No va a ser fácil escribir sobre esto, habrá que remover más de una resistencia. Entre otras, esa tan cara a los filósofos, que presidía el vestíbulo de mi facultad: De nobis ipsis silemus, no digamos nada de nosotros, callemos, tal vez como un homenaje a esa nada que somos. Así que elegiremos un camino indirecto, un desvío que, no obstante, podría revelarse como el más inmediato y mejor dirigido. Por ejemplo, hablaría de un coloquio patrocinado por la Universidad de California (Riverside) en 1995, en torno a un libro polémico (y todos lo fueron) de Jacques Derrida. El libro es Espectros de Marx y puede que en el futuro volvamos a él. Cuando Derrida toma la palabra, ha sido criticado, con mayor o menor acritud, por buena parte de los que todavía tienen derecho a llamarse marxistas: Negri, Macherey, Eagleton o Jameson, no se han privado de mostrar, salvo acaso el último de los mencionados, no sólo la dureza de la argumentación objetiva, sino incluso el profundo disgusto personal que les provoca la intromisión del padre de la deconstrucción en huerto ajeno. La cosa es compleja, puesto que ese niño bonito lo es, antes casi que de ningún otro, de Louis Althusser. Y nadie le negaría a semejante padre cierta autoridad.
Puede que el más injusto de todos sea Antonio Negri, aunque sólo tengamos en cuenta todo lo que hiciese Derrida por darle asilo, cuando se evade de la justicia italiana, asediado como il cattivo professore de una durísima estación terrorista. La agresividad de Negri me recuerda, en más de un sentido, y no sólo por su clausura dogmática, a la manifestada por Trotski a propósito de John Dewey. La respuesta de Derrida no es menos dura, como la de quien desvela una no pequeña ligereza conceptual por parte del catedrático de la Universidad de Padua, cuando apela a la ontología para desvincularse de la propuesta espectral de la deconstrucción: «¿Y si ambos aceptáramos considerar de ahora en adelante el término «ontología» como una contraseña, una palabra arbitraria y establecida de un manera convencional, un shibboleth que únicamente haría como si significara lo que «ontología» siempre ha significado? De este modo, hablaríamos entre nosotros un lenguaje encriptado, como los marranos. En la comunidad de los filósofos haríamos como si continuáramos hablando el lenguaje de la metafísica o de la ontología, sabiendo, entre nosotros, que no significa nada»[1]DERRIDA, Jacques: Marx e hijos, en SPRINKER, Michael, ed.: Demarcaciones espectrales. Akal, Madrid, 2002, p. 305 . Por supuesto que la respuesta de Derrida no tiene nada de ingenua, y ya desde el mismo título, Marx & Sons, insinúa que el ataque recibido posee todo el aire de una defensa de cierta marca corporativa y de una propiedad, como ya hubiese padecido por su usufructo salvaje del pensamiento de Austin[2]DERRIDA, Jacques: Limited Inc. Galilée, Paris, 1990.
Pero el derecho de propiedad, en este caso, más allá incluso de lo normativo, es dudoso, por una determinación que presupone la completa errancia de eso determinado de esta manera: «¿Y si, para terminar, lanzáramos la idea de que no sólo Spinoza, sino el propio Marx, Marx el ontologista liberado, era un marrano! Una especie de inmigrante clandestino, un hispano-portugués disfrazado de judío alemán que habría fingido convertirse en protestante e incluso ser algo antisemita? ¡Éste sí que sería un buen golpe! Añadiríamos que los propios hijos de Marx no sabían nada del asunto. Tampoco las hijas. Y ahora el golpe supremo, el envido abismal, el plusvalor absoluto: ¡marranos tan bien escondidos, tan perfectamente encriptados que ya ni ellos mismos sospechaban serlo! O que lo habían olvidado, rechazado, negado, renegado. Sabemos que esto también les ocurre a los «verdaderos» marranos, a aquellos que siendo realmente, habitualmente, efectivamente, ontológicamente marranos, ni siquiera lo saben ya»[3]Demarcaciones espectrales: loc. cit. Como es frecuente en Derrida, este texto está tan connotado que merecería un análisis pormenorizado casi palabra por palabra. No es algo que podamos hacer ahora.
Sin embargo, casi como un exorcismo frente a las identidades simples, no problemáticas, satisfechas, lo que Donatella Di Cesare aísla en la figura del marrano es nada menos que una identidad compleja, moderna, herida. La gran paradoja es que, gracias al exilio interior, qué contradicción -qué oxímoron tan fructífero, y doloroso, en el exilio interior- se abre todo un nuevo campo, el cierre obliga a una puerta de salida, para estos marranos, a la vez demasiado cristianos (para los judíos) y demasiado judíos (para los cristianos): «La disimulación inaugura la introspección . El «mirar por dentro», según la célebre expresión de Baltasar Gracián, no es sólo una vía al alma. Se mira dentro de sí para cerciorarse de que el otro no pueda interceptar nada, para asegurarse de no ser cogido por sorpresa. El conocimiento de sí es el camino para ocultarse mejor a la mirada ajena»[4]DI CESARE, Donatella: Marranos. El otro del otro. Gedisa, Barcelona . Di Cesare delinea con precisión, y con una especie de ternura cognitiva, lo que supone la dificultad marrana, en un texto en el que yo cifro el centro de este pequeño gran libro, lleno de profundidad y belleza: «Si la emigración exterior conduce al descubrimiento del Nuevo Mundo, la emigración interior conduce al descubrimiento de sí. Ambos descubrimientos son resultado de la aventura de los marranos, y el segundo no es menos rompedor que el primero. Lo que empuja al marrano hacia su interioridad es su misma resistencia, su disidencia, su oposición. Para quien está excluido, expulsado, cada vez más aislado, falto de una comunidad, el sí interior adquiere un relieve antes impensable: es el cofre del secreto, el lugar del refugio, la sede de un incesante diálogo de ese sí que se conoce, se escruta y se vigila»[5]Marranos, p. 52 . Ese camino nos arroja en la mística ascética, en la filosofía racionalista. Nos arroja al cabo en nosotros mismos. En lo que somos, de Teresa de Jesús a Espinosa.
Conviene señalarlo, este no es un libro de historia porque no puede hacerse la historia de nada. No sirve la historia para referirnos a lo que no tiene bandera, ni rasgo, ni propiedad, a lo oculto por definición. A pesar de ello, o tal vez por ello mismo, Di Cesare sabe que hay un relato, minucioso, enredado y multiforme, y que en realidad no está cerrado. Pensemos en Edith Stein, patrona de Europa, la judía cristiana que muere en Auschwitz, y lo hace con el hábito de otra judía cristiana, de una marrana o conversa como Teresa de la Cruz: «Sin embargo, los marranos se han cobrado su revancha. No sólo porque no se han declarado vencidos del todo, permaneciendo fieles a su secreto, sino porque, tras pasar por diferentes peripecias, el marranismo se ha repetido, demostrando una innegable persistencia. Éste es el sentido en el que los marranos se sustraen al archivo, son inarchivables. Lo cual impone salir del marco historiográfico para contemplar el fenómeno en lo que tiene de actual. ¿Cuántos marranos existen aún, los que se saben marranos, los que lo han sabido siempre, y aquellos otros, tan bien ocultos que no lo saben, es más, que ni siquiera lo han sospechado jamás? ¿Y quién puede decir que no es marrano?»[6]Marranos, p. 124.
Algo más sobre el significado de esa palabra pensada como injuria, para herir, delatar, molestar o perseguir. Aunque en este caso el plus es un menos. Gabriel Albiac ha dedicado su mejor, su colosal obra, La sinagoga vacía, verdadera summa del espinosismo, a comprender mejor qué se dice de alguien cuando se le dice marrano. Se le dice marrado, errado, mero defecto que ha de padecer por ello el efecto: «Marranos, fallidos, deficientes, inacabados, carentes. La cazurrería del vulgo irá añadiendo nuevos dejes despectivos sobre la denominación: alusiones al animal de carne trefe, sal gruesa a costa del caballo de Mahoma. Todo el espacio escénico de la brutalidad infatuada del poder se despliega en este acto, verbal primero, luego físico, con el que se arroja a la cara del cristiano nuevo su falta de completitud, su inevitable desfondamiento, su vacío de esencia perdurable. Pronto será asumido, con arrogancia no menos reafirmada en la desdicha, por el reo frente sus verdugos. Extraño estigma, el de la carencia (de pueblo, de poder, de nombre, de identidad subjetiva), que será el signo mismo de identidad de un pueblo disperso. Rotunda afirmación en el espacio de la pura negatividad, que otorgará a los judíos españoles de la diáspora su sello propio más notable»[7]ALBIAC, Gabriel: La sinagoga vacía. Tecnos, Madrid, 2014, p. 59 .
El marrano no es el otro, sino el otro de cualquier otro, al menos por lo que concierne a la dualidad tranquilizadora de judíos y cristianos. En cierto modo es el mayor triunfo de la catolicidad, de lo universal, pero también su fracaso más gravoso, del tal manera que gracias a él, al marrano, la palabra conversión, que es antes que nada una metanoia, una retractación del alma (de lo sensible hacia lo inteligible, por ejemplo en Platón, y en general, desde lo que se ve como falso hacia lo verdadero) se hace sospechosa. Una religión como la católica, que supone al contrario de la judía, que es fruto de una decisión, no natal, distinguirá entre nuevos conversos y los de vieja sangre. Y desde allí a esos trenes que partían en hora hacia la noche y la niebla, sólo era cuestión de esperar. Aunque fuese esperar al Mesías y se hiciese en secreto. Este otro del otro, empujado a su abismal cancelación de la identidad, no se tropezará, como quisiese con lucidez y crueldad Hegel, con el amo absoluto. No con la muerte como algo a lo que mereciese la pena temer de verdad. Enfatizar el papel de los conversos en el desarrollo de la conciencia burguesa europea, tal vez resulte ya, y de un modo definitivo, un movimiento peligroso. En cambio estoy convencido de que el converso resultará fundamental para extender la experiencia y la vivencia del Otro como un Tú. La edad dorada de la mística hispana, que es como decir de la mística universal cristiana, se fraguó con esos fuegos.
Me había prometido que no iba a hablar de mí mismo al hablar de estas cosas. No estoy seguro de que lo haya conseguido. A lo mejor es mi voz la que resuena en medio de este silencio sobre mí. Ella el verdadero resto, el desecho, con el que no me termino de hacer, yo también no terminado.
Título: Marranos. El otro del otro |
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Referencias
↑1 | DERRIDA, Jacques: Marx e hijos, en SPRINKER, Michael, ed.: Demarcaciones espectrales. Akal, Madrid, 2002, p. 305 |
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↑2 | DERRIDA, Jacques: Limited Inc. Galilée, Paris, 1990 |
↑3 | Demarcaciones espectrales: loc. cit |
↑4 | DI CESARE, Donatella: Marranos. El otro del otro. Gedisa, Barcelona |
↑5 | Marranos, p. 52 |
↑6 | Marranos, p. 124 |
↑7 | ALBIAC, Gabriel: La sinagoga vacía. Tecnos, Madrid, 2014, p. 59 |