«La mayoría de la gente será innecesaria en el siglo XXI» comenta el historiador israelí Novah Arari en su nuevo libro Homo Deus. El mundo está sufriendo un acelerado proceso de robotización, en el que los humanos cada vez tendrán menos sentido.
El pasado 12 de octubre emitieron en La Sexta un nuevo documental de investigación del periodista Jalís de la Serna sobre Silicon Valley, una zona de la ciudad de San Francisco conocida por ser el centro neurálgico de grandes empresas transnacionales del ámbito de la tecnología digital. En el valle del Silicón conviven juntas Facebook, Google y LinkedIn, entre otras, lo que supone un enorme potencial económico y un atractivo para jóvenes cerebros de todo el mundo que quieran fundar su propia empresa digital o ser fichados por alguna compañía. Es, posiblemente, el vivero de empresas y emprendedores más productivo y eficiente del mundo.
A lo largo de los cincuenta minutos que dura el reportaje, se entrevistan a distintos personajes y se muestra la realidad de esta burbuja tecnológica, la más importante en su sector. La narrativa del emprendedor digital es la base de todo en Sillicon Valley: desarrolla una innovadora idea y plásmala. Es un paraíso para frikis de la tecnología, ostentosos, adinerados, inversores y de vez en cuando algún cerebro que llega a triunfar. Sillicon se respalda con un poderoso sistema de universidades -de las mejores del mundo- afincadas en sus alrededores, desde Stanford hasta la Universidad de California. Por ello, está todo lleno de headhunters digitales, aquellos que buscan «cazar cerebros».
Como bien enseña el documental, las relaciones humanas no existen en Sillicon Valley. Solamente existe el interés individual, por lo que entre ellos no dudarán en pisarse la cabeza siempre que puedan, para conseguir un puesto mejor en la escala de poder. Este ambiente tan sumamente competitivo e inhumano también ocurre en otros mundos como la banca, los fondos de inversión y las consultorías estratégicas. Este mundo funciona, al fin y al cabo, como las relaciones internacionales. La famosa frase dice: «En política internacional no hay amigos, sino intereses».
El poder que tienen estas empresas es inconmensurable, ya que son capaces de almacenar prácticamente todos nuestros datos. Por ser usuario de cualquiera de estas empresas ya perdemos toda nuestra privacidad. Saben dónde vivimos, nuestros gustos y aficiones, nuestras confidencias y miles cosas que seríamos incapaces de imaginar, pero que desde luego, son extremadamente preocupantes para nuestra privacidad individual. El control social que ejercen es inmenso, al más puro Gran Hermano. Jamás, en la historia de la humanidad, un poder como el de los gigantes tecnológicos había sido capaz de almacenar esta cantidad de información personal.
La falsa modestia que se respira en Sillicon Valley es, en momentos del documental, bastante hipócrita y detestable. Casualmente, todo lo hacen por la innovación, por emprender, por mejorar el mundo. Por hacer la vida más ligera, rápida y ágil. ¿Pero cuál es ese mundo me pregunto yo? ¿A quién va dirigida esta innovación y que función tiene? ¿A conseguir unas gafas de realidad virtual? ¿A una app que mejorará el mundo?
Hay voces alternativas
Desde las sombras de Sillicon Valley ejerce una notable influencia Andrew Keen, llamado allí como el anticristo, un ex-empresario del sector que ejerce una feroz crítica a los gigantes tecnológicos, que producen poco, ganan mucho —y lo evaden— y provocan unas enormes desigualdades. El escritor explica las incongruencias, estupideces y males que está llegando a hacer el fenómeno de Internet en nuestras vidas diarias, destrozando nuestras relaciones humanas y creando falsas apariencias. No se autodescribe como un tecno reaccionario, pero sí a favor de una regulación de la racionalización de la tecnología.
En un futuro, la robotización sustituirá una gran parte de los trabajos actuales, por lo que la brecha digital será cada vez más pronunciada y habrá una gran masa de trabajadores que no podrán optar a trabajos ¿Cómo se podrán paliar estos futuros problemas? ¿Reduciendo las jornadas laborales? ¿Con la implantación de una renta mínima universal? ¿Se seguirá haciendo más grande la brecha entre ricos y pobres?
¿Realmente está mejorando nuestras vidas la tecnología digital? Sinceramente, veo un futuro negro, en el que el homo videns de Giovanni Sartori pasará a ser el homo stultus (estúpido), el ser humano que no se cuestiona su propia existencia, que vive por y para consumir, que solamente busca el lucro y su interés individual, que antepone un robot a una persona.
Volviendo a Noah Harari, en su último libro explica que el ser humano aspirará a tres principales búsquedas en un futuro próximo: la inmortalidad, la felicidad y la divinidad. Todos estos poderosos proyectos marcarán a la humanidad. La robótica, la biotecnología y demás ciencias increscendo serán capaces de modificar, como nunca había pasado, la génesis humana.
Vivimos en momentos turbios, de tormenta tecnológica. En el que, parafraseando a Gramsci, lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir. Lo único que podemos —y debemos— hacer es reivindicar a las humanidades y a las ciencias sociales en general: solamente ellas nos ayudarán a entender estos complejos cambios que auspiciaran una nueva era tecnológica. Pensando en colectivo entenderemos mejor a la sociedad. Reivindicar a las humanidades es reivindicar a la humanidad y al humanismo.