―¿Pero no estábamos hablando de anglicismos?
―Pues sí, pero no todos lo parecen. Muchos ni siquiera están en inglés.
Asistí a una conversación parecida a esta hace años durante un curso sobre el uso de anglicismos en la prensa. A raíz de entonces supe que los anglicismos, y todo extranjerismo en general, pueden venir en envase castellano. Al menos en apariencia. Y este es el caso del término “películas de culto”.
Siguiendo la clasificación de anglicismos propuesta por Chris Pratt en el capítulo quinto de su libro «El anglicismo en el español peninsular contemporáneo», (Ed. Gredos, Madrid, 1980), “película de culto” sería un ejemplo de anglicismo léxico no patente. Según Pratt, en este grupo entrarían “todos aquellos anglicismos que se reconocen como formas españolas”. Y a su vez, se clasificaría dentro del subgrupo de los calcos, obtenidos por traducción directa, en este caso de la expresión cult movie, que en ocasiones aparece también en su lengua original en la prensa especializada en cine.
En inglés el término cult movie se usó por primera vez en la década de los setenta para describir la cultura que rodeaba a las llamadas midnight movies. Se trataba de películas de serie B que por sus argumentos oscuros, macabros, crueles o con grandes dosis de violencia y humor negro se exhibían exclusivamente en pases nocturnos. En general, la crítica admite que la primera cinta que recibió esta denominación en Estados Unidos fue una película mejicana de director chileno, “El Topo”, (Alejandro Jodorowsky, 1970). El filme, que se estrenó en Nueva York en diciembre de ese año, en un cine de la famosa cadena Elgin, se exhibió ininterrumpidamente en su horario hasta junio de 1971. En la forma sigue de manera aproximada las convenciones de un western, pero su argumento surrealista incorpora referencias religiosas. También, como la mítica “La parada de los monstruos” (Tod Browning, 1932) incluye entre sus intérpretes a actores mutilados y enanos:
El Oxford English Dictionary nos dice que para que una película se considere de culto ha de ejercer una atracción duradera en un sector relativamente escaso de público y no ser comercial, algo con lo que no parecen estar muy de acuerdo Xavier Mendik, director del Archivo de Películas de Culto de la Universidad de Brighton, y Ernest Mathjis, catedrático de cine en la Universidad de British Columbia. Entre ambos elaboraron un listado de las 100 películas de culto fundamentales de la historia del cine, donde encontramos títulos tan dispares como “Cabeza borradora” (David Lynch, 1977), “Los dioses deben estar locos” (Jamie Uys, 1981), “Withnail y yo” (Bruce Robinson, 1987), “Casablanca” (Michael Curtiz, 1942) y “Qué bello es vivir” (Frank Capra, 1946). Mendik y Mathjis afirman haber seguido los siguientes criterios para elaborar su lista:
• Obras transgresoras que desafían la “normalidad” y generan un grupo de seguidores no demasiado nutrido pero sí muy fiel, sobre todo si han tenido problemas de censura (como “Holocausto caníbal”, Ruggero Deodato, 1979) y presentan un argumento cuyo tema principal es el sexo entrelazado con la violencia (como “Saló o los 120 días de Sodoma”, Pier Paolo Passolini, 1975) y el terror (por ejemplo, “El rojo en los labios”, Harry Kümel, 1971, película belga de vampiros que se llegó a publicitar como “Es época de lesbianas en Transilvania”):
https://www.youtube.com/watch?v=sFRuSbykaV0
• Títulos extremadamente comerciales avalados por grandes presupuestos cuyos seguidores, que son legión a nivel mundial, los veneran y han generado toda una subcultura de visionados frecuentes, memorización de fragmentos del guión, adquisición compulsiva de parafernalia, exposiciones y hasta congresos. Aquí se incluye “La guerra de las galaxias” (George Lucas, 1977) con sus correspondientes secuelas y precuelas, y la trilogía de “El señor de los anillos” (Peter Jackson, 2001-2003). Nos llama la atención la ausencia de Star Trek, suponemos que excluida por su componente televisivo.
• Películas trash que terminan deviniendo en objeto de culto. Este apartado englobaría títulos como “Plan 9 del espacio exterior” (Ed Wood Jr, 1959) o la archiconocida y escatológica Pink Flamingos (John Waters, 1972), que en su tráiler original no mostraba ni una sola escena de los excesos de la película:
• Filmes cuyo carácter edulcorado a base de romanticismo y nostalgia levanta pasiones entre ciertos sectores de público generación tras generación. Aquí Mendik y Mathjis incluyen productos dispares como “Sonrisas y lágrimas” (Robert Wise, 1965) o Dirty Dancing (Emile Ardolino, 1987).
Existen clasificaciones que incorporan un número mayor de criterios, pero en lo que todos los estudiosos del tema parecen coincidir es que cualquier película de culto lo es a posteriori. Es decir, no se trata de un género o un subgénero, sino que es el público quien decide, una vez estrenada la cinta, si merece convertirse en objeto de veneración. Y es que, parafraseando la conocida cita, “el culto está en los ojos del que mira”.
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