¿Es la reacción patriarcal síntoma de los últimos coletazos del sistema? o ¿sigue muy vivo a pesar de los avances de las mujeres en materia de derechos?
Asistimos perplejas, y casi, con la sensación generalizada de impotencia y preocupación a los resultados de las últimas elecciones autonómicas en Andalucía. Ante la irrupción de la ultraderecha cabe preguntarse: ¿Qué consecuencias puede tener este ascenso en las conquistas del feminismo?. Pese a las ofensivas más visibles y mediáticas, debemos ser conscientes de que la reacción patriarcal viene desde distintos ámbitos nacionales y transfronterizos.
En los últimos cuarenta años las mujeres hemos irrumpido en la esfera pública, estamos más presentes que nunca en política, recuperando un mayor control de nuestros cuerpos al separar sexualidad de reproducción y conquistar derechos en torno al aborto en muchos países. También hemos accedido al mercado laboral y logrado introducir en las agendas políticas de varios países el problema de las violencias machistas, así como legislar en favor de la igualdad. A pesar de todas estas victorias nos queda todavía por alcanzar y la historia nos enseña que el progreso no ha sido lineal.
De ahí, que necesitemos ampliar el espectro de análisis que nos aproxime al marco global de dicha reacción patriarcal. La teórica Nancy Fraser planteó las dos principales reivindicaciones de los movimientos sociales y políticos: las luchas por la redistribución y por el reconocimiento.[1]
La primera de ellas, relativa a la redistribución de la riqueza, ha sido eje central de las izquierdas. Y también para el feminismo, las políticas neoliberales suponen un grave perjuicio para las mujeres. Las privatizaciones, el austericidio y los recortes implican más trabajo no remunerado para nosotras. Somos las primeras excluidas del mercado laboral y las peor pagadas. Traducido en feminización de la pobreza, brecha salarial, techo de cristal y suelo pegajoso.
Mientras que la segunda de las reivindicaciones, la de reconocimiento, tiene que ver con observar e integrar la diversidad, la multiculturalidad y las identidades políticas y sociales. Un ejemplo es la exaltación de determinadas tradiciones y costumbres que partidos como Vox plantean en su programa electoral. Como la defensa de la caza o el toreo. Ambas construyen simbólicamente una masculinidad heteronormada. Otra de las apuestas del neofascismo es reivindicar la familia tradicional, natural como dicen en su programa, aspectos, de una cultura y una identidad que tienen por objeto el retorno de las mujeres al lugar del que, según ellos, nunca debimos salir.
Cabe referenciar también la exaltación de la feminidad esencializada, en una sociedad que impone cánones de belleza inalcanzables y homogéneos. Esto tiene que ver con que vivimos en patriarcados de consenso en los que aunque legalmente seamos iguales, se producen desigualdades de facto. Pues nos bombardean con la idealización de las mujeres-madre-esposas, un arquetipo que pudiera sonar caduco, pero sigue de plena actualidad bajo nuevas formas. Modelo en el que debemos encajar bajo los cánones de mujeres perfectas en sus acciones y encorsetarnos en tópicos de belleza que mutilan y extenúan.
La reacción también nos viene de señoros con argumentos que pudieran parecer razonables y progresistas, hablan en las redes sociales, véase youtubers o influencers, con miles de suscripciones. Que afirman «que la igualdad ya existe» o ponen en cuestión la legislación de violencia de género porque ven amenazados sus privilegios acusando de ello a las denuncias falsas, que muy a su pesar, representan un 0,01% del total. Están más preocupados por contar más denuncias falsas que por evitar que las mujeres no seamos violentadas.
Ambas cuestiones, redistribución y reconocimiento, forman parte de las reivindicaciones del movimiento feminista de los últimos años. Y, a su vez, han sido objeto de ataque desde las estructuras de poder y las élites patriarcales. Incluyendo ese perfil de votante furioso que teme perder derechos porque otras los ganan.
Rosa Cobo añadió en su análisis a las reacciones patriarcales un tercer eje: el de la violencia sexual.[2] Aquella que se manifiesta en feminicidios, en manadas de violadores, violaciones como arma de guerra, mutilaciones, asesinatos de mujeres que no guardaban ninguna relación previa con sus verdugos, trata con fines de explotación sexual, pornografía, prostitución y gestación por sustitución, entre otras.
Éstas son las agresiones que requieren de una revisión profunda de cómo bajo la cultura de la violación se construye la masculinidad dominante. Pues poco se habla de cómo se configura el deseo sexual de los hombres cuando éste es totalmente ajeno al de las mujeres con las que practican relaciones sexuales, sea pagando o no. O en el caso de las adolescentes que dicen ceder a las presiones de prácticas sexuales que en realidad acceden para satisfacerles a ellos. Y cuyo aprendizaje inicial es a través de la pornografía.
Resulta urgente modificar una legislación que no da respuesta a las violencias sexuales, ya está en marcha la iniciativa legislativa de Unidos Podemos en el Congreso. Así como una ley integral de violencia de género que solo la contempla cuando hubo o había relación previa. Quedando fuera, de este modo, tantas mujeres víctimas de acoso callejero, abusos, violencias digitales, feminicidios y menores, entre otras, como las violaciones en la pareja.
Todas estas manifestaciones en contra de los derechos de las mujeres requieren de una agenda feminista global. Una mirada interseccional que contemple todas las formas de opresión que experimentamos las mujeres, por procedencia, por orientación sexual, identidad, clase social… En estos tiempos en los que el patriarcado se rearma en discursos de odio hacia la diferencia, es cuando más necesitamos estar organizadas y discernir desde dónde se fomenta la reacción machista.
Me parece útil al debate recoger algunas propuestas que provienen desde espacios feministas y políticos y son las que giran en torno a la feministización de la política. Esta práctica, que supone ir un paso más allá del concepto vaciado, por el uso indiscriminado, de feminizar. Feministizar requiere poner en práctica la ética de los cuidados. Siendo una herramienta útil para la transformación de las relaciones. Se basa en reconocernos vulnerables y por tanto necesitadas de los demás. La reacción, como entelequia del patriarcado, nos quiere solas, sin embargo, nos tendrán en común.
- [1] FRASSER, Nancy y HONNETH, Axel. 2006. ¿Redistribución o reconocimiento? Un debate político filosófico. Ed. Morata.
- [2] COBO, Rosa. 2011. Hacia una nueva política sexual. Mujeres ante la reacción patriarcal. Madrid: Los libros de la Catarata. p. 19.
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