«Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares». Ésta es la definición que proporciona el diccionario de la RAE tras una búsqueda de la palabra «populismo». A la vista de ello, podríamos decir que cualquier formación política, sea del espectro ideológico que se trate, podría ser tachada de populista. Baste una ojeada a los actos públicos desplegados por las mismas, de manera especial en campaña electoral, para suscribir dicha afirmación. Sin embargo, ésta palabra se ha venido utilizando como calificativo de manera generalmente peyorativo para definir todas aquellas formaciones políticas que, supuestamente, se sitúan al margen del sistema preestablecido, es decir: la ortodoxia capitalista.
En la mayoría de los casos, tanto analistas y comentaristas políticos como los representantes de los que podríamos denominar partidos tradicionales, además de descalificar continuamente a estas formaciones y tachar de simplistas sus propuestas menospreciándolas una vez tras otra, de forma torticera intentan ponerlas todas en el mismo plano buscando similitudes programáticas entre ellas que del mismo modo podrían encontrarse en cualquier otro aspecto con el resto de partidos políticos. Tal ha sido ahora el caso reciente de las presidenciales francesas en las que la mayor parte de la industria mediática ha querido asimilar dos partidos tan distantes entre sí como la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon y el Frente Nacional de Marine Le Pen, por el mero hecho de mostrar ambos sus recelos y desavenencias ante la situación actual de la Unión Europea.
Una vez más la historia reciente nos pone en antecedentes y, quizá si entendiéramos el por qué y el cómo de la aparición de estos movimientos, podríamos entender mejor la realidad de los mismos y las enormes diferencias existentes entre ellos.
En primer lugar deberíamos diferenciar de manera muy clara lo que son las formaciones políticas que han venido apareciendo los últimos años bien sea en la izquierda del tablero político o en la derecha del mismo. La respuesta al primero de los casos, podrían ser los de la citada Francia Insumisa, Podemos en España o el Bloque de Izquierda en Portugal —fundado en 1999—, entre otros.
Todas estas formaciones vienen siendo el fruto de la asociación de grupos procedentes de movimientos sociales y políticos que ideológicamente vienen a encuadrarse entre la socialdemocracia y el comunismo de orden democrático occidental, lo que se denominara eurocomunismo en los años 70. La mayor parte de estos movimientos se han mantenido fieles a sus principios fundamentales con el paso de los años por lo que el desplazamiento a la derecha de los tradicionales partidos socialdemócratas —razón fundamental de la llamada crisis de la socialdemocracia—, les ha acabado situando en el borde de dicho tablero.
Sería, por ejemplo, el caso del citado Mélenchon, destacado miembro del partido socialista francés durante más de 30 años, con el que llegó incluso a ser ministro en el gabinete de Jospin y al que se tacha ahora de extremista por mantener vivo los postulados tradicionales del mismo, lejos de las posiciones a las que le ha llevado François Hollande y que han sido la causa del estrepitoso fracaso del PS en las elecciones.
El segundo caso, el de los grupos aparecidos al otro lado de dicho tablero, como por ejemplo el Frente Nacional en Francia, Amanecer Dorado en Grecia, el UKIP en el Reino Unido o el Partido de la Libertad en Holanda y dejando al margen los casos de los países pertenecientes al antiguo bloque soviético donde se dan otros condicionantes, tienen en común un fuerte arraigo nacionalista y xenófobo y beben de las fuentes de los movimientos fascistas aparecidos en el periodo de entreguerras de la Europa del pasado S.XX.
El fascismo es una ideología de carácter corporativista totalitaria, iniciada por Benito Mussolini en la Italia de 1919, que rechaza tanto la democracia liberal como el modelo socialista en cualquiera de sus formas y en la que al amparo de la recién finalizada 1ª. Guerra Mundial y de la implicación de la ciudadanía en la misma, entiende la violencia como un medio legítimo para la obtención de su fin.
Poco después Adolf Hitler, además de un fuerte componente nacionalista añade a su modelo fascista el racismo y la xenofobia. Aunque no fuera precisamente idea de él, inspirados en en un partido austriaco de la época y en una hábil maniobra propagandística para ganarse a la clase obrera, en 1920 se cambia el nombre original de su partido el PAD (Partido Obrero Alemán) por el de NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán), hasta acabar dando pie a una trágica historia sobradamente conocida por todos.
Sería la Gran Depresión de 1929 y las terribles consecuencias de ésta en todo occidente la que acabaría siendo el elemento catalizador para la exitosa consolidación de los movimientos fascistas. Tal es el caso de la Falange Española, fundada en 1933, que tomando como referencia el modelo italiano —al que añadió una compostura católica—, utilizó sus preconizados recursos a la violencia para desestabilizar y contrarrestar los intentos de avances democráticos de la II República española y frenar las reivindicaciones del movimiento obrero frente al consabido atraso de una España arcaica. Hechos que en una sociedad convulsa, en una Europa excesivamente turbada, acabaría dando lugar a la Guerra Civil, antesala de lo que habría de venir inmediatamente después en todo el continente.
Un mismo contexto de depresión económica, a raíz de la Gran Recesión de 2007/8, que ha sacudido a las sociedades occidentales durante la última década, el extraordinario aumento de los desequilibrios sociales a consecuencia de ésta y la falta de respuesta por parte de los partidos tradicionales a la misma, han propiciado el principal caldo de cultivo para el desarrollo y consolidación de los movimientos fascistas actuales que han arrastrado tras de sí el descontento y la desazón de numerosas capas sociales buscando el chivo expiatorio a buena parte de sus males en la inmigración, dentro de ese mismo contexto nacionalista y xenófobo que forma parte de su esencia. Estimulado más aún por el desmedido aumento de los flujos migratorios, otra consecuencia más de la idiosincrasia propia de la ortodoxia capitalista y sus ambiciones por la explotación sin mayores miramientos de los recursos.
La falta de autocrítica en los principales responsables y líderes políticos europeos desde el estallido de la crisis, el menoscabo en la asunción de responsabilidades por su parte, la pésima gestión de la misma, la sensible pérdida de calidad de vida de buena parte de la ciudadanía mientras observa como la riqueza se concentra cada vez más en un menor número de personas que además aparecen impunes ante toda clase de desatinos y la interesada falta de información debida por parte de la industria mediática al servicio del establishment, son las principales causas de la aparición de nuevos movimientos políticos y sociales que ponen en evidencia las anomalías del sistema.
Y son las grandes responsables, en el caso del fascismo, de que el principal desestabilizador de las sociedades democráticas por sus fuertes arraigos nacionalistas, xenófobos y racistas e instigador de la violencia haya alcanzado las cotas de representación a la que ha llegado en numerosos países en los últimos años.
No somos antisistema, el sistema es anti-nosotros.
(Movimiento 15M)
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