Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.
Eterna sombra, Miguel Hernández
Hilari Raguer i Suñer, historiador y religioso catalán, defendió en la revista Historia 16[1]RAGUER I SUÑER, H. (1990) «Franco alargó deliberadamente la guerra», Historia 16, nº 170, pp. 12-20 la tesis que Franco alargó la guerra deliberadamente. Raguer i Suñer señala que el objetivo final nunca fue ganarla, sino derrotar la mentalidad progresista, demócrata y republicana.
Desde los primeros días del conflicto, Franco dejó claro que no estaba interesado en una guerra rápida. De hecho, la instrucción del general Mola era llegar a Madrid lo más rápido posible por el camino de Despeñaperros, pero Franco decidió desviarse por Extremadura. A pocos kilómetros de la capital, prefirió hacer un giro para conquistar Toledo. No fue ésta la única desviación. El 3 de abril de 1938 las tropas franquistas ocuparon Lérida. La llegada y la conquista de la capital catalana era fácil, puesto que Cataluña se encontraba absolutamente abatida por la contienda. Sin embargo, Franco paró la ofensiva y marchó hacia Vinarós, con lo que la guerra acabó alargándose un año más.
Este juego táctico crispó los nervios de los comandantes fascistas italianos y nazis alemanes. Con la intención de aplacar la ira de Benito Mussolini, Franco envió un mensaje al Duce, donde explicaba que la guerra de España no era una guerra, sino una obra de liberación, por lo que su voluntad era la de convertirse en salvador de España.
Aunque es cierto que de todo esto no se habla en El otro árbol de Guernica (1967) de Luis de Castresana, puede (y debe) tenerse en cuenta para comprender la historia de unos niños españoles enviados a un orfanato de Bruselas durante la Guerra Civil Española. Castresana utiliza su propia experiencia como niño refugiado en el país flamenco y otorga al protagonista muchas de sus vivencias durante aquellos años. Santiago Celaya es un niño nacido en Ugarte y criado en Baracaldo que, junto a su hermana Begoña, es llevado a una expedición al extranjero. Al principio, para Santi y para el resto de los españoles, todo aquello no es más que un viaje donde descansar un poco y hacer nuevos amigos.
Lo que más le gustaba a Santi de la colonia de la isla de Olerón era que allí no había colas para comprar alimentos, ni hombres que iban a la guerra cantando en los camiones y que a lo mejor no volvían ya más a Baracaldo, ni racionamientos, ni bombardeos, ni sirenas que taladraban alarmantemente el cielo ordenando a la gente que se fuese al refugio. (…) Lo que más le gustaba a Santi de la isla Olerón era, en fin, la paz.
En un principio, la estancia en tierras francesas es por poco tiempo, ya que había el convencimiento que la guerra no duraría mucho. Pero, como afirmábamos antes, esta no era la intención de Franco.
Pero conforme pasaba el tiempo Santi y los demás se fueron aburriendo; la tranquilidad fue cediendo paso a una sensación de constante alarma e inquietud. La guerra duraba más de lo previsto y añoraban sus casas. Lo que al principio les había parecido unas vacaciones se estaba conviertiendo en una ausencia demasiado larga, en un exilio.
El otro árbol de Guernica se presta a dos lecturas. La primera es la historia de unos niños que se divierten fuera de España, que ven mundo, que aprenden francés, que hacen nuevas amistades; la historia de unos niños que se salvan de vivir la guerra y, por lo tanto, se salvan del maldito baile de muertos y de la pólvora de la mañana. Esta lectura resulta amena, porque es la lectura en la que Santi y sus amigos del Fleury hacen a André español, es la que Santi se enamora de la catalana Montserrat y, por supuesto, es la que Santi y los demás vascos juegan con la camiseta del Atlethi.
Sin embargo, hay una segunda lectura amarga, desagradable y profundamente dolorosa. Es la lectura en la que unos niños españoles huyen de una guerra que dura tres años, una guerra en la que pierden familiares -como el padre de Valentín-, una guerra en la que ya no pueden soñar con ser pelotaris.
(Santi) Quedó inmóvil y le heló la ausencia de las manos de su madre acariciándole el pelo; la ausencia de los labios de su madre besándole en la frente (…) y otras muchas ausencias que de súbito se le hicieron insoportables y le produjeron un gran dolor.
La infancia es, por mucho que nos cueste aceptar, una de las etapas más determinantes del ser humano. Es un momento en el que es imprescindible ser pequeño, soñar en pequeño, vivir como pequeño. Solo así llegamos a ser grandes, soñar en grande y vivir como grandes. La guerra es la mancha negra que impide que los pequeños sean pequeños y los grandes, personas. Y no existe nada más destructivo que dejar de ser persona, puesto que, atendiendo a la etimología per sonare, lo que negamos es la voz del otro, faltamos pues al reconocimiento, a la intersujetividad.
Santi, además, se pregunta una y otra vez el porqué de la guerra. Esta reflexión se produce en cualquier acto cotidiano: ¿por qué los adultos no dejan que André sea español?, ¿por qué los adultos no pueden entender que tienen derecho a jugar a fútbol aunque haga frío?, ¿por qué no pueden hacerse pis en la cama, si en el frente hay hombres «hechos y derechos» aterrados ante el sonido de las ametralladoras?
Como el Principito, Santi nos lleva de la mano con un discurso inocente y sincero de como son las relaciones humanas adultas. Santi nos habla de la incomunicación en las familias, de la soledad en un orfanato, del abandono en un país extraño. Santi se pregunta constantemente si les grandes personnes son siempre así de extrañas y de contradictorias, si se empeñan en ver un sombrero y no el elefante dentro de la boa.
Resulta curioso el retorno que narra el autor. Cuando, finalmente acaba la guerra en España, empieza la guerra en Bélgica, por lo que la partida del país flamenco no supone un final alegre para ninguno de los españoles allí enviados.
Tirado en el suelo, sobre los raíles de la vía férrea, junto a la barrera levantada, pensó “Otra vez la guerra.” Otra vez aquella cosa terrible que era la guerra se presentaba ante sus ojos, y Santi no comprendía, no acababa de comprender por qué siempre, aquí y allá, a lo largo del tiempo y de la geografía, tenía que haber guerras. Era algo tan ilógico y cruel y brutal que despertaba no solamente su tristeza, su miedo y su odio, sino también su asombro, su perplejidad.
Al llegar a Irún, lo primero que ven son los uniformes militares, los camisas azules, las banderas rojigualdas, los retratos de Franco y de José Antonio y, por supuesto, los inmensos letreros donde se lee «¡Arriba España!». Este final presenta también dos lecturas: en la primera, Santiago y Begoña Celaya vuelven a casa con sus padres quienes les esperan con los brazos abiertos, deseosos de saber todo lo que han visto y han aprendido; en la segunda, Santi regresa a la España de la derrota, el silencio y la humillación. Santi y los suyos deberán vivir en la España donde no sólo se ha perdido una guerra, sino que la guerra ha servido como fuente y ejercicio de derecho. Es la España de la ilegitimidad legalizada que, lamentablemente, sigue bramando desde las fosas comunes.
Título: El otro árbol de Guernica |
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Referencias
↑1 | RAGUER I SUÑER, H. (1990) «Franco alargó deliberadamente la guerra», Historia 16, nº 170, pp. 12-20 |
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Canción «El roble de Guernica». Letra: Jorge Padula Perkins. Música: Rodrigo Stottuth. Voces: Nery H. González Artunduaga.
Conmemoración del bombardeo de Guernica.
https://youtu.be/gfYiK5lolUE
El árbol fue testigo de los gritos de espanto;
silencioso testigo de la sangre y el llanto.
El roble que en Guernica enterró sus raíces
y acompañó a la vida en los tiempos felices.
La planta silenciosa soportó los estruendos
y se alumbró en las llamas de los crudos incendios.
Sus ramas se enlutaron con las almas en duelo
y sus hojas sufrieron el temor por los vuelos.
Los pájaros dejaron con pavor su follaje,
mientras la gente corría, buscando resguardarse.
Y después de las bombas, desolación y ruina
y el árbol, conmovido, sosteniendo la vida.
Porque el roble no es solo hojas, ramas y fruto.
Es el símbolo del pueblo; de Guernica atributo.
Emblema libertario de vascos y Vizcaya
que al horror de la guerra contrapone esperanza.
El roble de Guernica. El roble de Guernica.