Frank y April Wheeler están casados, tienen dos hijos, ambos bordean la treintena y desde hace dos años viven en una urbanización llamada Revolutionary Hill Estates. Él gana un sueldo aceptable en la misma compañía en la que trabajó su padre toda su vida, ella tiene la casa hecha un auténtico primor, tienen algunos amigos con los que quedan habitualmente e, incluso… April puede dar rienda suelta a su viejo sueño de ser actriz, ya que ha nacido una compañía de teatro en la comunidad. Llevan una vida maravillosamente típica americana en la plácida década de los 50. Pero. Y es que en todas las novelas hay un pero… porque en todas las vidas hay un pero. Y esta novela no es otra cosa que pura vida. Dolorosamente, absurdamente, trágicamente pura vida.
Por más que lleven la vida que se supone que deben llevar, en ese mismo enunciado ya está el motivo de su desencanto existencial. ¿Quién decide la vida que se supone que uno debe llevar? ¿Quién ha priorizado el pago de las facturas por encima del deleite intelectual? ¿Quién ha antepuesto las relaciones convencionales a las que realmente te pide el cuerpo? ¿Quién ha sentenciado que tener hijos es el único camino para llevar una vida plena?
Frank y April se cuestionan los principios que rigen sus vidas actualmente remitiéndose a algún momento en el pasado en el que creyeron realmente en sí mismos (o creyeron hacerlo). Cuando se conocieron, él la vio como «una chica de primerísima categoría», y ella lo consideró «la persona más interesante que he conocido nunca». Pero llegaron los hijos (especialmente la primera, que no esperaban ni tenían ganas de tener), la necesidad de alimentarlos y de establecerse… y ahora están en un punto muerto. Ahora sólo queda conformarse con una existencia que quizá a otros satisface, pero que a ellos se les está atragantando. Sólo eso… o, quizá… bueno, sólo ha sido una idea, pero si la piensas un poco más… Y April la ha pensado un poco más. ¿Y si lo abandonan todo y se van a Europa? Ella puede buscar un trabajo sencillo pero bien pagado que les permita vivir mientras él busca su verdadero camino en la vida. Parece una locura… pero ¿no es más locura seguir viviendo sin aliciente alguno?
Los años 50 que retrata Yates fueron años de un gran crecimiento económico, de innovaciones tecnológicas que hacían soñar con un mundo más cómodo, y, por ende, más feliz… Pero para el trabajador medio no hay ideas nuevas, ni verdaderas formas alternativas de vida. El estancamiento es palpable… al menos para quienes, aunque lo vivan, se niegan a que colonice sus mentes.
Quizá la única manera de poder vivir en Revolutionary Road sea, precisamente, sentirse un poco revolucionario. Frank y April llevan una vida tan convencional como los demás, pero se sienten revolucionarios porque saben que ésa no es la vida que desean. Tienen aspiraciones. Quizá no las tienen muy claras, quizá no saben exactamente lo que quieren, pero sí lo que no quieren: lo que tienen.
«Revolutionary Hill Estates no era una urbanización pensada para que ocurrieran tragedias. Incluso por la noche, como si fuera a propósito, no había nunca sombras acechantes ni siluetas misteriosas. Era un lugar irremisiblemente alegre, un país de juguete con sus casas blancas y de tonos pastel cuyas ventanas iluminadas y sin cortinas refulgían entre un decorado de hojas verdes y amarillas.» (Y lo mejor de este párrafo es que Yates no lo coloca al principio de su novela, para que nos hagamos una composición de lugar, sino prácticamente al final, cuando ya hemos comprobado con nuestros ojos y nuestra piel que esa felicidad es postiza y está pensada para esconder la frustración de personas atrapadas en una impostura que les impide ser quiénes quieran ser).
Y, ya puestos a rizar el rizo, Yates, que con esta historia seguramente se quedó tranquilo y descansado por sentir que había vomitado (de la manera más sutil y deliciosa posible, pero vomitado, como no puede ser de otra manera con un relato como éste) todo lo que pensaba acerca de la Sociedad del Bienestar, se permite un delirio narrativo que puede parecer chocante al principio, pero no deja de dar motivos de reflexión: que el único personaje que nos parece que realmente tiene narices de decir lo que piensa, de ser totalmente fiel a sí mismo, sea un hombre diagnosticado como demente que vive recluido en un centro psiquiátrico. Es John, el hijo de la sra. Givings, la agente inmobiliaria que vendió la casita donde viven a Frank y April, que los considera una pareja absolutamente encantadora y que cree que el contacto con ellos puede ser de alguna ayuda a su descarriado vástago. John es un tipo agresivo sin ningún tacto a la hora de relacionarse, pero lo que dice es porque lo cree, y lo que cree… no puede dejar indiferente a nadie: «Si quieres tener una casa, has de tener un empleo. Si quieres tener una casa muy bonita, muy linda, entonces necesitas un trabajo que no te guste. Estupendo. Así es como funciona el noventa y nueve por ciento de la gente, de modo que no tienes por qué disculparte, amigo. Si viene uno y te pregunta: “¿Por qué lo haces?”, puedes dar por seguro que los del manicomio lo han dejado suelto unas horas.»
A John le parece una idea estupenda el que hayan decidido irse a Europa. Demuestra un coraje y una determinación que parecen haberse perdido… Pero más adelante verá que Frank y April quizá no son los pioneros ideológicos que han causado su admiración en un principio.
«No me extrañaría nada que la hubieses dejado preñada a propósito, para así poder pasarte el resto de tu vida escondido detrás de ese vestido premamá.» Revolutionary Road habla de la maternidad/paternidad desde un punto de vista que cuestiona los principios que rigen nuestro deseo como humanos de ser padres. Hay una pulsión biológica, está claro, que responde a la necesidad de perpetuar la especie… Pero, ¿realmente hay algo que perpetuar? ¿De qué sirve tener hijos si no hay un verdadero amor por la vida que legarles? ¿Tiene sentido convertir a cada hijo en el eslabón de una cadena que encadena a la nada?
El vacío existencial que anida en el alma de Frank y April activa un motor que les hace buscar una salida que a todos les parece un disparate (a todos… menos al loco de John). Van a jugársela. Quieren dar un paso adelante y convertirse en los dueños de su destino. ¿Serán capaces?
Revolutionary Road (fielmente llevada al cine por Sam Mendes, con las colosales interpretaciones de Leonardo Di Caprio y especialmente de esa fiera irrepetible que es Kate Winslet) es la historia de Frank y April Wheeler… Pero el lector tarda muy poco en sentir que es su historia también. La de todos nosotros. Cada paso y cada tropezón que dan ellos puede ser compartido o no, pero lo comprendemos perfectamente. Porque Yates ha creado vida en cada una de las páginas de este libro que hay que leer sí o sí, ha albergado semillas podridas y a la vez sueños mágicos que se filtran a través de cada palabra pronunciada por sus personajes. Las debilidades, las ilusiones e incluso la arrogancia de creer que por pensar algo ya están por encima de quienes, como ellos, no están dando forma a ese pensamiento unen a los protagonistas de este libro a nosotros, protagonistas de esta vida. ¿Marcarán la verdadera diferencia ellos? ¿Nos inspirarán para hacerlo a nosotros? ¿Haremos algo con esa inspiración, algo verdadero, que realmente suponga una diferencia?
Título: Revolutionary Road |
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