Que España se mantiene inmersa en una permanente campaña electoral desde hace años es algo sobradamente conocido. Los motivos de ello no competen a este artículo pero por reducirlo a lo más elemental es el resultado del escaso recorrido que ha tenido la democracia en nuestro país y una consecuencia de la desaparición del tradicional bipartidismo en el que se ha desenvuelto la misma tras el fin de la dictadura.
En un año donde se van a celebrar diferentes comicios, unas municipales el próximo 28 de mayo, autonómicas parciales y unas generales a finales de año, el fenómeno en buena lógica se multiplica.
Pero mucho más aun en el contexto de un escenario internacional donde se está produciendo un nuevo interludio entre las dos maneras de entender el capitalismo que se han desarrollado en occidente desde el final de la II Guerra Mundial.
Una primera parte, prácticamente durante las cuatro décadas siguientes a la guerra, donde se construyó un modelo de estado del bienestar en base a un cierto control sobre la economía de libre mercado. Tras ella y hasta hoy, por contra, otro modelo donde se ha confiado todo al libre albedrío del mercado.
Este último con la fe depositada en que rebajar de manera sensible las cargas fiscales a los que más tienen y que la desregulación de los diferentes sectores del comercio, las finanzas y la industria fomentaría la competitividad conduciendo ello a una mayor generación de riqueza que a través de una ingenua «teoría del derrame», alcanzaría a todos los peldaños de la sociedad. Nada más lejos de la realidad.
La historia
Fueron las crisis petroleras de los años 70 y con estas un alto incremento de las materias primas, las que pusieron en graves aprietos las políticas de desarrollo puestas en marcha tras la guerra.
La dificultad para hacer frente a tales sucesos y el consiguiente descontento de la ciudadanía abrieron paso a una teoría neoliberal que hasta ese momento había quedado reducida al ámbito académico.
Su capacidad de persuasión inspirada en las masivas reducciones de impuestos y una vorágine libertaria en todos los ámbitos de la economía junto la llegada al poder en las primeras potencias de algunos de sus alumnos más aventajados, representados en las figuras de Ronald Reagan en EE.UU. y Margaret Tatcher en el Reino Unido y la primera gran crisis económica de escala universal desde la IIGM, resultaron el mejor caldo de cultivo para el florecimiento de la misma.
Hoy, 40 años más tarde de aquel viraje de una economía controlada a otra donde la desregulación y la aversión a lo público son sus principales atributos, la empírica ha puesto en evidencia las fallas de esta última.
Las burbujas financieras e inmobiliarias sobrevenidas con la llegada del nuevo milenio, el crack financiero de 2008, la crisis posterior desatada por el mismo en todos los ámbitos, las suscitadas durante la pandemia, las derivadas de esta última, la crisis energética e inflacionaria y las emanadas de la guerra de Ucrania, han resultado las principales señas de identidad de un modelo económico y social que ha conducido a unos extraordinarios desequilibrios y ha llevado al límite una crisis medioambiental sin precedentes.
El mayor error de la teoría neoliberal fue olvidarse en su concepción de algunas de las peores debilidades humanas: la avaricia, la codicia, el egoísmo y la ambición sin límites. Fiándolo todo a que el sistema económico y financiero funcionara como si de un ecosistema más de la naturaleza se tratara.
De ahí que volver atrás, a ese otro modelo de capitalismo cuasi intervenido como el que desarrollaron entre otros Francia, Alemania, los países nórdicos, Países Bajos, Canadá e incluso el Reino Unido o los mismísimos EE.UU. hasta las citadas crisis petroleras, resulte poco menos que una auténtica aberración para muchos de los que han multiplicado sus beneficios y sobre todo han desarrollado inmensas fortunas estos últimos años.
Y es ahí donde nos encontramos ahora. España es solo un eslabón más de la batalla cultural en que se encuentra inmersa todo el mundo desarrollado.
Justo en la dirección contraria de cómo se diera hace 40 años pero con la dificultad añadida que hoy en día las élites han acumulado mucho más poder del que tenían entonces y cuentan con numerosos medios a su alcance para manipular a buena parte de una población ya de por si ensimismada e insensible entre las sutilezas y artificios de una sociedad de consumo excesiva.
Para colmo la irrupción de un fenómeno que se creía muerto y enterrado tras la IIGM pero que en realidad nunca había llegado a desaparecer del todo, como es el ultra nacionalismo y conservadurismo de unos resurgidos partidos de extrema derecha ha venido a acrecentar aún más el conflicto.
Y si a eso añadimos la llegada del primer presidente de color a la Casa Blanca, Barack Obama, que hizo revolver sus entrañas a buena parte de la América profunda en un país de tan especial transcendencia para la esfera política internacional, el aumento del flujo de las corrientes migratorias que huyen de las consecuencias del cambio climático y la devastación de sus recursos y la consolidación de la mujer en sus aspiraciones de igualdad a través del movimiento feminista, han provocado un efecto acción/reacción todavía más virulento en la parte más aleccionada y conservadora del electorado.
La escopeta nacional
Probablemente no haya habido en la historia reciente de este país nadie que haya retratado de mejor manera a las élites y los usos y costumbres de un pueblo perseguido por su propia historia que Luis García Berlanga.
El genial director valenciano supo cómo nadie transmitir a lo largo de buena parte de su filmografía la ingenuidad de una ciudadanía sumisa ante unas élites que todavía hoy, casi 50 años después del fin de la dictadura, siguen haciendo sin el menor rubor de su capa un sayo en España.
Buena muestra de ello son los excepcionales resultados de las grandes compañías españolas a pesar de que según toda la oposición político mediática se está produciendo un auténtico estropicio a las mismas provocando su presunta huida en masa del país por culpa del actual gobierno «rojo satánico».
Por el momento, el nada sospechoso Banco Central Europeo ha publicado que tras finalizar el pasado 2022 los directivos de la banca española son los mejor pagados del continente, mientras esta cerraba dicho ejercicio con unos beneficios históricos del 25 % por encima del anterior.
Y no solo eso que podría decirse se viene de una situación alterada por la pandemia sino que, en realidad, están reportando los mayores beneficios de su historia.
Tanto es así que hace solo unos días el BBVA ha divulgado un incremento del 40 % en el primer trimestre del presente año. Mientras afirma su consejero delegado, que no es necesario por tanto un aumento de la remuneración de los depósitos de sus clientes –de las más bajas del continente-, mientras esta se dispara entre sus accionistas.
No digamos ya el caso de las eléctricas que igualmente se prodigaron en sus beneficios el último año y en el que Iberdrola resultó su máximo exponente con un incremento del 40 %. Sí, esa misma que su presidente llamó «tontos» a los consumidores españoles.
Un 66 % de incremento en el caso de las constructoras o un 10 % de media en el caso de las distribuidoras de alimentación, curiosamente mientras la cesta de la compra se dispara en los supermercados y cuando los pequeños productores ven como merman sus beneficios.
Todo esto después de que el gobierno haya aplicado un nuevo impuesto sobre las eléctricas y la banca, que de no haber sido por ello dichos beneficios hubiesen alcanzado proporciones astronómicas.
Aun así, según el propio BDE, los beneficios empresariales han crecido por encima del 25 % en el caso de las empresas medianas y del 90 % en el caso de las más grandes. Y lo que es más importante, con un margen un punto y medio superior que el ejercicio anterior.
En medio del fregado otra institución nada sospechosa de peligrosa izquierdista como la OCDE, que agrupa a los 38 países más desarrollados del planeta, afirma que los salarios de los trabajadores españoles han caído más que los de sus vecinos.
Y para colmo, tal como ha pasado siempre, el estallido de la burbuja en 2008, el posterior crack bancario o ahora con la pandemia, España sigue siendo un país que, mejor que nadie, socializa las pérdidas para acabar privatizando las ganancias.
¿Alguien podría haber retratado de mejor manera el fenómeno que García Berlanga?
El pensamiento único: propaganda y redes sociales.
Decía el secretario general de la UGT poco antes del pasado 1 de mayo de la importancia del relato.
«Así, nos encontramos que se define como “costes laborales” la parte destinada a compensar el trabajo de las personas, sin embargo se llama “inversión” a las máquinas que las sustituyen en los centros de trabajo. Se prefiere “emprendedor”, casi sinónimo de triunfador, a “trabajador autónomo”, que encierra un halo de subordinación que parece menos atractivo».
«Incluso vocablos aparentemente neutros como meritocracia terminan convirtiéndose en legitimadores de la desigualdad, pues si la riqueza es la consecuencia del merecimiento, la pobreza es el resultado de desmerecimiento que hace al pobre culpable de serlo, eximiendo a los más pudientes, y a sus representantes, de la obligación de tener que repartir la riqueza generada».
Incidiendo en esto último, a decir de los mantras liberales toda persona desde el momento que nace tiene las mismas posibilidades que cualquier otra para alcanzar el éxito y si no lo consigue es ella la única responsable. Pero la realidad dista mucho de ello porque no es lo mismo nacer en el seno de una familia humilde, en un barrio pobre, que en una pudiente y en un barrio rico.
En definitiva tanta es la importancia del relato que los poderosos e innumerables altavoces mediáticos que porta el sistema no cejan en su intento de hacer creer a la gente que sólo hay dos alternativas posibles.
Bien este capitalismo integrista actual que copara países e instituciones desde las últimas décadas del pasado siglo o el comunismo totalitarista de los soviet, léase también castrismo, chavismo, etc. acercándolo así a movimientos antidemocráticos o pseudo democracias más recientes.
Lo que no es para nada cierto. Por mucho que se bombardeen las redes sociales a través de millares de entradas, escuetos videos y se proliferen múltiples peroratas.
El debate es por tanto largo, adquiere una trascendencia vital y está plagado de baches. De los que por una parte han resultado abducidos por las lisonjas de este capitalismo implacable, de los que miran siempre a otro lado y de los que asumen con naturalidad que otra manera de entender la sociedad no es posible por perverso que sea.
Y eso es lo que se dilucida en los próximos procesos electorales en España y los que tengan que venir en todo ese amplio abanico de países que constituyen la esfera occidental.
Si mantenernos aferrados a esta versión tan extrema, burda y soez del capitalismo de la que hemos tenido buena cuenta desde que arrancara el milenio o regresar a esa otra versión más humana que alumbró el estado del bienestar hace ya 80 años.
La misma que perseguía evitar que toda la serie de sucesos que tanto en el ámbito político como de la economía dieron lugar a las guerras mundiales del siglo pasado pudieran volver a repetirse y de una manera u otra pudieran poner en riesgo a la humanidad.
Que tampoco resultó infalible y que se dio cuenta a posteriori que su peor error fue el haber dejado en la estocada al tercer mundo y las secuelas que acarreo en todos los ámbitos ello.
Corren duros tiempos para casi todos y con la alargada sombra de un cambio climático que está poniendo en riesgo la vida sobre el planeta sin que sus verdaderos responsables se inmuten lo más mínimo y con una tímida acción política de por medio que no acaba de ponerles coto.
En esta ocasión no es el viento el que tiene la respuesta, será el pueblo y las decisiones que acabe tomando al respecto.