Ventajismos y perezas
Escribir sobre el pasado cuenta con un plus de insoportable ventajismo. No porque uno pueda acogerse a saber qué prestigio tiene hoy tal o cual cineasta sino porque las películas ganan con el tiempo un plus de significado que en su estreno no tenían. Y puede uno jugar y solazarse en ese plus, más que hablar de la película en sí misma.
Escribir sobre el presente suele ser un cebo para la infame corte de perezosos que solemos hacerlo más de lo recomendable. Hoy en día se escribe sobre los estrenos con un consenso que linda con la vergüenza más absoluta. Ya me dirán qué utilidad tiene leer al fulano número cincuenta y siete que te dice que “Boyhood” es la leche o que hay que ver cuánto Chéjov hay en “Winter sleep”.
El problema en parte lo genera usted, querido y normalmente sabio lector, que tiene la percepción permítame decirle que errónea (y me seguirá permitiendo la travesura juguetona de meterme con usted por una vez) de que debe buscar al crítico más afín a sus gustos para que éste le recomiende una película con la que la velada de sábado quede salvada. Usted sabe perfectamente qué películas le gustan o le van a gustar y lo último que necesitamos es que mengano alabe, confirme y complazca por enésima vez nuestros gustos.
Partamos de la base evidente de que no estamos en ningún curso de cine, por tanto no es obligación de nadie pulir sus gustos, ni tan sólo mejorarlos, puesto que no hay gustos peores, sin embargo sí que es cierto que los gustos cambian, se amplían, se matizan y se diversifican, pero para ello puede ser un buen ejercicio buscar a críticos que no coincidan con nosotros, que nos provoquen, que nos molesten, que nos turben, porque son esos críticos los únicos capaces abrirnos puertas.
No tenemos la obligación de cambiar como espectadores, pero cambiando como espectadores podemos o podríamos cambiar el cine.
Una Arcadia para una generación
Quienes amamos, admiramos, pero nunca soñamos con ser espectadores de cine del Hollywood de los años 40 y 50, llevamos a los 70 nuestra Arcadia. Nunca el cine de Hollywood había hecho las películas con la vista tan puesta en el público adulto. Nunca los protagonistas habían tenido tantas entradas, barbas y bigote. Nunca los temas habían parecido tan libres y los límites cinematográficos tan difusos, en los márgenes del cine comercial, se entiende.
Algo explotó en aquella Arcadia, alguna manzana fue mordida cuando a medida que se aproximaba Reagan, a medida que volvía el republicanismo y que con Lucas se había descubierto el merchandising y el dinero aún más fácil todavía, fuera el sublime Michael Cimino sobre el que recayó que el cine de artistas y adultos, un cine entretenido, valiente y ambicioso debería ganarse desde entonces el pan con el sudor de su frente.
Los chicos de oro fueron expulsados del paraíso y no sólo Lucas y Spielberg (no tienen la culpa, deberían haber convivido todos), Terminator, Rambo y un nuevo enfoque que rebajaba veinte años el target del espectador medio se adueñó finalmente de Hollywood.
La estética del fracaso
“La puerta del cielo” carga y cargará siempre con ser el símbolo del fin de aquel Camelot cinéfilo, y eso es un extra que puede distorsionar su actual aprecio y vergonzante revalorización. Además la estética del fracaso nos fascina, algo de eso debe de haber también en que “Cleopatra”, que se llevó por delante a la Fox hasta que precisamente Lucas la resucitó, me parezca una de las más bellas y mejor habladas películas de la historia del cine, una de las cumbres de Mankiewicz y el mejor péplum de muy largo.
Pero no todo es el plus revalorizador que da la historia. “La puerta del cielo” fue machacada sin piedad porque una y otra vez el público no está acostumbrado a verse puesto en aprieto, a ser interrogado, trastornado, verdaderamente sorprendido, puesto en jaque, puesto en duda, porque buscamos siempre juicios confirmativos y complacientes con los nuestros, y porque somos tajantes y nos irritamos con suma facilidad. Y nos añadimos a la corriente. Lo hace usted y lo hacemos todos.
También hoy cuesta entender que una película tan extraordinariamente emocionante como “La aventura” fuese silbada en el festival de Cannes, hasta que al día siguiente Roberto Rossellini y compañía escribieron en una carta que aquello era otra cosa y que había que prestarle atención.
Pero ¿qué pudo pasar para que una obra tan hermosa y profunda como “El cazador” fuese elevada a los altares y “La puerta del cielo” fuese tan incomprendida?, ¿tan gigantescas eran las diferencias entre las dos?.
Aún hoy en día me cuesta verlo. Demasiada gente se añadió al pelotón de fusilamiento. Demasiada gente decidió que otros pensaran y decidieran por él, porque aún habiendo perdido una hora de metraje en el remontaje que se hizo para salvarla tras su dramático estreno, sus virtudes son evidentes.
Y eso que se dice que si una horda de enfervorizados hubiesen llenado la sala sesión tras sesión ni aún así se habría salvado la película, dado cómo se pasó Cimino del presupuesto, pero eso explica el fracaso económico, no la ignominia artística que vivió la película.
“La puerta del cielo” es un western épico de tres horas y media que narra la guerra del condado de Johnson que enfrentó a la Asociación de ganaderos, respaldados por la guardia nacional, con los emigrantes que intentaban establecerse en aquellas tierras como pequeños ganaderos.
La película empieza con un discurso sobre el mandato que debe guiar a los jóvenes universitarios que salen de Harvard para que la cultura venza a la incultura. Pero veinte años después la realidad es otra. La violencia institucional contra el desfavorecido es la única ley y la única cultura que el naciente país conoce. Se reemprende el discurso del western crepuscular, sin parábola alguna, de los Estados Unidos como país construido sobre la sangre del otro, normalmente del más pobre.
Cimino sienta su película sobre toda la épica preexistente, se respira todo el cine americano a sus espaldas, pero no le debe nada a nadie, hace florecer la violencia y el amor con un nervio y un poder como cineasta único que probablemente se signifiquen ahora como una de las grandes pérdidas del cine americano de los últimos treinta años. Si es que no dejó en esta obra inconmensurable e intensa todo su cine. Ella es solita todo un cine cuando el cine últimamente peca a veces de recordar tanto a otros cines.
Algo más hizo después y valioso. Pero no deja de ser triste pensar qué habría pasado si la película se hubiese visto entonces con la mirada con la que se ve ahora. No parece tan imposible. Hace poco el director vio como la restauración era aplaudida en Venecia. Se debe sentir tanta felicidad como rabia pensando que esos aplausos llegaban treinta años tarde.
Ver hoy en día “La puerta del cielo”, yo lo he hecho por segunda vez en versión íntegra y primera en un blu-ray que hace resplandecer la fotografía de Vilmos Zsigmond de naturalezas agrestes y conatos de civilización imposible, verla en pleno 2015 es una experiencia arrebatadora. Se trata sin duda de una de las mejores películas de la historia del cine
Hay mucho en nuestro entusiasmo de sueño roto, de deseo de haber seguido viendo películas tan ambiciosas, críticas y líricas. Hay mucho de fetichismo. Pero tres horas y media son muchas horas para mantener los ojos abiertos y el corazón alborozado sólo a base de fetichismo.
Intentemos aprender la lección y aún con nuestras apreciaciones y depreciaciones, lógicas, comprensibles y necesarias, dosifiquemos nuestra irritación fácil, que en el pasado se ha llevado por delante a directores como Charles Laughton o a este Michael Cimino, poeta que podría haber arrasado en el maltrecho cine artístico de los 80. Procuremos que no abunden las puertas del cielo. Ah, y por ser más travieso y provocador aún , a Isabelle Huppert en Europa jamás la han filmado así. Forever Ella.