La que sabe es mi mamá, tiene el poder curativo en la voz cuando reza y dice te vas a curar, mostrando en sus manos unas cuantas hierbas. No es una cosa sentimental, aunque parece que sí, pero cuando la cosa se pone fea no hay nada mejor que la combinación de los mejunjes y las letanías de mi madre para recobrar mi equilibrio precario. Con ella aprendí el gusto por las flores, las plantas que se comen, las que se beben… que si el orégano para cuando se te hincha la panza, que si la sangre de drago para cualquier infección, que si el romero para la garganta, que si el árnica para cuando te pegas o te duele el cuerpo por hinchazón —que no es lo mismo que el orégano—, que el vinagre para desinfectar y los tíbicos para que tu flora intestinal marche bien…
Mayra Citlalli Rojo Gómez (M.C.R.G.)
Cuenta Silvia Federici en Calibán y la bruja. Mujeres: cuerpos y acumulación primitiva, su recomendable estudio sobre la acumulación primitiva y la caza de brujas, cómo “la caza de brujas fue […] instrumental a la construcción de un orden patriarcal en el que los cuerpos de las mujeres, su trabajo, sus poderes sexuales y reproductivos fueron colocados bajo el control del Estado y transformados en recursos económicos”. Los primeros juicios a brujas que tuvieron lugar versan del siglo XV, lejos de la idea de que esta caza se produjo en la Edad Media; en realidad esta persecución no se empezó a dar hasta la baja Edad Media. El Malleus Maleficarum (el Martillo de los brujas) fue publicado en 1486, aberrante publicación que detalla cómo han de ser perseguidas y castigadas las brujas. Entre 1580 y 1630 se da el mayor número de persecuciones y crímenes contra las brujas, una época, tal y como señala Federici “en la que relaciones feudales ya estaban dando paso a las instituciones económicas y políticas típicas del capitalismo mercantil”.
Pero ¿cuál fue el crimen de estas mujeres? A lo largo de la historia de la humanidad las mujeres han sido sanadoras, han tenido los conocimientos necesarios para sanar y para practicar abortos, controlando así la natalidad. Prácticas y saberes ancestrales que iban pasando de generación en generación. “Ellas fueron las primeras médicas y anatomistas de la historia occidental. […] Fueron las primeras farmacólogas con sus cultivos de hierbas medicinales”, recogen Barbara Chrenreich y Deirdre English en su pequeño ensayo Brujas, parteras y enfermeras. Una historia de sanadoras.
Tristemente este genocidio sobre el cuerpo/saber de las mujeres se exportó a Abya Yala tras su “descubrimiento” en 1492 por Cristóbal Colón, donde se efectuó otro de los grandes genocidios de la llamada civilización, llegando a acabar con el 95% de la población que allí habitaba.
Se tuvo que construir una estructura reguladora de los saberes de las hierbas y flores del México prehispánico que a propósito Miguel León Portilla denominó proto-científicos. En el contexto de los discursos de progresión evolutiva del conocimiento, donde la meta es la comprensión racional de los fenómenos relacionados al cuerpo y a la frontera de lo indómito: la naturaleza, el reto de los estudios sobre los códices es hacer enunciable lo que no necesariamente se encuentra en la gramática del castellano, sino en la experiencia de la cosmogonía de las culturas mesoamericanas.
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Además, el epistemicidio que acompañó esta entrada de la civilización en Abya Yala conllevó el intento de domesticación de los aborígenes —mano de obra para el nuevo sistema que estaba empezando a instaurarse en Europa—, manifestado en una colonialidad del saber —rompiendo así con los conocimientos, prácticas y formas de vida de muchas de las culturas que habitaban un territorio tan extenso—. Se impuso así la ciencia, la técnica y la razón como únicas formas de producción de conocimiento, rompiendo con los afectos y los vínculos profundos que tenían con la tierra y la naturaleza estas culturas.
La magia es verosímil porque la ciencia perdió su efecto liberador. El uso mecanicista, o debemos llamarlo de explotación de la naturaleza en beneficio del progreso científico, es un paso al desencanto de un sistema de expropiación permanente. El discurso de la ciencia también perdió la capacidad sensible de las poéticas de los descubrimientos, o la experiencia que nos ponga en contacto con el ciclo de la transformación de la vida.
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Sin embargo, las resistencias han sido numerosas y, a pesar del intento de exterminio generalizado, han perdurado formas milenarias de vida. Aquí os esbozamos algunos ejemplos de mujeres que han mantenido la llama de una cultura imbricada con la naturaleza, mujeres mexicanas que son el ejemplo de muchas más que a día de hoy pueblan nuestro planeta.
María Sabina (1894-1985) fue un claro ejemplo de este hecho. Curandera y chamana mazateca de Oaxaca. Desde muy pequeña creció rodeada de la cultura milenaria de sus ancestros —pues por parte de padre tenía familiares que practicaban la ceremonia de los hongos—, que a través de ritos religiosos, donde utilizaban hongos alucinógenos —como el teonanácalt—, entraban en trance con la naturaleza y sanaban. Con tres años su padre fallece y debe marchar, junto con su madre y su hermana, a vivir con sus abuelos. María tuvo su primer contacto con estas prácticas con cinco años, empezando, así, a conocerlas. No sería hasta un poco más tarde, un día que estaba en el cerro junto a su hermana cuidando del ganado de sus abuelos, que probará los hongos, produciendo este hecho en ella una forma de vida/sentir/ayudar.
El devenir-planta, así como el devenir-animal, son universos por demás complejos donde no existen las categorías de género y raza, no hay sujetos mujeres atadas a una biología específica porque lo que se produce son ciclos simbióticos entre distintos reinos vegetales, animales y microbios. Tampoco somos cuerpos-máquinas con funciones específicas fragmentadas sino una fuerza liberadora de movimiento que ocupa el espacio, la dirección y la luz. Las plantas y las flores están más allá de anatomías mecánicas como respuestas a su propagación por el mundo. A la par de sus particulares formas, ellas se expanden por los estímulos e impulsos. Son más bien poéticas de tiempos ancestrales que no somos capaces de percibir, expresar y tampoco de enunciar.
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En la región de los otomíes, las mujeres de Tierra Blanca en Guanajuato conservan un patrimonio biocultural milenario y realizan prácticas curativas a través de las enseñanzas que les han ido legando sus mayores. Mujeres cuya autoadscripción, y la heteroadscripción de su comunidad, las reconoce como originarias y sanadoras. Entienden que la naturaleza es un bien (no un recurso) en el que los seres humanos somos parte de ella. Las formas de relacionarse con el medio, a su vez, también son parte del ser humano.
María García González, una de estas mujeres, afirma: “las culturas se han curado con plantas medicinales desde hace miles de años”. Antonia Félix y su hijo Antonio tienen un jardín botánico en el que plantan todo tipo de plantas curativas, es su modus vivendi. Antonia transmite sus conocimientos a las generaciones más jóvenes: hierba de pastos, santa maría, poleo blanco o verde…, el activo de cada planta puede variar dependiendo de cuando se recojan. Ana Carmen, por su parte, nos habla de los polvos del espanto para curar a los niños. El espanto son esas formas de vida insanas que se acaban arrastrando por no guardar una armonía con la naturaleza —mala alimentación, estrés, exceso de azúcar, poco ejercicio…—, así, para no crecer con el espanto, hay que sanar desde que somos pequeñas, ya que luego esas prácticas son difíciles modificarlas.
En esta relación con los saberes y la naturaleza otro ejemplo son las nanacateras de Acaxochitlán, en la región de Hidalgo, mujeres hongeras que hacen la recolección gracias a ese legado que le han dejado sus mayores. Florentina Martínez Martínez y Cristian Martínez Cruz son dos mujeres a las que sus abuelos les enseñaron a distinguir los hongos comestibles de los no comestibles. En el tiempo de las lluvias hay infinidad de hongos; si no tienes estos conocimientos y recolectas para consumo, puede ser fatal. Por ello es necesaria esa transmisión ancestral.
La historia de las sanadoras nos habla de la necesidad de repensarnos desde la resistencia de nuestras ancestras, para tener relaciones más cercanas con la tierra y con nuestro entorno. Una vida que merezca la pena ser vivida en la que rescatar nuestras propias epistemologías y situarlas en el lugar que se merecen. Si las sanadoras fueron perseguidas es porque hacían frente al poder con sus saberes y prácticas.
Texto publicado en papel en Labio Asesino 4.