Si en el artículo anterior hablamos de secuelas, precuelas y spin-offs como productos cinematográficos derivados de una obra original, en esta ocasión nos referiremos a un tipo de película que también tiene su origen en una anterior: el remake.
Como todos sabemos, un remake es una versión nueva de una película antigua, de la que extrae la mayor parte de su material, aunque se suelan hacer cambios en el guión o los personajes (por ejemplo, en “Scarface”, Howard Hawks, 1932, el protagonista se dedica al contrabando de alcohol, mientras que “Scarface”, Brian de Palma, 1983, se centra en el tráfico de drogas). Cabría preguntarse qué lleva a un estudio a rodar de nuevo una obra que ya existe. La respuesta más obvia sería “motivos económicos”: si un filme que en su momento fue un éxito se vuelve a hacer, actualizado con los adelantos técnicos que ofrezca la época y con actores taquilleros, nada debería impedirle obtener beneficios sustanciosos. Y muchas veces ha sido así. Veamos un ejemplo con una curiosa historia: “Ben-Hur”. La primera versión cinematográfica de esta novela de Lewis Wallace (1880) se estrenó en 1907. Sus 15 minutos de metraje pretendían aprovechar la fama del libro, un best-seller en aquellos tiempos, y obviamente sólo narraban una mínima parte del argumento, centrándose en la famosa carrera de cuadrigas (rodada en una playa de New Jersey, con los bomberos locales manejando unos carros tirados por los caballos que solían usar como tracción de sus vehículos contra incendios). Los descendientes del autor y la editorial Harper & Brothers demandaron a los Estudios Kalem, que no habían obtenido los derechos de explotación. El fallo de los tribunales a favor de los demandantes estableció un precedente fundamental: la obligación de las productoras cinematográficas a asegurarse en un futuro la adquisición de derechos antes de escribir un guión. El revuelo judicial otorgó publicidad a la película y a su protagonista, William S. Hart, que pronto se convirtió en un famoso vaquero del cine mudo (para quienes sientan curiosidad, el filme se puede visionar completo AQUÍ). Posteriormente, en pleno auge de las grandes epopeyas bíblicas en Hollywood (“Los diez mandamientos”, Cecil B. de Mille, 1923; “El hijo pródigo”, Raoul Walsh, 1925; “Rey de reyes”, Cecil B. de Mille, 1927; “El arca de Noé”, Michael Curtiz, 1928), el director Fred Niblo completó para la MGM una espectacular versión de “Ben-Hur”, que catapultó a su protagonista, el actor mexicano Ramón Novarro, al estrellato. Recordado como el filme más caro de la época muda, su altísimo presupuesto, 3.900.000 $, se vio resarcido en taquilla con una recaudación impresionante para su época, unos diez millones, aunque debido a los elevados derechos de autor pagados (esta vez sí) y otros gastos, no generó beneficios para el estudio. Sin embargo, sí le otorgó gran prestigio y publicidad. A finales de los 50 la Metro, que estaba en plena crisis empresarial, decidió poner toda la carne en el asador haciendo un segundo remake, animada por el éxito que había tenido la Paramount con otro remake bíblico, el de “Los diez mandamientos” (Cecil B. de Mille, 1956). Se cuidaron con esmero todos los detalles: reparto, director, guión, decorados, vestuario, música…, y la producción se disparó por encima de los 15 millones de dólares, convirtiendo a “Ben-Hur” (William Wyler, 1959) en la película más cara rodada hasta entonces. Los esfuerzos económicos y técnicos se vieron recompensados con 11 Oscars (en unos tiempos en los que había menos categorías premiadas que ahora), un éxito de público enorme y una recaudación de más de 90 millones, a los que hay que añadir otros 36 de su explotación en alquiler en épocas posteriores (datos de IMDb). La MGM estaba salvada.
Por supuesto, pocos remakes tienen una historia tan completa detrás ni han ido superando en calidad a sus predecesores. Muchos no han igualado a los originales -como en el caso de “El cabo del miedo”, Martin Scorsese, 1991, remake de “El cabo del terror”, J.Lee Thompson, 1961- y otros habrían sido perfectamente prescindibles -para muestra, un botón: el remake fotograma a fotograma que Gus Van Sant hizo en 1998 de “Psicosis”, Alfred Hitckcock, 1960-, pero lo que está claro es que el motivo principal que induce a un estudio a rodar un remake suele ser el económico.
En cuanto al aspecto lingüístico, el diccionario de inglés americano Merriam-Webster presenta una sola acepción de remake como sustantivo: Versión nueva o diferente de una película, canción, etc. Esta aparece documentada por primera vez en 1936, lo cual resulta llamativo, pues hemos visto que antes de ese año ya se habían hecho versiones nuevas de películas previas. En castellano, el DRAE no incluye el sustantivo remake, aunque sí lo hacen el “Diccionario de uso del español” de María Moliner y el “Diccionario del español actual”, con la pronunciación figurada [riméik]. De la vitalidad de este anglicismo en castellano da fe no sólo su uso, muy extendido y reconocido, sino el hecho de que ya ha empezado a generar su propia familia léxica: el verbo “remakear” aparece conjugado con frecuencia en revistas y artículos sobre cine y música. No es la primera vez que esto sucede en el ámbito de los anglicismos cinematográficos (recordemos film y filmar), aunque como curiosidad cabe destacar que mientras el sustantivo ha mantenido la pronunciación original, [riméik], el verbo se atiene a las normas de pronunciación del castellano, [remakear].