El vigente sistema económico social se ha desarrollado a espaldas de las características del planeta Tierra en que vivimos. El que fue catedrático de Estructura Económica en la Universidad Autónoma de Madrid, Ramón Tamames, en un artículo publicado en el nº 9 (septiembre de 2011) de la revista Economistas, utiliza la expresión «nave espacial Tierra», atribuida al economista inglés Kenneth Boulding. En palabras de Tamames, nuestro planeta se comporta como una nave espacial «con un conjunto de circuitos cerrados y con un solo input exterior (la energía solar) y una sola fuerza motriz (la gravedad), sobre las cuales no se puede actuar»; una nave espacial que viaja a través del universo, con un nutrido pasaje humano que podrá sobrevivir por mucho tiempo, o indefinidamente, o bien perecer si potenciales fuerzas destructivas no se concilian entre sí. En contra de lo que debería ser en esa nave espacial existen, por una parte, unos pocos pasajeros de primera que viajan cómoda y lujosamente, y, por otra, un gran número que casi no tiene donde sentarse y al que no llegan siquiera los servicios mínimos de alimentación y sanidad, con el agravante de que los que ocupantes de los lugares más cómodos no están satisfechos y con el deseo de gozar de más comodidad están destrozando partes esenciales de la nave, algo que, sin duda, conducirá a que el viaje termine para todos los seres humanos. Si queremos sobrevivir o dejar a las generaciones futuras un mundo habitable, urge resolver todos los problemas que han creado, y siguen creando, las élites que dirigen la nave. Señala, Ramón Tamames, que las personas que viajan en la nave, en su mayoría, aún no ha tomado conciencia de su responsabilidad: responsabilidad de cuidar la nave para dejarla en el mismo, o mejor, estado en que la encontró.
Thomas Homer-Dixon, director del Centre for the Study of Peace and Conflict de la Universidad de Toronto y profesor asociado en esa misma Universidad, es autor de un libro titulado, El vacío de ingenio ¿Podremos resolver los problemas del futuro? (2001, Madrid, Ed. Espasa Calpe) en el que indica que la humanidad necesita ingenio para sobrevivir.
En el capítulo 8 de ese libro, Homer-Dixon señala que mientras biólogos, y científicos que trabajan en áreas afines, declaran que muchos de los recursos naturales son finitos, se encuentran personas –los optimistas económicos- cuya opinión es que no existe tal limitación, pues el ingenio y la iniciativas humanas pueden resolver los problemas que surjan.
A diferencia de la primera corriente de pensamiento, que prevalece en los medios de comunicación de masas y los movimientos ecologistas, la creencia defendida por los optimistas económicos guía a la Organización Mundial de Comercio (OMC), el Banco Mundial y otros organismos dirigentes del actual sistema económico-social y aparece en influyentes libros, revistas y periódicos de orientación empresarial.
Aunque estas personas (los optimistas económicos) suelen aceptar que la escasez severa paralizó a alguna sociedad preindustrial, sostienen que los factores limitadores fueron, en realidad, la falta de conocimiento y la ausencia de instituciones adecuadas.
Este profesor (Homer-Dixon), indica que es cierto que el ingenio humano ha encontrado sustitutos para algunos recursos, pero también es cierto que los optimistas económicos hacen un uso muy selectivo del ingenio humano. En algunos casos, ya conocen sustitos de algunos recursos, pero no los usan; y, en otros, sencillamente, carecen de esos recursos y prefieren acudir a las reservas existentes en los países del Tercer Mundo. Por ejemplo, ¿por qué no fabrican los teléfonos móviles, ordenadores, consolas de videojuegos y análogos sin tener que utilizar tántalo, material que, en gran proporción, extraen -más bien, roban- el existente en el Congo?
La vida humana en nuestra nave espacial Tierra está en peligro, pero se salvará porque -prescindiendo de los optimistas económicos, que han conducido a la presente deriva y para los que solo cuenta el PIB- hay muchas personas, utilizando la inteligencia y, sobre todo, la empatía y la solidaridad -características de la especie humana- están estudiando cómo se puede acondicionar nuestra nave de forma que sea habitable para las generaciones futuras.
A este respecto, Federico Mayor Zaragoza empieza un artículo titulado «Cuando la nave se hunde» (El País, 6 febrero de 2019) con la siguiente frase: «De pronto, escribió Leonardo de Vinci, ya no hay a bordo ricos o pobres, jóvenes o ancianos, blancos o negros,… solo hay pasajeros afanados, trabajando en común para sobrevivir, para evitar el naufragio».
En ese trabajo en común han estado involucrados los 193 Estados de la Organización de Naciones Unidas (ONU), la sociedad civil y otras partes interesadas: se trataba que estuviera representada una amplia gama de intereses y perspectivas. Y el 25 de septiembre de 2015 aprobaron la Agenda 2030 que incluye 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), con 169 metas y 250 indicadores y lleva por título «Para transformar el mundo».
Esta Agenda 2030, que entró en funcionamiento en enero de 2016, invita a una acción concertada para resolver o minimizar los graves problemas internacionales con los que, en la actualidad, está afectada a la Humanidad: desigualdad económica entre países y dentro de un mismo país, cambio climático, degradación de ecosistemas, falta de participación de la sociedad civil, desigualdad de género, incumplimiento de la Declaración Universal de Derechos Humanos, etc.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, indicados en la Agenda 2030 son:
Objetivo 1. Poner fin a la pobreza en todas sus formas, en todo el mundo.
Objetivo 2. Poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible,
Objetivo 3. Garantizar una vida sana y promover el bienestar en todas las edades.
Objetivo 4. Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida.
Objetivo 5. Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas.
Objetivo 6. Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos.
Objetivo 7. Garantizar el acceso a una energía asequible, segura, sostenible y moderna para todos.
Objetivo 8. Promover el crecimiento inclusivo y sostenido, el `leno empleo productivo y el trabajo decente para todos.
Objetivo 9. Construir infraestructuras resilientes, promover la industrialización inclusiva y fomentar la innovación.
Objetivo 10. Reducir la desigualdad en y entre los países.
Objetivo 11. Lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles.
Objetivo 12. Garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles.
Objetivo 13. Adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos.
Objetivo 14. Conservar y utilizar de forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible.
Objetivo 15. Proteger, restablecer y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, gestionar los bosques de forma sostenible, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras y poner fin a la pérdida de la diversidad biológica.
Objetivo 16. Promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y crear instituciones eficaces, responsables e inclusivas a todos los niveles.
Objetivo 17. Fortalecer los medios de ejecución y revitalizar la Alianza Mundial para el Desarrollo Sostenible
Se trata de objetivos diseñados para ser perseguidos por los países de todo el mundo, ya sean pobres o ricos, pues aunque sean ricos pueden tener problemas internos – como la desigualdad o la violencia de género- y responsabilidades, sobre todo respecto a la lucha contra el cambio climático y la ayuda al desarrollo de las naciones menos avanzadas.
A principios de 2018, El País y la FAO (agencia de la ONU para la Alimentación y la Agricultura) se asociaron para elaborar 11 libros que «acercarán a los lectores del diario desafíos que no siempre alcanzan las primeras páginas». Estos 11 libros , bajo el título común «Estado del planeta», van abordando los principales desafíos con que la humanidad se está encontrando; el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la insuficiencia de agua dulce (el consumo mundial de agua se multiplicó por seis durante el siglo pasado, el doble del crecimiento de la población), el problema de la malnutrición (la obesidad, epidemia del siglo XXI, más de 1.900 millones de personas tienen sobrepeso), los océanos (en 2050 podía haber más plásticos que peces en los océanos), el exceso de población, el hambre (815 millones de personas siguen padeciendo hambre en el mundo), pobreza infantil, la necesidad de una nueva revolución agrícola, contaminación, y, en general, los retos del futuro. Estos libros sirven de antesala a los Objetivos de Desarrollo Sostenible; después de analizado cada aspecto particular del estado actual del planeta se indica el o los Objetivos de Desarrollo Sostenible relacionados.
De una forma u otra, la sociedad civil ha empezado, en múltiples organizaciones no gubernamentales, a aportar su granito de arena para hacer realidad los Objetivos de Desarrollo Sostenible antes de 2030. Miles de pueblos y ciudades de todo el mundo han decidido pasar a la acción, sin dramatismo, haciendo su particular transición hacia un mundo sostenible. Quizás los más atrasados, envueltos en luchas por el poder, sean los políticos: en España se empezó a hablar de la Agenda 2030 el 7 de septiembre de 2018, cuando se creó un Alto Comisionado dependiente directamente del, entonces, Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Esperemos que tras este primer paso, España se sienta involucrada en el cumplimiento de esta Agenda 2030: necesitamos con urgencia un mundo sostenible. Estamos moralmente obligados.