Lo ocurrido en el Mar Menor me recuerda el ensayo que Garret Hardin, profesor de ecología en la Universidad de California en Santa Bárbara, publicó en la revista Science en 1968 titulado La tragedia del procomún. Se entiende por «procomún» o bien común de la humanidad a aquello que es de todos, pero no pertenece a nadie. Los océanos, la tierra sumergida cuando sube la marea, los lagos y los ríos, los bosques, los pasos de montaña, los espacios abiertos, los senderos, las carreteras y los puentes, y el aire que respiramos: todos son bienes públicos. El Mar Menor, ahora en la UVI, es un bien público, un bien común de la humanidad, un procomún.
En el ensayo citado, Hardin plantea la situación hipotética de unos pastos «abiertos a todos» donde cada miembro de la comunidad se beneficia de apacentar en ellos todas las veces que pueda. En el caso del Mar Menor, «la sobreexplotación agrícola del territorio, con sus vertidos de nitratos al agua, no perecía preocuparles (Gobierno regional de Murcia y su superioridad nacional) demasiado porque dejaba más beneficios económicos jugosos». (David Trueba, «Peces muertos», El País, 29 de octubre de 2019).
Según Hardin, «Ahí reside la tragedia. Cada hombre está encerrado en un sistema que lo impulsa a aumentar su rebaño sin límite en un mundo que es limitado. La ruina es el destino hacia el que todos se apresuran, cada uno mirando por su propio interés en una sociedad que cree en la libertad del procomún». La sociedad a la que se refiere Hardin pertenece al actual sistema económico-social que ha convertido todo en mercancía y supone que, en contra con lo que dicen todas las investigaciones en Psicología y Neurociencia, el ser humano se comporta como una «máquina de calcular», es decir, que supone que los seres humanos obran únicamente por su interés personal e inmediato en el mercado (elección racional, Homo economicus y no Homo sapiens).
José Vidal-Beneyto, que fue, entre otras cosas, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y director del Colegio de Altos Estudios Europeos Miguel Servet de París, publicó en El País (24 de mayo de 2003) una columna titulada «La gangrena» en la que calificaba de gangrena de las sociedades contemporáneas a la conversión de todos los componentes de la vida humana en productos que se venden y se compran, es decir, en mercancías. La gangrena de una sociedad conduce a la desaparición de los atributos que caracterizan a los seres humanos: empatía, solidaridad, sensibilidad…
Aunque los medios de comunicación apenas le prestan atención, el asunto es de extrema importancia: unos señores se están adueñando de lo que es de todos con el único objetivo de aumentar sus ganancias económicas, ya de por sí superiores a las que poseen varios Estados juntos. Berna González Harbour, periodista y escritora española, es autora de un trabajo publicado en El País (20 de octubre de 2016) titulado «La plaza del pueblo no se privatiza», que iniciaba apuntando que Grecia estaba privatizando playas, islas desiertas, sedes olímpicas, edificios históricos y campos de golf, la compañía ferroviaria estatal y el puerto de Pireo. Sucede, entonces, que si una playa se ha privatizado y usted quiere tomar el sol en ella, tendrá que pagar.
En 1986, Carol Rose, profesora de Derecho de la Universidad Northwester, publicó, en respuesta al ensayo de Garret Hardin, un trabajo titulado «La comedia del procomún». Rose recordaba que no todo se puede convertir en propiedad privada. En el trabajo citado, Rose indica: «Fuera de la propiedad estrictamente privada y de la propiedad pública controlada por el Estado, hay una clase distinta de propiedad intrínsecamente pública que no está controlada totalmente ni por el Estado ni por agentes privados. [Es una] propiedad poseída y gestionada de una manera colectiva por la sociedad en general, con un derecho independiente, y sin duda superior, al de cualquier supuesto administrador del Estado».
En 2009, se concedió el Premio Nobel de Economía a Elinor Ostrom -la primera mujer en recibir este honor- profesora en la Universidad de Indiana y en la Universidad Estatal de Arizona, por su análisis económico y antropológico exhaustivo de la historia del procomún –el primero- que abarcaba mil años. El Premio Nobel se le concedió por su agudo análisis de las razones por las que la gestión del procomún había triunfado y fracasado en el pasado, y sus pragmáticas propuestas para garantizar el éxito de su gestión en el futuro.
La investigación de Ostrom contradecía la afirmación de Hardin de que «todo procomún estaba destinado a la ruina», Ostrom encontró que al gestionar recursos comunes –pastos para ganado, zonas de pesca, sistemas de irrigación, bosques, etcétera- lo más frecuente era que cada persona antepusiera el interés de la comunidad a su interés personal, y que priorizara la conservación a largo plazo del recurso común frente a sus circunstancias personales, aunque fueran muy difíciles. En cada caso, el aglutinante que hacia viable el procomún eran unos protocolos de autogestión que se habían acordado voluntariamente mediante la participación democrática de todos los implicados. La retroalimentación y la colaboración se daban sin cesar de una generación a otra.
Tras años de estudios de campo y de investigación sobre lo que hace que un procomún funcione, Ostrom y sus colegas propusieron una lista de siete «principios de diseño» que parecen caracterizar cada procomún eficaz que examinaron. Esos principios han sido expuestos por Jeremy Rifkin en su libro La sociedad de coste marginal cero. El internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo (2014, Paidós) en su capítulo 10, del que he copiado la mayoría de las cosas aquí expuestas. Para que un procomún funcione es fundamental que las autoridades públicas reconozcan y aprueben la legitimidad de las reglas fijadas: cuando las autoridades no reconocen mínimamente la potestad de autogestionarse de un procomún, lo más probable es que el procomún no sobreviva mucho tiempo. Sin embargo, existen muchos más comunes de los que yo pensaba en un principio. Rifkin indica que «más del 80% de la región alpina de Suiza está gestionada por un sistema mixto que combina la propiedad privada para la agricultura con la gestión en procomún de prados, bosques y eriales» y añade: «Cuando se estudian las ventajas y los inconvenientes de los tres principales modelos de gestión –público, privado y procomún- no queda claro que uno sea necesariamente mejor o peor que el otro. Determinar cuál es el mejor modelo de gestión depende en gran medida del contexto. ¿Qué pensar del Mar Menor? Si hubiera estado gestionado como un bien común, no estaría ahora en la UVI, La Amazonia estuvo gestionada por los indígenas como procomún.
Christian Laval, sociólogo, y Pierre Dardot, filósofo, son autores de un libro Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI (2015, Gedisa) en el que, entre otras cosas, indican que los servicios públicos deben convertirse en institución de lo común y señalan: «La remunicipalización de la gestión del agua en Nápoles es, sin lugar de dudas, el ejemplo reciente más llamativo de creación de comunes locales o, más exactamente, de servicios públicos locales gobernados como comunes».