“Decidí comprometerme otra vez con el feminismo. Otras mujeres habían sido madres sin tener que sacrificar sus ambiciones e ideales políticos, ¿por qué no yo? Decidí volver a la siguiente reunión de liberación de la mujer en la facultad de Derecho, donde habría otras madres en la sala. (…) A través del feminismo buscaba el activismo social. Tal vez seguiría cargando con mi niño a la espalda, pero mis hermanas me ayudarían a cuidarlo, y se disolvería la terrible duda que me atosigaba en mitad de la noche (…)”
Jane Lazarre, El nudo materno
Reivindico que todas seamos madres. Reinvidico que ninguna lo sea. Reivindico el conocimiento íntimo que poseen las madres acerca de la fragilidad para todas las personas. Reivindico que las madres y las no madres se escuchen y se aprecien, encuentren cauces, sean capaces de ver lo que las acerca más que lo que las separa. Reinvidico que cada una de nosotras recuerde en cada uno de sus pasos feministas que es hija de mujer. Desde los siglos de los siglos, y también con otros cuerpos que pueden parir y paren. Parir es una gracia con desgracia. Parir es sólo un origen de la maternidad, uno de los posibles.
Puede que deseemos parir por nosotras mismas, puede que queramos parir con ayudas (médicas, personales), puede que nos podamos permitir una piscina, puede que apenas nos podamos permitir una matrona, siendo madre migrante en el primer mundo a la que se mira con sospecha por su piel o su vestimenta. Puede que nos enfrentemos al momento de la crianza con algunas lecturas, puede que nos acompañe a esa transformación tan sólo lo que escuchamos contar a las abuelas, tías, hermanas, que se reunían en la noche desgranando cada detalle de sus partos con complicidad, ambigüedad y hasta sarcasmo. Puede que sólo tengamos a mano los manuales de crianza y necesitemos muchísima información que no aparece en libros, y puede que en algún momento anterior hayamos desestimado las fuentes de aquel conocimiento por despreciar la cháchara entre mujeres.
Puede que hayamos pasado nuestra juventud sumergidas en los estudios, puede que hayamos creído que nuestro destino era ser madres desde que jugábamos con bebés de plástico, puede que, en el transcurso de nuestra vida adulta, convertirnos en madres fuese una posibilidad más, quizá no demasiado halagüeña, a menudo espoleada por el afuera; una posible experiencia que se fue aplazando un poco y otro poco, porque nuestra situación nunca parecía lo suficientemente madura, segura, controlable.
Reivindico que cada mujer llegue a la maternidad cuando y en la forma que lo desee, y asimismo que no llegue, pero que en todo momento sea la dueña y señora de las decisiones que atañen a su maternidad o ausencia de ella. En cualquier parte, a cualquier edad, aborto legal y acceso al control sobre nuestros procesos reproductivos.
Pero reivindico sobre todo que se deje de juzgar a las madres. Por dar la teta, por darla en público, por preferir la epidural, por rechazar toda intervención, por dejar a los hijos con familiares o en los escasos servicios de cuidado infantil, por querer cuidar personalmente de ellos, por intentar ser un personaje más en su desarrollo compartiendo zonas de su cuidado con todas las personas posibles, por ausentarse del cuidado cuando las reclama la necesidad de ganar un salario, o la urgencia igualmente lícita de ser otra cosa además de madres; que se las deje de juzgar cuando fuman, cuando beben, cuando les dan chucherías a los niños porque no hay momento más íntimo que compartir un regaliz rojo enrollado en forma de disco con tu hijx. Reclamo que se las deje de juzgar en cada etapa del camino, por si permanecen, por si se ausentan, por si les apuntan a diecisiete actividades o por si no lo hacen, por la soledad en que esta sociedad ha dejado a las madres. Reclamo que la dedicación que logren dar a las criaturas se considere una aportación de generosidad infinita al común que no tiene lucro personal, así como tampoco reconocimiento material o simbólico.
Reivindico que estas maternidades del presente, en las que se cosifica a las mujeres en el rol y se las sepulta debajo de una montaña de obligaciones, sean utilizadas de modo subversivo, siempre que sea posible. Reivindico que hagamos de nuestros hijos personas libres y no sumisas, que devolvamos a la máquina material inflamable y extremadamente crítico, jamás doblegado.
Reclamo que la maternidad no se circunscriba al hecho biológico porque la identidad de madre las acompaña a lo largo de toda su vida sin apenas poder salirse de ella; y porque, además, la idea de una madre vive en una gran variedad de seres y hay que cuidar a quien cuida; hay madres paseantes, madres figurantes, madres con pene, madres viejas, madres vecinas, madres gigantas y madres enanas. Reivindico que las no madres tengan el permiso para hacer de una. Reivindico que las madres puedan sentirse no madres, y alguna vez personas con voz propia. Y por encima de todo es de mi interés que la voz de las madres sea escuchada y no escamoteada, que la identidad de las mujeres no se diluya o desaparezca de sí y del mundo en el momento de convertirse en madre, que el conocimiento de la fragilidad de la vida que encierra el hecho de cuidar sea celebrado y compartido, en hecho y en palabra.
Hago una reivindicación para que los feminismos hablemos de la maternidad no como una, singular, sino como muchas en plural. Para que nos olvidemos de los “hay que”, “tendría que”, y de todas las posibles fórmulas de mandato y obligatoriedad. No es feminista dar el pecho y no es feminista no darlo: es feminista intentar encontrar un marco en el que cada madre se encuentre con la posibilidad de darlo o no darlo sin ser juzgada ni obligada en una dirección u otra. Hay muy poco de elección libre en nuestras maternidades “libres”, y sobre todo hemos de dejar de escribirnos doctrinas que sólo valen en una porción pequeña del mundo. El aprovechamiento de la función reproductiva del cuerpo femenino es común en todas las sociedades, en todos los contextos, desde que el mundo es mundo. Unas veces nos quieren madres a tiempo completo y otras produciendo para la maquinaria. Es ahí, en la elaboración de discurso promaternal o antimaternal, ajeno al cuerpo de quien materna y al resto de cuerpos que cuidan, donde hemos de mirar.
Hago un llamamiento, muy humilde, para que las mujeres feministas no nos digan a las madres qué hacer, para que no nos miren por encima del hombro, para que tengan en cuenta sus voces. Reivindico una política que nos incluya como cuidadoras, que no nos excluya por cuidadoras. Que quiera ser cuidadora, a su vez. Una vez nos valió intentar una igualdad en la que se trataba de parecernos a los hombres en su aspiración de autonomía, otra vez existió otro discurso que ensalzaba la biología que es capaz de crear vida y todo aquello que es privado de la experiencia del cuerpo femenino. Pero en el hecho de maternar hay otra cosa que, una vez más, no es sólo biología y ni siquiera es biología. Maternar es un caudal de experiencia que ha sido sustraído del discurso común, que es urgente reivindicar e insertar en el mundo. Pero para hacerlo más ancho. Más contradictorio, más completo, más bestial.
Reivindico que ese caudal de experiencia no pueda ser enterrado ni anulado, no sin que suponga un paso más hacia la deshumanización. Reivindico ya por último que se deje de juzgar a la madre cuando no cumple con el rol a la perfección y cuando cumple con su rol en demasía, en contra de la violencia que el mundo tiene reservada a las criaturas. Reivindico que si, en contra del mundo, sólo queda la madre para protegerlas, ella sea protegida.
Pero quizá todavía es pronto. Quizá quedan tantas cosas que ganar antes de todo esto.
Hacía falta un discurso así…