Algunos dicen que la historia se repite. Otros que es “una galleta kármica”. Pero lo cierto es que el mundo vuelve a estar bajo asedio. Bueno, realmente las personas que lo habitan. Justo o no, es una realidad que hasta hace bien poco parecía ficcional y aun hoy, la solución ideal lo sigue siendo. La unidad desde la distancia por el bien común no es un fenómeno que cuente con un antecedente favorable y a lo mejor por la fuerte carga de imposibilidad o desconfianza que se tiene sobre la capacidad del ser humano de velar por el bienestar del prójimo como transitividad al cuidado propio, es que el cine construyó un filme como Contagio.
Son tiempos en que el público y los críticos vuelven a él, por su apego casi fiel a la realidad incierta que se vive. Su director ahora parece un profeta y como si fuera un chiste de humor negro, podría pensarse ahora que guerra avisada no mata soldados, y una vez más, el refrán solo sirve de moraleja – como siempre- y no de consejo.
Sin embargo, ignorando ese pasado no esperanzador y la mala profecía – no la de Nostradamus- de esta película, hay otros materiales audiovisuales que, si bien no abordan una realidad ni remotamente parecida a la de este 2020, las circunstancias condicionan una relectura de estos y permite su revalorización; al menos hasta cierto punto porque hay elementos que ni la nueva situación favorece su asimilación. Este es el caso de Sense8.Es una serie relativamente reciente que aborda la fuerte conexión, al punto de compartir recuerdos, pensamientos, habilidades y proyecciones físicas, que tienen ocho personas aparentemente de una especie algo diferente al homo sapiens, conocida como homo sensorium.
En términos generales, no es un producto renovador en el sentido constructivo del lenguaje. Se apega al plano-contraplano, the last minute rescue, y otros recursos que el cine utiliza desde el método convencional. Sin embargo, al principio la serie es algo confusa, sobre todo para aquellos que llegan porque les gustó el cartel, porque se quedaron ‘sin munición’ en la cuarentena o porque un amigo se las recomendó, pero no quiso decirle de qué va. Lo cierto es que no llegaran al tercer capítulo de la primera temporada sin googlearla para al menos saber cuál es la sinopsis, porque el principio es poderosamente confuso. Son torrentes de cortes de plano, cambios de personajes, escenarios, intercambios entre estos dos últimos.
A pesar de que la serie se tomó su tiempo en explicarse, no se detiene en el shock que supone para los personajes protagonistas descubrir quienes eran y el ‘don’ que tenían. La asimilación no supone para ellos una crisis de negación o un cuestionamiento sobre su estado mental y para la serie no constituye la generación de un tema que haya que introducir, desarrollar y concluir. En cierta medida, sucede de manera casi imperceptible, simplemente pasa. La traslación que sufren, por ejemplo, de Seúl a Nairobi en un instante no es promotora de ningún trauma. No se ven los intentos de negar ser diferente, precisamente porque el interés está puesto sobre la diversidad, sobre la aceptación del otro (llevada en este caso al extremo de dos especies que pertenecen al ser humano, pero son diferentes); si no fuera así ¿cómo entonces la ‘clase’ que hacen estos ocho protagonistas resulta la más diversa –en términos de raza, procedencia geográfica e inclinación sexual- de todas las que se muestran en la serie?
Y mientras se desarrolla el acostumbrado argumento de un bando (sapiens) contra otro (sensorium), la maniquea construcción del mal y la bondad –aunque el personaje de Jonas siempre mantiene al espectador sin saber para quien juega hasta el final-, las relaciones entre las ocho figuras se profundizan, llegando algunos a enamorarse. Sin embargo, para nadie es un misterio que el sexo forma parte del amor, aunque este sea la expresión más pura del mundo, como se declara en alguna parte de la serie para referirse a aquel que surge entre los sensorium. Pero lo cierto es que, más allá de la secuencia entre Kala y Wolfgang – tan esperada por todo el mundo- no se mostró este tipo de intercambio de otra manera que no fuera para favorecer la visión de la serie sobre la diversidad. Podría repasar cada una de esas secuencias, que tampoco fueron muchas, pero creo que la orgia de la escena final que termina con un zoom in del arnés -para colmo con los colores del arcoíris- lo dice casi todo.
¿Qué paso con Riley y Will? En el sentido del sexo, bueno, para ellos simplemente no paso. Y aunque la conexión sentimental entre ellos era medianamente creíble, la figura de Riley, en términos de compatibilidad al rol de protector que asumió Will con el resto de la clase, no estaba a la altura. En este sentido, no hacían una buena pareja. A pesar de ello, al menos yo espere que al final de la serie ellos ‘dieran a luz’ a otra clase, pero dada la situación de la cancelación de la serie y un especial de dos horas para cerrar, es comprensible que no lo hicieran y sinceramente, fue lo mejor.
A pesar de estos y otros elementos -como las escenas de combate, que a fuego abierto de ametralladoras no recibían ni un rasguño; que la aparición al final de la madre de Whispers fue un Deus ex machina de manual; que se llega al punto en que ya solo la ves por curiosidad en cómo acabaran atándolo todo; que el final parecía tomado de cualquier película de acción comercial- es reconocible que la relación de protección, de interés, de salvaguarda, de cuidado establecida entre ocho desconocidos, y sus aliados sapiens, desde la distancia (llevada al extremo de comunicarse a través de la mente), es bella y envidiable. No se trata de apelar a ‘uno para todos y todos para uno’ a la hora de resolver los problemas, que a todos los espectadores sosiega y saca una sonrisa, –recuerdo incluso series como Gossip Girl, claro, salvando las distancias y los motivos de salvar la especie sensorium contra los de vengarse contra una chica rica- sino de ampliar las perspectivas y entender que todos están conectados, sean extraños o no.
Más allá del entretenido mundo de ficción que la serie presenta, la mirada de abstracción que propone, y es lo que la hace revalorizarse en tiempos como estos, es la capacidad de entendimiento hacia el otro, hacia el extraño, la comprensión de que no se está solo y que tus acciones están encadenadas con las de alguien más, ya sea por causa o efecto. Por tanto, encontrarse en los demás no solo procura el cambio de concepto del ‘otro’ por el de ‘prójimo’, sino también la autoconciencia que sensibiliza y salva, no al mundo de aquí y de ahora, sino al mundo para siempre.