Mediante un artículo de 1947 en la efímera revista artística Tiger’s Eye, y a raíz de un controvertido descubrimiento paleontológico (en concreto la hipotética reconstrucción de un esqueleto del Meganthropus paleojavanicus, considerado en ese momento nuestro antepasado más antiguo),[1]Si el Meganthropus paleojavanicus suponía verdaderamente una nueva especie de homínido prehistórico o, por el contrario, se trataba de una variante del Homo erectus sigue siendo una cuestión dudosa y discutida. el pintor estadounidense Barnett Newman se rebelaba contra la ciencia moderna, reducida a una especie de alarde onanista de su propia astucia y metodología, para reivindicar la importancia de conocer, no quién fue la primera persona, sino qué. A este respecto Newman lo tenía claro: el primer ser humano fue artista, y son los poetas y artistas quienes verdaderamente se preocupan por hallar su naturaleza original.
Bajo este alegato poético no subyace un arrebato de furor antiintelectual tanto como una crítica al pensamiento materialista y cientifista, que ha descuidado la búsqueda del sentido último de la humanidad, de aquello que nos permite reconocernos como tal, para priorizar un conocimiento más bien técnico y de interés eminentemente zoológico; dicho de otro modo, el problema no reside en el método científico, cuya validez reconoce, el problema está en la elección de la pregunta hacia la que nos encaminamos. Newman opinaba que aquel huesudo rompecabezas poco o nada podía contarnos realmente, para él, la primera expresión humana fue estética, y ahí deberíamos dirigir nuestra atención.
Esta cuestión se abre a un océano de posibilidades en cual merece la pena sumergirse e incluso equivocarse con tal de sacarle todo el meollo. El arte y el sentido de lo estético no son los únicos candidatos para definirnos, pero sí los más atractivos. Caminar erguidos, con la consecuente liberación de los pulgares, parece demostrado como un paso crucial en nuestra evolución, pero no nos convierte en lo que somos. Tampoco el pensamiento lógico o el uso del lenguaje son algo única y exclusivamente humano, todos los animales se comunican, saben hacerse comprender perfectamente, y en algunos casos poseen gran sentido lógico, inteligencia, memoria e incluso rasgos culturales propios, como elefantes o gorilas.
El historiador del arte y poeta David Pérez, un compañero de facultad y amigo personal, afirmaba que lo interesante del arte es que supone una potencia creadora por parte de una criatura que se ha revelado principalmente como destructora. Dándole la vuelta a su idea, podríamos decir que lo interesante del ser humano es su capacidad para crear y amar el arte incluso en convivencia con ese impulso destructor. Todo ser vivo «destruye» en cierta medida a la hora de alimentarse, habilitar su refugio, pelear, etc., pero solo el ser humano demuestra un ansia destructora tan desmesurada. Del mismo modo, aunque algunos otros animales denoten criterios estéticos y puede que hasta rudimentarias expresiones simbólicas, ninguna especie ha tenido semejante grado de desarrollo en ese aspecto: «Gracias a la percepción estética el hombre puede continuar viviendo según esa relación perceptible y experimentable con la tierra que supone una dimensión esencial de su existencia» (Pierre Hadot), esto es lo que llamamos ARTE, y por él nos reconocemos.
Sobre los orígenes del arte, el debate está servido. Newman, en un exceso de optimismo, lo hace anterior incluso a la producción de herramientas; no importa, en cualquier caso resulta evidente que el sentido de lo estético de los objetos se impuso a su mero utilitarismo ya desde fechas tempranas. Más que elocuente es en este sentido la ejecución de un bifaz, el utensilio más paradigmático del Paleolítico, cuyos primeros ejemplos no pasaban de ser una piedra toscamente trabajada en sus perfiles para dotarlos de filo pero que experimentaría en seguida un elevado nivel de sofisticación y gusto por la simetría, innecesario desde el punto de vista práctico, capaz de generar piezas «bellas» en el sentido moderno. También las pinturas rupestres, por número y calidad, llegan a constituir en ocasiones verdaderos programas iconográficos tras los cuales debió de existir un complejo universo simbólico y espiritual que se situaría en el punto de partida de la producción estética.[2]Relevante en este aspecto es el famoso artículo Chamanes de la prehistoria (1996) de J. Clottes y D. Lewis-Williams, que marcaría un antes y un después en la interpretación del arte rupestre.
Así las cosas, podemos localizar al arte y al pensamiento mítico en el origen mismo de la cultura humana en tanto que dieron sentido y cohesión al grupo de primitivos homínidos, que dejarán de ser manada para convertirse en tribu, pueblo, sociedad… Este no sería además un arte autónomo, sino que se inscribiría dentro del contexto mágico y ritual del grupo como parte indisociable. Durante milenios, los mitos y su expresión estética (pintura, música y danza, escultura. etc.) han sido la base de nuestra educación, y todavía hoy los artistas contemporáneos extraen energías de eso que Gary Snyder denomina «mente salvaje», la cual «refleja la verdad esencial de nuestro ser primigenio».
Conviene apuntar aquí que, como advierten varios estudiosos, supone una equivocación valorar el arte según criterios evolucionistas por los cuales habría fluctuado desde un origen larvario, más bien torpe, hacia una progresiva brillantez y complejidad. «Los mejores artistas del Paleolítico ya disponían de la misma capacidad que los mejores pintores del Renacimiento o del Barroco» (Steven Mithen), lo que se produce por tanto es un proceso de transformación en las técnicas y el gusto bajo el cual late una misma búsqueda espiritual incluso cuando hemos dejado de ser conscientes de ella para enfangarnos en ideas positivistas de individuo, propiedad y autoría. Cuando hacemos arte estamos recuperando una manifestación primordial de nosotros mismos, y puede que, como dijo Pablo Picasso, todo arte esté en decadencia desde Altamira.
El objetivo de este artículo no es el hallazgo de una distinción inmanente entre lo animal y lo humano, pues, al fin y al cabo, somos animales y nada puede haber en nuestra naturaleza (descartada la intervención divina) que no participe de lo animal. Más relevante es entender la manera en que nuestra necesidad de relacionarnos con supuestas realidades metafísicas a través de lenguajes artísticos es lo que nos ha hecho humanos, no como algo opuesto al zorro o la paloma, sino sencillamente como una criatura que, aún dentro de un mismo cosmos compartido, se percibe a sí misma como individuo y parte de un colectivo.
Si el lenguaje es biológico, éste se volvió cultural y humano gracias a su exploración de lo incognoscible. La primera persona observa el paisaje y experimenta lo sublime milenios antes de nacer Edmund Burke;[3] Edmund Burke, político y filósofo inglés, escribió Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello (1757) dentro del contexto del primer Romanticismo, cuando la idea de lo sublime en el paisaje empezaba a ser un tema habitual en la literatura y las artes. talla una piedra y comprueba con asombro que su forma almendrada le produce un cosquilleo en el estómago, dibuja el perfil de su mano en una pared y siente placer, amasa barro, hace sonar sus palmas, agita unos huesos de conejo, recoge conchas y fábrica un collar… Todo esto debió revestir para nuestros ancestros un carácter místico, el descubrimiento de algo extraordinario que se situaba más allá del mundo de las apariencias, impresiones causadas por un «no sé qué» invisible que emana de la contemplación estética de las cosas. Cuando decide comunicar todo esto a otra persona, sus gestos, sus sonidos, sus trazos, se están dirigiendo a lo desconocido.
Al mismo tiempo, esos primeros grupos humanos soñaban. Soñaban con familiares fallecidos, con paisajes fantásticos, con sucesos pasados y futuros. Tomaban también plantas psicoactivas, cuyas visiones las convirtieron luego en plantas sagradas… El arte actuó como punto de intersección entre la realidad material y esa otredad mítica, acotándola en el espacio y dotándola de corporeidad. Hasta cierto punto, debemos considerar en este sentido la idea de que el arte no deriva solo de la búsqueda estética, sino de una necesidad de dominación mágica. «El arte es mágico, o no es» (Louis Cattiaux).
En el actual contexto capitalista y posmoderno el arte se ha despojado de todo su aparato ritual y nosotros mismos hemos perdido sensibilidad y oportunidad para la experiencia estética en favor de la práctica, aquella que persigue únicamente la utilidad y el beneficio. Frente a esto, quizá nunca ha sido importante en absoluto, ni aquí ni en ningún otro escrito, ensayo o alegato, tratar de justificar (casi excusar) el arte a ojos del sistema, debemos en cambio reavivar la sospecha de que en nuestro mundo continúan existiendo ángulos abiertos a lo invisible y de que, ante las preguntas verdaderamente esenciales, razón y progreso, como los huesos, permanecen mudos…
«El arte sobrevive en la civilización moderna como si fuera una isla de naturaleza salvaje para enseñarnos de dónde venimos» (Claude Levi-Strauss).[4]Vía Gary Snyder, quien lo cita de memoria en su ensayo «Los escritores y la guerra contra la naturaleza», Back on the Fire (2007).
Referencias
↑1 | Si el Meganthropus paleojavanicus suponía verdaderamente una nueva especie de homínido prehistórico o, por el contrario, se trataba de una variante del Homo erectus sigue siendo una cuestión dudosa y discutida. |
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↑2 | Relevante en este aspecto es el famoso artículo Chamanes de la prehistoria (1996) de J. Clottes y D. Lewis-Williams, que marcaría un antes y un después en la interpretación del arte rupestre. |
↑3 | Edmund Burke, político y filósofo inglés, escribió Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello (1757) dentro del contexto del primer Romanticismo, cuando la idea de lo sublime en el paisaje empezaba a ser un tema habitual en la literatura y las artes. |
↑4 | Vía Gary Snyder, quien lo cita de memoria en su ensayo «Los escritores y la guerra contra la naturaleza», Back on the Fire (2007). |