Se cumplen cien años del nacimiento de uno de los intelectuales decisivos del desarrollo cultural latinoamericano del siglo XX, el mexicano Octavio Paz. Poeta, sobre todo, agudo ensayista, crítico literario, periodista y diplomático, su vida, como la otros tantos de los grandes escritores del siglo, es un espejo de la convulsa historia política, social y cultural de un país, México, de un continente, América Latina, y de una conciencia, ese territorio que Carlos Fuentes llamara para siempre Territorio de La Mancha.
Su trayectoria literaria comienza en la década de los años 30, años en los que participa en la fundación de revistas literarias y publica sus primeros poemas. Tras su matrimonio con Elena Garro, otra de las grandes narradoras del México contemporánea, su historia empieza en Valencia en 1937 en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, donde conoce a Pablo Neruda, a Luis Cernuda y a los grandes escritores en español de su tiempo. Aunque preocupado por eliminar su huella en su trayectoria literaria, no lo incluyó en su poesía reunida, Paz escribe ¡No pasarán! en 1936 y en 1937 Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España, poemarios ideológicos escritos en defensa del bando republicano, como hicieran también Pablo Neruda en España en el corazón o César Vallejo en España aparta de mí este cáliz.
El perfil intelectual de Octavio Paz es también el del escritor latinoamericano cosmopolita y político, pues al amparo de las instituciones públicas desarrolló una carrera diplomática que le permitió conocer los núcleos culturales más importantes del mundo, Nueva York y París, afianzar los lazos españoles y formarse en el pensamiento oriental en sus prolongadas estancias en Japón y en la India.
Libertad bajo palabra (1949) marcó decisivamente el devenir de su poética, que viró indiscutiblemente hacia un lirismo hermético que debe mucho a la revolución surrealista, y a la que se irán añadiendo las cosmovisiones prehispánicas y la filosofía oriental, que definirán no sólo su tarea como poeta, sino también su importante labor como ensayista.
En el gran debate de la identidad, de la identidad mexicana, Octavio Paz marca un hito fundamental en 1950 con la publicación de El laberinto de la soledad, donde el escritor reflexiona sobre la esencia mexicana en un ensayo de identidad nacional que entronca con la fecunda reflexión identitaria surgida tras las independencias americanas y asentada durante los años del modernismo y las vanguardias.
Como crítico, o historiador de la literatura, más allá de sus inclinaciones políticas, creo que Octavio Paz es uno de los críticos literarios más preclaros del siglo, desde el redescubrimiento de Rubén Darío a su definición poética en El arco y la lira (1956), destacando sin duda el ensayo sobre la Décima Musa, Sor Juana Inés de la Cruz y las trampas de la fe (1982).
Después del 68 nada podía ser igual. Octavio Paz, que formaba parte del Gobierno de Díaz Ordaz como embajador en la India, presentó su dimisión irrevocable tras la matanza de estudiantes en Tlatelolco. El enredo de su divorcio con Elena Garro, la sangre de unos estudiantes inocentes y su connivencia con los poderes políticos mexicanos desde décadas atrás motivaron unas críticas feroces sobre su papel tras la tragedia del 68. A la luz de los acontecimientos, Paz dictó varias conferencias en Estados Unidos que luego publicó con el título de Postdata, en una apostilla necesaria a la reflexión identitaria de El laberinto de la soledad tras la terrible manifestación de la esencia mexicana aquel 2 de octubre de 1968.
Uno de los primeros poemas que reflexionan sobre los acaecido aquel día fue el suyo, que hoy escribe las ventanas del memorial de Tlatelolco. La pirámide de los sacrificios y la historia circular mexicana, que es también la historia de Paz.
[…] CulturalStudies [4/7/2014] […]
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