Desde hace tres años, el Club de Pilota Valenciana Les Socarrades organiza en verano unas jornadas de «galotxetes de Campanar», a las que están invitados los vecinos del barrio y de otras localidades amigas.
La Plaça de l’Esglèsia sirve de punto neurálgico y ofrece la sombra de una arboleda histórica para cocinar y comer paella. A un lado, la calle Benidorm, con el tradicional Forn de Manuela, referente de especialidades artesanas valencianas desde 1866. Cerca de la la panadería, el Casino de Campanar sirve de hogar de los jubilados. Un poco más arriba, la asociación de «correfoc» Els Dimonis aporta el local donde se dan las charlas. Al otro lado de la plaza, la estrecha calle Dragamines, antaño utilizada como pocilga y, ahora, como espacio de juego. Suena María, la campana de 1772 restaurada por la asociación Campaners de Campanar, junto a sus cuatro hermanas. El arte del toque de campanas da la señal. «Va de bo»: hora de que ruede la pelota en este barrio de Valencia, que, se nota, antes era pueblo.
Jóvenes y mayores son bienvenidas a participar en esta modalidad de pelota valenciana, cuya práctica es accesible por el uso de pelota gruesa y blanda. Es una modalidad para amateurs, que se juega por parejas en una calle de pequeñas dimensiones. Solo hace falta una pelota, una red, un marcador y muchas ganas. Es un juego intenso porque no puedes esconderte de la pelota; toca concentrarse y ser protagonista. Al practicarse en espacios abiertos favorece que cualquier viandante pueda pararse a disfrutar del juego. Se acercan los asistentes a una boda y una mujer italiana nos dice que la paella tiene muy buena pinta. Llega la televisión local y Javi Cone, el entrevistado, dice que no es lo mismo hablar ante la cámara. Risas. Las galotxetes impulsan la vida social, reúnen a personas diferentes y promueven el compañerismo.
Las jornadas de Campanar contribuyen a difundir el juego y la cultura de la pelota valenciana, que tiene una larga tradición popular. El deporte de la pelota fue inventado en la Antigua Grecia y llevado por el Imperio Romano a la Península Ibérica y otras regiones como las actuales Bélgica, Francia, Holanda e Italia. El juego en las calles de Valencia fue prohibido en 1391 con el argumento de que allí se blasfemaba, pero en realidad era un intento de circunscribir su disfrute a las élites económicas y políticas en recintos cerrados. A pesar de sucesivas prohibiciones y de sus altibajos, la pelota ha resurgido en numerosas ocasiones como deporte popular, cultura participativa y refugio del valenciano, incluso durante la dictadura de Franco.
El sentimiento «pilotari» fue impulsado en la mesa redonda sobre el pasado, presente y futuro de la pelota valenciana en la ciudad de valencia, con la participación de jugadores emblemáticos, periodistas y sociólogos, que tuvo lugar el 28 de mayo en la sede de Els Dimonis. Las 12 horas del trofeo de galotxetes del 2 de junio pusieron el esfuerzo y la pasión. Los talleres de fabricación de pelotas y protección mostraron la belleza del trabajo manual cuando se realiza con libertad y creatividad. Y se ha dado un paso más allá con la propuesta de los vecinos de Campanar para que se habilite un trinquet en un solar que serviría de pantalla para proteger el casco antiguo del barrio del ruido.
La vida de barrio-pueblo sigue activa en nuestras sociedades, pero solo una mayor actividad puede asegurar su continuidad frente a las transformaciones que trae la (pos)modernidad. El nombre de la calle –Dragamines– sirve de metáfora: hay que desactivar las minas que obstruyen el paso de la vida en común, la cooperación y el diálogo. Se aprende a vivir en común viviendo en común. Y las jornadas son un medio idóneo, porque «la pilota vol pilota»: cuanto más juegas y te sumerges en la cultura de la pelota, más quieres jugar y participar.
En palabras de Alfred Contre, uno de los organizadores, el objetivo de las jornadas es «empoderar el carrer mitjançant la cultura popular, esport autòcton y participació ciutadana» y, de este modo, «crear teixit associatiu en barris i pobles del país valencià». El juego, la paella, la pólvora y la música en directo se entrelazan para dar oportunidad de formar parte de una cultura pensante, creativa y anclada en el territorio frente a las superficialidades que ofrece el imperialismo cultural y el vacío existencial característico de las sociedades del espectáculo neoliberal.
Desde la inclusividad, la diversión y la buena conversación se promueve la afición, se apuestan unos Euros para aumentar la emoción, se da a conocer la tradición y se intercambian ideas sobre cómo mejorar nuestra sociedad. Lo importante es que se aprende colectivamente y se movilizan los afectos. Público y jugadores fraternizan, se comparten triunfos y derrotas y, claro, se tiene alguna discusión acalorada también. La pasión de las risas se convierte en la pasión de la seriedad cuando la pelota empieza a rodar, solo para que vuelva la distensión cuando finaliza la partida.
Las galotxetes congregan a la diversidad, con el gracioso y el serio, el currante y el vago, y el sano y el bebedor creando una narrativa que permite el reconocimiento de sí mismos como colectivo y señalar a los villanos de la historia. Así, se va construyendo un nuevo «nosotros», después del efecto diluyente y fragmentador de décadas de individualismo egoísta promovido por el neoliberalismo líquido.
Ante el aletargamiento generalizado de la vida en polígonos con casas donde no hay nada que hacer o en los centros comerciales estandarizados que ofrecen la misma actividad de consumo (sea en la ciudad o país que sea), la cultura popular se erige como ese espacio-tiempo que facilita una interacción social no mediada por el capital y, por tanto, crea condiciones para que las relaciones de poder dominantes empiecen a ser cuestionadas colectivamente. En el lugar de la atomización y la comercialización de los espacios urbanos, pone valores de solidaridad. En el lugar de las mordazas pone la libertad de expresión.
Llenar calles y plazas con alegría es hacerlas seguras y acogedoras. El ejemplo práctico, material, es la mejor manera de mostrar que otras relaciones sociales son posibles y de impulsar por contagio la multiplicación de la libre asociación de personas. Ahí surge la verdad práctica en tiempos de postverdad, porque, como dice el dicho pilotari, «la pilota al aire no menteix»: es noble, no hace extraños, va de cara, con la verdad por delante.
Ocio, deporte y activismo se combinan para revitalizar los espacios urbanos, fraternizar e impulsar la cultura popular emancipadora, es decir para echar gasolina a la magia viva de la «flama» en movimiento. Los cuerpos, las miradas y las voces ascienden entreveradas para que en el futuro los allí presentes se miren a la cara y puedan decir: yo estuve allí y valió la pena.
Fotos de Joan Pedro Carañana salvo indicación.
Muchas gracias a Xarli de Campanar, Alfred Contre, @guajaringo y Josep Pedro por sus valiosas sugerencias para el reportaje.