Hay sentimientos de primera, de esos de los que todo el mundo quiere hablar. Y otros que casi es mejor mantener ocultos, porque tocan aspectos de la realidad que no resultan tan atractivos. Son los que Aurel Kolnai, inspirador del autor del libro que comentamos, denomina «sentimientos hostiles», incluyendo también una fenomenología del odio y de la soberbia, aunque lo que le dio un gran prestigio, hasta el punto de que su objetivo básico coincide con el de McGinn, quien propone sobre todo una ampliación y a veces revisión, es su empeño de «comprender la esencia, la significación, la intención del asco y, por así decir, las leyes que unen el mundo de sus objetos.»[1]KOLNAI, Aurel: Asco, soberbia, odio. Fenomenología de los sentimientos hostiles. Encuentro, Madrid, 2013, pág. 34.
Esencia, significación, intención… Todo esto apunta a la filosofía husserliana, y lo comparte punto por punto Colin McGinn. Pero de la misma manera que el Quijote escrito por Pierre Menard y el Quijote escrito por Cervantes se parecen tanto, se hacen en realidad casi indiscernibles, sólo para enfatizar sus diferencias, así sucede con el actual programa y el anterior de Kolnai. Si este tenía que enfrentarse a los desvíos más poderosos, que entonces provenían del psicologismo, McGinn debe hacerlo con aquellos debidos al giro lingüístico impuesto en la filosofía anglosajona a partir de Wittgenstein: «El fin último reside en elaborar una teoría que aúne la clase de las cosas que nos producen asco: lo que todo lo asqueroso, y solamente esto, tiene en común. Nos hallamos ante, básicamente, una tarea de análisis conceptual, aunque no se trate de un análisis que tome simplemente el término asco y trate de adentrarse en su significado. En su lugar, trataré y analizaré la clase de cosas asquerosas e intentaré dilucidar qué es lo que las une a todas en relación con la emoción que provocan: ¿qué propiedades tienen las cosas asquerosas para que nos produzcan asco.»[2]MCGINN, Colin: El significado del asco. Cátedra, Madrid, 2016, p. 14 Un concepto ha de construirse sobre una comunidad en sentido fuerte, no sobre una mera apariencia o comunidad lábil. No como un parecido de familia al modo wittgensteiniano de análisis.
Por otro lado, este libro, a diferencia de lo que planteaba el de Kolnai, no se opone de manera taxativa al psicoanálisis, aunque ni siquiera a Kolnai se le hurta la ambivalencia de lo asqueroso, entre el repudio y la atracción: nos sólo nos da asco x sino que nos da asco que no nos dé asco x e incluso que pudiera atraernos.[3]KOLNAI, pág. 48 En el primer caso, la victoria sobre el asco, que es profundamente anómica con respecto a los mecanismos de exclusión social, a veces se adorna de una gracia sobreabundante. Por ejemplo cuando Francisco de Asís vence su repugnancia a tocar a los leprosos con sus vendajes hediondos. Que algo asqueroso ya no nos dé asco puede ser valorado del modo más alto. En el segundo, que lo asqueroso pueda a su vez atraernos nos lleva de bruces al intercambio sexual, en el que se mezclan secreciones o se establecen contactos con partes del cuerpo sustantivamente asquerosas. De hecho son esas partes del cuerpo las únicas que reciben el nombre de partes, como apócope pudoroso de partes pudendas. Pero esa ambigüedad entre el rechazo y la atracción se conserva también con respecto a un acontecimiento, que si no es asqueroso en sí mismo, es la ocasión de muchas experiencias táctiles, visuales y olfativas, virtualmente asquerosas. Me refiero a la muerte. Pues bien, sobre estos aspectos del sexo y de la muerte McGinn sostiene un discurso bastante más franco que Kolnai, quien tiende a retraerse ante dichos fenómenos. Digamos que no se deja vencer con tanta facilidad por la doble represión, cognitiva y afectiva, referida a los inicios y los finales de la vida.
A mi juicio, uno de los capítulos más importantes del libro es el cuarto (pp. 71-99), en el que valora y en su caso desmonta algunas de las teorías recurrentes sobre el asco, empezando nada menos que por la teoría darwiniana de la toxicidad al gusto como el origen del asco. A la que sigue un examen de la teoría del olor fétido, de la herencia animal, la teoría del proceso vital y de los organismos vivos como fuente del asco, la teoría de la muerte (la digestión, por ejemplo, es una fábrica de muerte), la teoría de la muerte en vida. Sobre este particular encontraremos múltiples sugestiones para conectar el asco con el terror, porque lo horrible de las cosas terroríficas (espectros, zombies, vampiros) tiene que ver con el miedo a que las fronteras de lo vivo y de lo muerto no resulten por completo precisas.
Hablábamos al principio de la importancia de las emociones secundarias, de su capacidad para revelarnos aspectos fundamentales de la vida humana. Esto lo demuestra con creces McGinn en este ensayo minucioso, aunque en este sentido la posición más extrema la encontramos en el capítulo séptimo, pues allí hacer pivotar la entera condición humana en torno al asco y lo asqueroso. Incluso podría hablarse del un anticartesianismo bastante provocativo. Afirma nada menos que la filosofía de Descartes omite el ano.[4]McGINN, pág. 140Todo aquel que piensa, defeca. La verdad es que este reproche puede hacerse a casi toda la filosofía en general, ni siquiera estoy seguro de que la de Descartes, sobre todo por lo que se refiere al análisis de la fábrica del cuerpo, sea la más susceptible de resultar condenada por tal pecado de omisión.
Esta naturaleza dual, la del héroe revestido de una corteza corporal nada heroica, que es lo que le hace afirmar a McGinn que estamos incrustados en lo asqueroso, no creo que anule el dualismo que achaca al filósofo francés. En realidad sólo lo hace un poco más dramático o pintoresco. No, no somos duales: pensamos y defecamos. Es importante que no contemplemos entre ambas acciones una disyunción o una adversativa. Dar cuenta de la finitud, de la inmanencia consiste en eso. Es verdad que finitud e inmanencia no son palabras sinónimas, en gran parte la historia de la filosofía contemporánea es también la de la génesis de ambos términos como antónimos. Y sin embargo, hay una frontera transitable entre lo heroico y lo nada heroico. Puesto que puede darse un salto catastrófico desde ambos órdenes: por ejemplo se nos puede escapar un eructo en medio de una disquisición sobre el verdadero significado de la teoría aristotélica del Motor Inmóvil. Este hiato es el que salva la risa, un fenómeno que, si hacemos caso a Henri Bergson, no sería menos pertinente para una antropología predicativa que el asco.
En cualquier caso, Colin McGinn nos hará pensar y, a buen seguro, saber un poco más de nosotros mismos.
Título: El significado del asco |
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