«Los ciudadanos reclaman corporaciones menos volcadas en el crecimiento de los beneficios y más comprometidas con los problemas sociales y medioambientales». (Miguel Ángel Vega)
«La codicia de las empresas cotiza a la baja. Sociedad, políticos y reguladores, demandan a las compañías más compromiso con los grandes problemas del mundo y la renuncia a mejorar solo el beneficio [económico]». A ese tema el periodista experto en temas económico Miguel Ángel García Vega, dedica un largo artículo publicado en el suplemento Negocios1 del diario El País.
García Vega escribe: «Durante las últimas décadas millones de personas han visto que tienen trabajo pero resulta insuficiente para llevar una vida digna: que el ascensor social se ha ralentizado, que la inequidad es inmensa, que la codicia parece el verbo más conjugado por las finanzas y que la crisis climática podría dejar a sus hijos y nietos abrasado de cenizas».
El compromiso social
En el panorama actual del cambio climático y una insoportable desigualdad económica, origen de disturbios y protestas de todo tipo, la Responsabilidad Social de las Empresas (RSE), también llamada Responsabilidad Social Corporativa (RSE), está generando uno de los debates más acuciantes. Lo que reclaman los ciudadanos es una responsabilidad corporativa, algo que propuso Kofi Annan -Secretario General de Naciones Unidas (1997-2006)-, y rechazaron las empresas con las consecuencias que estamos ahora sufriendo.
Garcia Vega informa de un acontecimiento que tiene una gran transcendencia y muy relacionado con lo que la sociedad está exigiendo a dichas empresas: «Hace unas semanas, la Business Roundtable, uno de los principales lobbies empresariales americanos, que agrupa a 181 grandes organizaciones como Exxon Mobil, JP Morgan, Chase o Walmart, lanzaba una nota (que no firmaron, por cierto, Blackstone, General Electric o Alcoa) en la que redefinía el propósito de una empresa. Las ganancias del accionista pasaban a ser un objetivo más y se hablaba de «proteger el medio ambiente, fomentar la diversidad, la inclusión, la dignidad y el respeto».
Aunque no lo señala Garcia Vega, no han sido las empresas pertenecientes a Business Roundtable las únicas que han manifestado su intención de redefinir el propósito de la empresa. Larry Fink, director ejecutivo de BlackRock, el administrador de fondos más grande del mundo dijo a sus clientes que «solo haría negocios con empresas que beneficiaran a la sociedad de alguna manera».
Del cielo y la tierra
Otros multimillonarios estadounidenses, como Warren Buffet, Bill Gates o Ray Dalio han hecho llamadas para reducir la desigualdad. Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, más conocido como Foro de Davos, que reúne a los más importantes líderes empresariales y políticos cada año en Suiza, ha escrito: «Las empresas deberían pagar un porcentaje justo de impuestos, mostrar tolerancia cero frente a la corrupción, respetar los derechos humanos en sus cadenas globales de suministro y defender la competencia en igualdad de condiciones». Señala que es necesario ajustar la remuneración de los ejecutivos, que desde la década de 1970 se ha disparado. Y añade que el fin último de las empresas debe ser «mejorar el estado del mundo».
Unos días más tarde Antón Costas, catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona, publicó en el mismo periódico un artículo2, que empieza diciendo: «Algo está cambiando en la conducta de las élites corporativas de las democracias capitalistas; aunque el sentido y el resultado final es aún incierto. La declaración colectiva echa el mes pasado por 181 ejecutivos de las principales corporaciones estadounidenses, reunidas en la Business Roundtable, ha sido una inesperada sorpresa. Declaran su intención de abandonar su adhesión al principio de la primacía de los accionistas para adquirir también un compromiso fundamental: los proveedores, los clientes, los empleados y las comunidades».
La irrupción del populismo
¿Por qué ahora? Dice Costas: «Porque la ola de populismo político ha hecho más evidente las cosas que han ido mal: la inaceptable desigualdad de riqueza y de ingresos, el aumento de la pobreza, el estancamiento de los salarios, la precarización del empleo, la falta de oportunidades, la meritocracia heredada, los fraudes, abusos y escándalos corporativos, los nuevos monopolios, el nuevo capitalismo rentista, la nueva aristocracia del dinero». Y porque además se hace necesario de manera ineludible alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) entre los que se encuentra hacer frente al Cambio Climático.
Según este profesor entre un 30% y un 40% de los consejeros delegados abandonan sus empresas por motivos éticos. «Como ocurre con cualquier otra persona, los directivos quieren desarrollar su tarea de forma decente y útil a la sociedad. Y sentirse reconocidos».
En cuanto a si ese movimiento de regeneración se observa en España, Costas escribe: «De momento, en términos generales, no lo veo en las corporaciones del Ibex 35. Los elevados sueldos y pensiones, comparados con los de sus pares europeos, y las reducciones masivas de empleo no se concilian bien con esta nueva orientación de la gestión hacia el bien común. Sí la aprecio en directivos de empresas medianas. Y también en organizaciones como la Asociación Española de Directivos (AED), en la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD) o en el capítulo español del movimiento de capitalismo consciente».
Antes Andreu Missé3 había publicado un artículo de opinión que giraba acerca del mismo tema: la asociación empresarial estadounidense Business Roundtable. Andreu Missé indica que en la declaración de esta asociación empresarial se emplean expresiones como «compensar justamente a los trabajadores», «tratar justa y éticamente a los trabajadores » y «proteger el medio ambiente, acogiendo prácticas sostenibles en nuestras empresas».
Entre otros, Andreu Missé cita a Jeffrey D. Sachs. «El profesor de Columbia, Jeffrey D. Sachs ha recordado que la sociedad americana está furiosa contra el sector empresarial que ha contaminado peligrosamente el medio ambiente, capturado el Congreso y las agencias reguladoras a través de lobbies y financiación y engañado implacablemente en impuestos. Y cree que la declaración de Roundtable es un reconocimiento tácito de la clase empresarial». Para el autor de este artículo de opinión, «es llamativo el escaso eco que tiene este importante debate en el mundo empresarial español».
Muy brevemente, regreso al artículo de García Vega. Entre otros, el periodista cita a Carlos Martin, director del Gabinete Económico de CC OO, según el cual «las grandes empresas no se comprometen a nada extraordinario, sino a lo que debería ser su comportamiento básico». Y añade: «Los miembros de la Business Roundtable tienen tres características: son codiciosos, quieren detentar el poder y son muy listos».
Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI), también citado por García Vega, ha indicado: «El comunicado surge como una respuesta a lo vivido en las últimas décadas. Los vicios del sistema económico han sido tales que los problemas de reputación amenazan al propio valor de la compañía». Se señala que «las corporaciones han arrastrado la confianza social al borde del acantilado. Ahí están los escándalos de Volkswagen, el comportamiento de Facebook, la deshonestidad de Wells Fargo o la actitud de Novartis». En relación con Novartis, Garcia Vega indica que «la farmacéutica acaba de presentar un tratamiento genético (Zolgensmal) que podría salvar a niños con atrofia muscular espinal. Pero el precio –acorde con The New York Times- es de 2,1 millones de dólares por paciente. Se cree que es el medicamento más caro de la historia. Ni siquiera los gastos de investigación pueden esconder la insensibilidad de una firma que recibe ayudas públicas».
Por mi parte, recuerdo los años en que los países pobres que carecían de industria farmacéutica propia no tenían acceso a ningún tipo de medicamento porque las multinacionales consideraban que permitir a estos países el acceso a medicamentos genéricos –terminado el tiempo de vigencia de la patente- fabricados en otros países, podía limitar sus ganancias económicas. En el año 2003, debido la presión de muchos colectivos, se acordó que estos países, cumpliendo ciertos requisitos y sofisticados trámites, pudieran acceder a algunos medicamentos. Con ocasión de este acontecimiento, la catedrática de Ética y Filosofía Moral de la Universidad de Valencia, Adela Cortina, escribió un artículo, «La arrogancia liberal», que puede consultarse en El País del día 16 de septiembre de 2003.
Es solo un ejemplo del comportamiento de las grandes empresas. ¿Cuántos crímenes humanos y medioambientales han cometido en busca del máximo beneficio económico? ¡Ojala las empresas se atrevan a recuperar los principios de responsabilidad social que diseñó Kofi Annan!
Motivos para la esperanza
García Vega, en el artículo citado, informa de la existencia actual de unas 3.000 empresas que tienen la calificación B Corporations. Esto significa que su comportamiento ético, social y medioambiental ha sido certificado por B-Lab, una organización no gubernamental estadounidense. «La declaración de la Roundtable (BRT) es una muestra de que la cultura empresarial ha cambiado. Pero ahora es tiempo de la acción colectiva a través de la comunidad empresarial y los políticos para trabajar juntos y superar la primacía del accionista», sostiene Andrew Kassoy, cofundador de B-Lab. El problema, según el autor del trabajo periodístico, es que «pocas grandes empresas suscriben este protocolo y la mayoría son marcas de consumo».
Referencias
1. «La sociedad exige otras empresas». El País del 15 de septiembre de 2019. 2. «El dilema moral de los directivos». El País del 29 de septiembre de 2019. 3. «El capitalismo y sus pecados». El País del 2 de septiembre de 2019.