Este año 2019 que acaba de empezar es el de Blade Runner, la legendaria película de Ridley Scott. Aunque todavía no tengamos coches circulando por el cielo o la robótica y la inteligencia artificial no hayan alcanzado el nivel de Nexus 6, no es menos cierto que el futuro distópico que plantea la misma, en un modo u otro, cada vez se antoja más próximo.
A finales de los 70, en una Europa mucho más social, la denominada por aquel entonces Comunidad Económica Europea -integrada por Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Dinamarca, Irlanda y el Reino Unido-, no había sido capaz de dar debida respuesta a las sucesivas crisis del petróleo. Dicha incapacidad resultó el principal caldo de cultivo para que un nuevo modelo económico neoliberal se acabara imponiendo en el credo de la organización, poniendo en evidencia que serían los intereses del gran capital los que marcaban las prioridades de la misma.
La desaparición del denominado Telón de Acero tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y un mal entendido modelo de globalización de la industria y los mercados mundiales, fructificaron en una extraordinaria expansión del capitalismo en su versión más ortodoxa hasta traer como consecuencia en 2007/2008 la mayor crisis económica desde la Gran Depresión de 1929. En esta ocasión la Unión Europea no es que no solo no haya sido capaz de dar la debida respuesta a ello, sí no que más de diez años después del estallido de la crisis sus políticas han dado lugar a que una reducida élite concentre en unas pocas manos la riqueza generada, multiplicando su fortuna hasta límites inusitados, en detrimento de una ciudadanía que se ve cada día más diezmada tanto en sus rentas del trabajo como en sus prestaciones y derechos sociales. Un escenario idóneo para que el nacionalismo y la xenofobia hayan vuelto a recobrar protagonismo en casi toda Europa tal como ocurriera en la década de los 30 del siglo pasado.
Ahora y desde hace algún tiempo, la mayor parte de analistas muestran su preocupación ante lo que consideran evidencias de lo que parece ser la antesala de otra nueva crisis económica en los meses venideros, todo lo más el próximo 2020. En el caso europeo el que el siempre tan controvertido BCE haya dejado de comprar deuda desde primeros de año, el aumento de los desequilibrios fruto de ese menosprecio que citábamos antes a la rentas de trabajo y sus repercusiones sobre el consumo, los efectos del Brexit, claras señales de desaceleración procedentes de otros mercados externos así como los conflictos comerciales desatados aquí o allá por Donald Trump entre muchos de sus alocados dislates, parecen que van a acabar poniendo nuevamente en un brete a los estados de la Unión. Según se nos advierte el mundo financiero está más preparado para aguantar el tirón, pero los efectos de la crisis volverán a soportarlos en su peor medida los mismos de siempre, es decir las clases medias y más populares. De ser así otro nuevo fracaso de un modelo de finanzas y economía de mercado que se encuentra totalmente fuera de control desde hace décadas.
Nada que pueda sorprendernos en las propias entrañas de la UE ante sus continuos avatares, decenas de costosas reuniones de sus dignatarios que no conducen a ninguna parte y que resulta tan contradictoria en sí misma que incluso admite con total impunidad la existencia de paraísos fiscales en su propio seno como son los casos de Luxemburgo, Holanda y según quiera mirarse Irlanda o la propia España cuando en su caso se trata de los grandes emporios empresariales. O cómo pedirles peras al olmo a una Comisión Europea presidida por Jean-Claude Juncker, antiguo premier de Luxemburgo y que como ministro de finanzas de su país diseño tal estado de cosas para el mismo en perjuicio del resto de sus socios comunitarios. Por contra, en vez de haber sido enviado al ostracismo político, fue recompensado con los más altos cargos en la organización y, claro, así nos va.
Un paradigma más de toda una serie de actuaciones que están echando a perder o al menos poniendo en tela de juicio el pretendido modelo europeo. La Unión Europea, casi podría decirse que desde su mismísima fundación con el Tratado de Roma de 1957, ha cometido históricamente el error de priorizar la cuestión económica por encima del resto de valores. Si bien es cierto que durante los primeros años el concepto de Estado del Bienestar tuvo mayor relevancia en la misma, la vorágine neoliberal ha hecho saltar por los aíres cualquier condicionante que pueda anteponer a las personas por delante de los intereses del capital. Conscientes del estropicio, tras el estallido de la última crisis, Sarkozy, Merkel y el propio Obama escenificaron su mea culpa con aquel famoso «vamos a reformar el capitalismo», que no solo se quedó en nada si no que como remedio a la crisis actual apostó finalmente por una nueva huida hacia adelante a través de ese mismo integrismo capitalista con las dolorosas consecuencias ya conocidas para la mayoría de los ciudadanos. Mientras, veían multiplicarse sus beneficios las citadas élites en un ejercicio de avaricia y codicia rayano en la indecencia. De nada sirve ya pedir disculpas como ha hecho recientemente el propio Juncker al pueblo griego, cuando él mismo era presidente del Eurogrupo, por la despiadada manera en que fue tratado durante la crisis, provocando un extraordinario deterioro social y económico en décadas para Grecia del que tardará otras tantas en recuperarse. Si ese es el nivel de nuestros próceres más elevados qué podemos esperar del resto.
Por el medio y resultado también de tan brutal modelo económico, la explotación salvaje por parte de poderosas compañías transnacionales en otras zonas del mundo de sus recursos sin ningún tipo de miramientos y las sequías y reiteradas hambrunas consecuencias del cambio climático ha traído consigo el desenfrenado aumento de las corrientes de migrantes. Lo que añadido a los que huyen de la guerra, en el mayor ejercicio de hipocresía conocido por parte de los potencias occidentales y su escandalosa industria armamentística, han provocado la más multitudinaria crisis migratoria de los tiempos modernos. Millones de personas que huyen de sus países, de su hogar, de un riesgo permanente para la supervivencia. Un mar Mediterráneo plagado de cadáveres –14.000 en los 4 últimos años, en 2018 algo menos de 800 solo en aguas españolas, según datos de la OIM-, da buena prueba de la situación así como un número ilimitado de centros de reclusión para los recién llegados que se distribuyen a lo largo y ancho de todo el continente europeo hasta su deportación a sus países de origen, son reclamados desde cualquier otro lugar o desde el que acaban siendo presos de la miseria y la delincuencia. Un drama de proporciones dantescas ante el que las autoridades europeas son incapaces de ofrecer las debidas respuestas.
Por su parte el Brexit ha supuesto el mayor varapalo para el proyecto europeo desde su inicio. La falta de amplitud de miras ante los resultados del referéndum británico, un referéndum absolutamente manipulado por las fake news, datos sin fundamento, medias mentiras y medias verdades promovido desde las filas de un ultranacionalismo rampante -¿les suena a algo?-, entre buena parte de una ciudadanía ya de por sí tradicionalmente euroescéptica, puede provocar tanto para los propios británicos como para el conjunto de la Unión Europea una de las mayores catástrofes políticas, sociales y económicas conocidas, máxime en un momento de augurada recesión mundial. Entre otras variadas vicisitudes por la situación en que puedan quedar los millones de inmigrantes europeos en suelo del Reino Unido y los británicos que residen en el resto de Europa, imprescindibles los primeros para el mantenimiento del país y que en muchos casos han representado un desahogo en el suyo propio; la repercusión para todas las partes implicadas de un nuevo levantamiento de aranceles en un país que representa más del 12 % del total de la población europea o las consecuencias impredecibles en la City londinense, el mayor centro financiero del planeta.
Las elecciones del próximo mes de Mayo al parlamento europeo representan otro nuevo desafío para la Unión con la más que previsible irrupción en el mismo de un buen contingente de grupos de extrema derecha que hacen de su anti-europeísmo, el nacionalismo y la xenofobia su bandera y han ido tomando relevancia a lo largo y ancho del continente los últimos años, en su mayor parte debido a la falta de respuesta de las autoridades comunitarias a la multitud de problemas que se han ido presentando a los ciudadanos. Al día de hoy es imposible predecir cuál o tanta será su representación en la cámara pero si ésta fuera lo suficientemente importante podría dar al traste con todo el proyecto europeo. Dejando a un lado el contexto histórico no debemos olvidar que el fascismo fue una de las respuestas a la terrible depresión económica que sacudió Europa en los años 30 del siglo pasado y que en el caso de Alemania alcanzó el poder por vía electoral para después dar fin a la democracia y poner en liza toda la serie de acontecimientos que acabarían provocando en el continente la mayor tragedia de su historia.
Probablemente esta inacabable crisis con tan numerosas variantes nos ha servido para hacernos muchas preguntas sobre el presente y futuro de Europa y plantearnos qué modelo de Unión Europea es el que necesitamos. Indudablemente para los que creemos firmemente en un marco europeísta, solidario y que tenga el bien común y el estado del bienestar como sus primeras premisas, la actual UE dista mucho de ello. Si cabe, podría decirse que en numerosas facetas –véase como ejemplo la crisis de los refugiados de 2015-, ésta Unión Europea con 500 millones de habitantes, con el mayor status social y económico del planeta y un problema demográfico evidente, representa al día de hoy todo lo contrario.
Sin el menor género de dudas se hace preciso un sensible cambio de rumbo en la Unión. De una vez por todas se han de tomar medidas encaminadas al bienestar del conjunto de la gente, de esa inmensa mayoría de personas que honrada y dignamente hacen valer su trabajo e intentan abrirse camino en un entorno cada vez más difícil. Para ello se hace preciso terminar con una creciente precariedad laboral en aras de una competitividad imposible que está resquebrajando el marco social. Es fundamental cambiar el modelo fiscal en todo el continente eliminando los paraísos fiscales y dando paso en todos los países miembros a un modelo de fiscalidad progresiva de manera real y que haga, de una vez por todas, que el que más tiene más contribuya al bien común de todos. Es necesario un control riguroso del mundo financiero para que deje de hacer de su capa un sayo y que la especulación deje de ser su principal caballo de batalla. Se hace imprescindible reconducir el modelo económico actual hacia un modelo de desarrollo sostenible no solo para los estados miembros sí no en otros tantos países de nuestro entorno y del tercer mundo que sufren un expolio constante. De no ser así otro mantra, el del crecimiento perpetuo, terminara agotando los recursos y convirtiendo el planeta en inhabitable. Y tantas otras cosas de una larga lista de tareas que quedan exclusivamente a la voluntad política de ponerlas o no en práctica.
Propuestas para muchos al borde de la utopía, pero nada más lejos de la evidencia de que si seguimos mirándonos el ombligo ese futuro aterrador que nos presentaba Blade Runner, de una manera u otra como decíamos al principio, acabará siendo una realidad para todos.