Interpelada hace unos días al respecto, decía Ana Belén que los jóvenes artistas de hoy no es que estén menos «comprometidos» que los de su época, si no que tienen un problema añadido que no es otro que las redes sociales. Un artista, insistía la veterana actriz y cantante, siempre está bajo la lupa de los medios y cualquiera de sus afirmaciones puede servirle de reconocimiento o de reproche, según la óptica desde que se mire.
Baste recordar la famosa ceremonia de los Goya de 2003 cuando casi todo el elenco allí presente tuvo la osadía de condenar la invasión de Irak y el papel de José María Aznar como destacado instigador de la misma.
Sin embargo y a pesar de contar con el aval de más del 90 % de la población española en contra de aquella guerra, según las propias fuentes oficiales, la intensa labor de los medios de comunicación afines al gobierno acabó predisponiendo de por vida al PP y buena parte de sus simpatizantes en contra de la familia del cine español.
Y todavía faltaba un año para que Facebook iniciara su andadura.
Pero hoy, las redes sociales que, en su momento, se creyó que iban a representar una importante fuente de conocimiento y un medio para estrechar lazos entre las personas, se han convertido a la vez en un auténtico estercolero desde el que se puede difamar a cualquiera sin miramientos, en muchos casos escondiéndose tras una identidad recóndita y manipular a buena parte de la opinión pública con suma facilidad.
De ahí que la mayor parte de los artistas que hoy intentan abrirse paso en el difícil mundo del espectáculo, remarcaba Ana Belén, sean mucho más recatados que sus antecesores en determinadas cuestiones de ámbito político y social ante el temor de poner en riesgo su carrera.
Una realidad paralela
Quizá valga hacer hincapié del mismo modo en el caso del acoso escolar. Recuerdo cuando apenas era un chiquillo, tras ponerme mis primeras gafas, tenía que afrontar con resignación aquello de «gafitas cuatro ojos». O cuando otros compañeros y amigos pasados de peso, tenían que soportar también lo suyo.
Pero aquello se quedaba en la escuela y poco más. Era solo cuestión de unos días y si había que echarle cara a la afrenta se le echaba y ya está. Pero hoy el acoso se hace continuo, infinito. 24 horas al día, 7 días a la semana, un mes tras otro, a través de Instagram, Whatsapp y numerosos medios del mundo virtual al alcance de cualquiera.
Hasta tal extremo que son ya, según datos de la OMS, 200.000 jóvenes en todo el mundo los que cada año encuentran solo en el suicidio la única manera de escapar de semejante suplicio. Mostrándose las redes sociales como la principal herramienta de sus acosadores.
La crisis de 2008 y su calamitosa gestión posterior que ha aumentado de forma considerable los desequilibrios sociales, ha constituido el mejor argumento para numerosas teorías conspiratorias que han encontrado en la impunidad de las redes sociales el mejor aliado para su propagación.
Apoyándose en verdades a medias y deformando la realidad hasta límites insospechados han conseguido captar a millones de personas a lo largo y ancho de todo el mundo mientras presentan argumentos descabellados so pretexto de problemas reales de toda índole.
Cuando no propuestas sorprendentemente simples a problemas extraordinariamente complejos.
Tanto es así que desde gobiernos, instituciones y entidades privadas han surgido plataformas para intentar desmontar tal cantidad de bulos. Las propias Naciones Unidas a través de la Unesco, a consecuencia de las innumerables conspiraciones aparecidas tras la irrupción de la pandemia, se han visto en la necesidad de intervenir al respecto.
Los resultados de ello vemos día sí y otro también que son limitados, el problema se sigue agrandando y se ha trasladado a todos los ámbitos de la sociedad. Un video de apenas unos segundos, un titular, un corta y pega, suficiente para tener una mínima dosis de veracidad constituye el maná inagotable para seguir retorciendo la realidad.
Hasta los meteorólogos de la Aemet anunciaban hace poco cómo son asediados desde las redes sociales por toda esa nutrida presencia de negacionistas del cambio climático que pueblan las mismas.
Y la política no iba a escapar tampoco a ello.
La batalla cultural
Los movimientos de Indignados surgidos en Europa, Occupy Wall Street en EE.UU. y demás plataformas aparecidas en todo el mundo a partir del año 2011 como respuesta a la gestión de la crisis financiera de 2008 y el injusto reparto de las cargas de la misma lograron propagarse a una enorme velocidad a lo largo y ancho del planeta gracias a sus habilidades en las redes sociales.
La juventud imperante en la mayoría de dichos movimientos encontró en las redes la mejor arma –y la más barata-, para poner en evidencia las fallas del modelo económico y financiero y las desastrosas consecuencias del neoliberalismo dominante.
El llamado entonces «pensamiento único», empezaba a resquebrajarse y surgían nuevas propuestas, otras no tanto, pero que en cualquier caso venían a poner en entredicho el entramado ultra liberal que había dominado completamente la escena política y económica desde la década de los 90 del siglo pasado.
Sin embargo David difícilmente puede ganar siempre a Goliat y el efecto acción/reacción propiciado entre una multitud disconforme con los modos y resultas del sistema y las enormes fuerzas que el capital ha posibilitado, no trajo los resultados deseados por la misma en la mayoría de los casos.
Tuvo que llegar la mayor pandemia en los últimos 100 años, casi 7 millones de muertos después, con 700 millones de contagiados en todo el mundo y todas las derivadas de la misma, para que el debate se haya reabierto nuevamente entre las dos maneras de ver el capitalismo.
Una, denostada desde hace tiempo, que toma como referencia al colectivo y la presente que pone en el centro al individuo.
Pero el sistema, a lo largo de todos estos años, se ha dotado de unas capacidades extraordinarias lo que le faculta una enorme destreza para persuadir a la ciudadanía aun a riesgo de poner en peligro, incluso, las democracias liberales. Y las redes sociales son el mejor vehículo para ello.
La era Trump
Desde 2010 Viktor Orbán, con su partido el Fidesz, gobierna con mano de hierro Hungría. Desde entonces está siendo un auténtico quebradero de cabeza para la Unión Europea por vulnerar reiteradamente tanto la normativa comunitaria como la mismísima Carta de los Derechos Humanos.
En su nueva Constitución ha suprimido artículos como el que rezaba la igualdad de salarios entre sexos, ha restringido el derecho de huelga, ha reducido las ayudas a los desempleados y ha limitado la libertad de expresión y de reunión por lo que ha recibido una y otra vez el reproche de los estamentos comunitarios.
Para ello el Fidesz gasta un importante presupuesto en las redes sociales, especialmente Facebook, desde donde difama continuamente a la Unión Europea y a sus adversarios políticos a base de falsedades y teorías de la conspiración con las que consigue influir de forma interesada en buena parte de la población.
Es el mismo caso de numerosos movimientos con un alto componente nacionalista, ultraconservadores y en extremo liberales en lo económico que, desde su borde del tablero político, están acaparando cada día más poder en toda Europa con el beneplácito de las urnas tras su habilidoso uso de las redes sociales.
Movimientos para los que la inestabilidad social, económica y política provocada por sucesivas crisis y un imparable aumento de la desigualdad en las últimas décadas han representado su principal caldo de cultivo y con ello el fortalecimiento de propuestas reaccionarias que se creían olvidadas.
Pero, probablemente no haya habido otro fenómeno más paradigmático en ese sentido desde el alumbramiento de las redes sociales que el de Donald Trump, un empresario altamente cuestionado por sus métodos y personaje televisivo que se encaramó en la presidencia de los EE.UU. en 2017.
Nada hay que añadir del personaje que no se haya dicho ya, pero sí que evidencia la capacidad de las redes sociales para llevar hasta la presidencia del país más poderoso del mundo a un tipo de las características de Trump.
Además de haber creado un grado de desestabilización en el mismo como nunca se hubiera imaginado.
A partir de ese momento ha habido numerosos intentos por parte de las instituciones por poner coto a tales desmanes. Pero poco o nada se ha avanzado al respecto y estas se han convertido en un auténtico hervidero de masas, sobre todo cuando el calendario electoral se pone en marcha, sea el país que se trate.
La IA
El desarrollo de la inteligencia artificial ha venido a dar otra vuelta de tuerca al problema. El partido republicano del propio Trump ha publicado un anuncio en sus redes sociales presentando un futuro distópico en el que la gente hace cola en los supermercados, en los bancos y otros dislates por el estilo, advirtiendo a la población qué ocurriría si Biden es reelegido. Dicho spot ha sido realizado de manera íntegra por una IA.
La detención de Trump, el papa Francisco vestido de Balenciaga, todas son imágenes realizadas por sofisticados software de IA con un realismo casi perfecto. Incluso ya pueden verse noticieros con presentadores virtuales narrando noticias falsas que en muy poco tiempo van a ser difíciles de diferenciar de los reales.
Google a través de su buscador y agregador de noticias es otro coladero de noticias falsas, simplemente porque su algoritmo prioriza los titulares sensacionalistas que considera pueden tener más audiencias, por tanto más visitas y por ende más ingresos por publicidad. Prevaleciendo así los beneficios por encima de un adecuado control de calidad.
Pero los medios son responsables también, tanto o más que los propios gobiernos, de velar por la democracia, la verdad y de manera muy directa por la seguridad y el bienestar de los ciudadanos. No en vano son considerados el Cuarto Poder desde hace mucho tiempo.
Y hoy, hay que considerar a las redes sociales como tales ya que para buena parte de la ciudadanía es su principal cuando no su único medio de comunicación.
Casi sin darnos cuenta nos pasamos demasiado tiempo al día, horas en muchos casos, leyendo Whatsapp, pasando páginas en Facebook, viendo Reels o mirando videos en TikTok.
Poco antes de escribir estas líneas, escuchaba a un joven en una emisora de radio que un amigo suyo que se dedica al arte del tatuaje no acaba de entender como algunos de sus clientes se pasan 5 horas durante una sesión sin cruzar prácticamente palabra con él sin levantar la cabeza del móvil.
La pasada semana en su columna de El Periódico el periodista Jorge Fauró nos advertía que las redes sociales se habían convertido en un arma de doble filo. A lo que del mismo modo añadía:
«Un nuevo modelo de esclavitud basado en la omnipresencia de la tecnología y la inteligencia artificial se impone silenciosamente pese a la creencia de que estamos ganando cuotas de libertad»
¡Y no le falta razón!