasó. Ya nos arrepentiremos. Y bueno, en honor a la verdad hay que desdramatizar. Luego no será tarde. Dará un poco igual. Habrán hecho las películas que tenían que hacer igualmente.
¿Martin Scorsese juguete roto?, ¿en serio?.
Ficha técnica