«Si nos olvidamos de la política por hastío, nos gobernarán los mediocres».
Platón, filósofo griego (427-347 a. C.)
La resaca de cuatro décadas de borrachera neoliberal ha provocado que una gran parte de la población haya pasado de la confianza al más puro pesimismo; de la utopía a la distopía; de pensar a largo plazo al cortoplacismo; del discurso arrebatador a la arenga embrutecida.
Pero si bien la crisis de 2008 se aplicó en la reducción del déficit público olvidándose de la gente, lo que provocó millones de despidos y que miles de personas perdieran su hogar, la pandemia ha cambiado el modo de pensar en buena parte de los centros de poder.
De hecho el llamado escudo social reproducido en todo el continente, los fondos Next Generation o el mero hecho de intentar poner coto a determinados precios de naturaleza básica son prueba definitoria de ello. Incluso la consolidación de un nuevo modelo fiscal que obligue a aportar a las élites en mayor medida al bien común.
Hoy, las instituciones internacionales no tienen duda que sin cohesión social no hay progreso, que la desigualdad tiene que reducirse a través de un mejor reparto de la riqueza generada entre todos.
Aunque algunas mantengan sus flirteos con el modus operandi anterior. Como es el caso del BCE empeñado en hacer recaer de manera íntegra sobre la ciudadanía la crisis inflacionaria en forma de un aumento abusivo de los tipos de interés; cuando esta resulta evidente que es, en buena medida, fruto de importantes movimientos especulativos.
José Moisés Martín Carretero, cofundador de Economistas frente a la crisis y que ha trabajado para organizaciones tan reconocidas como Oxfam, el Centre for European Policy Studies o el Club de Roma, autor de El futuro de la prosperidad, se reafirma en tales evidencias en una entrevista publicada en El Periódico el pasado 20 de noviembre:
«Hoy sabemos que un exceso de desigualdad daña a la economía y perjudica a la democracia. Si se da, la OCDE aparece y dice al gobernante: oiga, su sistema fiscal no distribuye, arréglelo. Y la Comisión Europea le advierte: su tasa de personas en riesgo de exclusión social es inadmisible. Y el FMI le recuerda: su desigualdad está frenando su crecimiento».
Pero tantos años inmersos en la vorágine contraria hace que surjan numerosos focos de resistencia y más aún en países como España que se han perdido tantas cosas en su historia reciente.
Un país que se incorporó a trompicones a las grandes democracias liberales de occidente, precisamente cuando el neoliberalismo irrumpía en la escena internacional, y que no ha conocido otra cosa que un modelo laboral y social con un bajo valor añadido y una clara diferenciación de clases.
El ciclo electoral
Comienza un nuevo año de elecciones aunque ni siquiera pueda tacharse de ese modo porque España parece siempre inmersa en una eterna campaña electoral que no se acaba nunca.
Incapaz de escapar de su adolescencia, resulta evidente que la democracia española dista mucho de asimilar un escenario multipartidista y un gobierno fruto de ello como es el caso de los países más avanzados del contexto europeo.
De hecho, buena parte de la oposición lo ha calificado también de ilegítimo en numerosas ocasiones, prácticamente desde el primer día, con el objetivo de poner entredicho la legalidad del gobierno cara a los ciudadanos.
Pero ni siquiera los integrantes del mismo son capaces de asumir el rol que les corresponde, una y otra vez, traspasando la natural discusión interna puertas afuera levantando una vez y otra una intensa polvareda.
Con un PSOE que sigue nadando en su océano de ambigüedades desde la profundidad de los tiempos, mientras sus socios de Unidas Podemos se debaten entre «asaltar los cielos» o avanzar con los pies en el suelo.
Del otro lado, una oposición encabezada por un PP ensimismado con un modelo neoliberal que ha naufragado de forma estrepitosa en lo que va de siglo y que se precipita tocado y hundido también entre el resto de la familia conservadora europea.
Baste como mejor ejemplo de ello el rechazo generalizado, mercados financieros inclusive, de las propuestas de la efímera Liz Truss en el Reino Unido.
En el extremo del tablero Vox sigue incitando a la camorra y al odio desde cualquier tribuna que se le presente en aras de desestabilizar el sistema y presentarse como salvadores legítimos de la patria. Adquiriendo un fuerte calado entre la población por mucho que la historia nos ponga en antecedentes de las consecuencias de tales proclamas, de sus ambiguas propuestas y de su paupérrimo programa.
No menos censurable el papel de los nacionalismos periféricos dispuestos siempre a tensar al máximo la cuerda aún a riesgo de romperla y acabar dándose de bruces con un gobierno apegado e intransigente o lo que es lo mismo, con la horma de su zapato.
Por último, en tan insondable escena nacional dos mujeres se erigen como protagonistas en el corto plazo aun por sus derivas opuestas.
Por una parte Inés Arrimadas, artífice final de la desaparición de Ciudadanos con su discurso incendiario, lejos de lo que se presuponía un partido de carácter centrista. Devorado por el Partido Popular, ha propinado a este último un importante avance en sus perspectivas electorales.
De otra la política mejor valorada desde prácticamente el inicio de la legislatura, la ministra de trabajo Yolanda Díaz, que desde su plataforma Sumar representa la gran esperanza para la izquierda a la izquierda del PSOE; consciente que no de ir unida en las próximas generales, la exclusión de Cs en la aritmética electoral, muy probablemente, daría el gobierno a los conservadores.
La algarabía mediática
Un ruido ensordecedor sacude la política española desde el inicio de la legislatura que puede echar a perder logros sociales y en materia laboral, frutos del actual gobierno, que hasta hace poco hubieran resultado inimaginables.
Una derivada de ese carácter patrimonialista que la derecha política y mediática tiene de la nación española que todavía se ha visto acentuado por varias razones.
En primer lugar que el gobierno de España le fuera arrebatado al Partido Popular mediante una moción de censura. Después, que las elecciones generales constituyeran el primer gobierno multipartidista de la actual democracia española. Dos mazazos difíciles de asimilar en el marco político y mediático conservador, a pesar de los acuerdos que vendrían después del mismo modo entre PP y Vox, por cuanto este resulta en parte de una escisión del primero.
La consolidación de Vox como fuerza parlamentaria con su inflamado discurso y respuestas simples e inconcretas a problemas extraordinariamente complejos, se ha erigido sin embargo como un duro competidor de los populares en una parte del tablero político que, para bien y para mal, hasta hace poco ocupaban estos íntegramente.
Una parte que, por contra a muchos de sus homólogos europeos, el PP sigue reclamando para sí en su totalidad, sumándose para ello a la misma hiperbólica verborrea que sus presuntos competidores en el terreno de juego.
Lo cierto es que en lo que verdaderamente afecta a la gente, mientras los conservadores se han dedicado durante todo este tiempo a boicotear las instituciones, máxime los principales órganos de la judicatura, el gobierno español ha acometido reformas en materia social y laboral inauditas hasta hace solo unos años.
El caso de los ERTE evitando la destrucción masiva de empleo durante la pandemia todo lo contrario a lo que ocurriera en la crisis de 2008, la generalizada mejora del marco laboral, la dignificación del SMI desde los pírricos 750 € con los que se topó el actual legislativo, el control sobre los precios de la energía que ha sido referencia en la Unión Europea, una sensible reducción de la inflación y la ampliación de los servicios y ayudas a los sectores más débiles sin que ceda en sus pretensiones con un Estatuto del becario o una Ley de vivienda en camino.
En el colmo para la oposición conservadora, a pesar de todos los augurios catastrofistas y sus intentos por desestabilizar la política económica del gobierno ante la Comisión Europea, el crecimiento se ha mantenido por encima de las previsiones y a tenor de todos los organismos internacionales España va esquivar mejor la crisis el próximo año que sus vecinos.
Un gobierno, no obstante, no exento de errores, sobre todo en lo que se refiere a sus enormes dificultades para hacer llegar de la mejor manera a la opinión pública sus propuestas y resoluciones. Perdido en el continuo fragor de una perniciosa cantinela más enfrascada en marcar entre los socios de coalición sus respectivas posiciones que de transmitir sus logros del mejor modo a la gente.
Además de su falta de recato en cuanto a la asimilación de algunos de sus errores como es el caso de la reciente «Ley del sí es sí», por mucho que de un problema técnico-jurídico se trate y del que la oposición sabe aprovecharse mejor que nadie.
De ahí que la algarabía mediática conservadora, visto su fiasco en el aspecto económico y social –Keynes, muy a pesar de la misma, parece que va a salvar de nuevo el capitalismo-, se incline ahora a tomar más partido por cuestiones meramente de carácter político para que su mensaje tenga mayor calado en la opinión pública.
Rescatando materias como el affaire catalán, que parecía franqueado en la actual legislatura, para que vuelva a tomar relevancia. O recuperando la cuestión etarra que el propio Partido Popular diera por superada hace años como vemos en estas declaraciones del mismísimo Javier Maroto, unos de los actuales portavoces del partido y uno de los principales fustigadores para el gobierno en dicho sentido, cuando era alcalde de Vitoria:
Aferrados a la ortodoxia neoliberal, con una estrategia de confrontación permanente y de negación del nuevo rumbo de las políticas españolas y comunitarias –que de hecho ha votado en numerosas ocasiones en contra de su propio grupo en el parlamento europeo-, es posible que le funcione entre su masa electoral.
Pero de ahí que pueda restar tanto a la izquierda como para garantizarle que recupere el gobierno queda aún por ver.
El futuro más próximo
Puede decirse que tras los terribles efectos de la pandemia, Europa se encuentra en un proceso de transformación del modelo económico, justo a la inversa del que tuviera lugar durante toda la década de los 80 del siglo pasado, pero esta vez con enormes focos de resistencia.
Por aquellos entonces las crisis petroleras de los 70 abrieron las puertas a un patrón basado en el individualismo y por tanto a la liberalización de todos los controles que hasta ese momento se habían ejercido sobre la actividad económica y financiera en pos del bien común.
Para ello se partía de la errónea premisa de que la economía, como si de un ecosistema de la naturaleza se tratase, se auto regula por completo sola. Pero se olvidó de dos de los peores defectos de la especie humana: la avaricia y la codicia.
Los resultados quedaron a la vista en la crisis de 2008 y, por si no resulto lo suficiente claro, la pandemia se ha encargado de certificarlo.
Pero su capacidad de persuasión es enorme, tanto que millones de personas en el mundo han llegado al pleno convencimiento de que el modelo neoliberal es el único posible fruto probablemente del desconocimiento, una intensa labor mediática y no haber conocido otro diferente.
Todo ello a pesar de haber provocado los mayores desequilibrios y de ahí esos extraordinarios focos de resistencia que mencionábamos antes.
Para colmo, a tenor de un escenario similar al que se diera en el periodo de entreguerras del siglo pasado, con la irrupción de poderosos movimientos ultra nacionalistas en el ala más radical de la derecha conservadora.
Probablemente, los grandes errores del modelo anterior, el que se conoce por la «edad de oro del capitalismo» tan denostado las últimas décadas y que alumbrara el final de la II Guerra Mundial precisamente para evitar que se dieran los mismos acontecimientos que dieron lugar a la misma, además de olvidarse del tercer mundo, fueran el no saber hacer frente a las crisis del petróleo y dormirse en los laureles permitiendo que la nueva doctrina económica se afianzara por encima del mismo.
Los resultados del actual y, prácticamente, recién iniciado proceso de transformación, aún restan por ver. Sobre todo, como también decíamos antes, en países como España que no ha conocido otro distinto del actual desde su reciente incorporación a las susodichas democracias liberales.
En cualquier caso, ahora que España, por primera vez en tiempos modernos, se ha situado como punta de lanza de esa otra visión de la actividad económica y la acción social -en lo que le toca en particular encaminada también a dar al traste con un modelo laboral aciago y con tan negativas repercusiones en todos los ámbitos-, la pelota está precisamente en el alero de todo el conjunto de la izquierda.
Para ello deberá seguir trabajando en mejorar la vida de la gente pero también en aprender a vender el producto tan bien como suele hacerlo la derecha entre sus electores; ser valiente, sin necesidad de meterse en charcos innecesarios, bajar los decibelios entre sus integrantes y generar confianza cara a los múltiples desafíos que nos plantea el futuro.
Solo nos queda desde aquí desearles los mejores augurios para este 2023 que empieza para que, de una puñetera vez, sea mejor que el anterior. Ah, y por supuesto que tengan mucha salud. Sean felices.