A propósito de: David Becerra Mayor, La Guerra Civil como moda literaria. Prólogo de Isaac Rosa. Madrid, Clave Intelectual, 2015, 232 p.
La relación entre estética y política ha sido siempre relativamente complicada, más si hablamos desde el punto de vista marxista. De hecho, Marx y Engels, los fundadores del socialismo científico, no articularon, al menos de manera clara su pensamiento estético en un estudio concreto. Tanto es así, que para explicar desde este ámbito la relación entre estructura (el conjunto de relaciones de producción que constituye la organización de una sociedad en un momento histórico dado) y la superestructura (el conjunto de ideas e instituciones características de un momento histórico) sus seguidores han desarrollado muy diversas teorías, que van desde la teoría del reflejo a las cuestiones sobre realismo o forma y contenido de Lukács. Sin olvidar las tesis estéticas de Adorno, Benjamin o Brecht entre otros. Junto a ellas, y no se debe olvidar porque aquí es fundamental, estaría la cuestión gramsciana, y del pensamiento marxista clásico, de que el arte es portador de ideología. Una clase social dominante pondría a su servicio, entre tantas otras cosas, todo una suerte de entramado ideológico de la superestructura, entre ella está por supuesto el Arte y la Literatura. Dicho con Althusser: la ideología dominante produce estética. En este sentido, como argumentó en su momento Puértolas, la Literatura y el Arte no es que sean trasmisores pasivos de la ideología, sino que más bien se trata específicamente en el ámbito de la Literatura de un “texto-para-la-ideología”. El texto literario, si seguimos a Terry Eagleton, no constituye una expresión final de una ideología sino su puesta en escena. Desde esta tradición, la labor del crítico literario marxista sería en palabras de Lukács la de “analizar detalladamente el método creador”, es decir, poner al descubierto las íntimas relaciones que se dan entre Literatura, ideología e Historia. Y esto es lo que de manera pertinaz ha llevado a cabo David Becerra Mayor en su último trabajo.
Así, con las herramientas propias del taller marxista y sobre la base de que, como diría Julio Rodríguez Puértolas, no existe por un lado una historia de la literatura y una historia social y política por otro, David Becerra ha pretendido con este lúcido ensayo dar una respuesta a la ciertamente irritante proliferación de títulos sobre la Guerra Civil que en España han ido viendo la luz desde 1989 hasta 2011. Amparado en un amplio corpus literario que aspira a recoger todas las noveladas publicadas en ese período y analizando algunas de las más relevantes, Becerra Mayor llega a una conclusión no menos irritante pero sí más perspicaz. Para el autor la novela de la Guerra Civil española es un producto cultural de la ideología del capitalismo avanzado o posmoderno que, en mi opinión, estaría profundamente enraizado con la narrativa del así llamado ‘consenso’ que se va construyendo desde la Transición, el asentamiento de España en la OTAN y su entrada en la Unión Europea. Al tiempo que se asumía la incorporación y asimilación en una suerte de filosofía de la historia del Capital, que puede parecer que interrumpe las gramática del poder pero que en realidad la reconfigura.
El ensayo de Becerra Mayor se divide en tres partes y una coda con pretensiones de crítica revolucionaria. Todo ello está atravesado por otra tesis fuerza que viene a aseverar con acierto que la novela española actual pone de manifiesto que se ha asumido que vivimos en un tiempo perfecto y cerrado, donde se han silenciado los antagonismos. Es más, se ha asimilado el conocido “Fin de la Historia” de Fukuyama y ante la situación de un presente en el que no ocurre nada se hace necesario acudir a un pasado conflictivo como es el de la Guerra Civil para escribir una novela.
Con el Fin de la Historia, y esto podría ser ciertamente cuestionado, según la primera parte del libro de Becerra Mayor, se daría inicio a lo que se ha llamado posmodernidad, que supondría la implantación del capitalismo avanzado a escala global. En España, a su modo de ver, eso solo fue posible tras la caída de régimen de Franco, pero especialmente a partir de la significativa fecha de 1989. En este contexto, la literatura española actual habría interiorizado dicho discurso hegemónico expulsando de su ámbito todas las contradicciones radicales comenzando por la Guerra Civil española. Esto vendría a construir, mantener y renovar el consenso de la Transición y sus pactos partidistas, valga la redundancia. La segunda parte pone en evidencia que el género ha asumido de manera hegemónica, que no histórica, un enfoque de la República dominado por el caos y el conflicto descontrolado, que legitimaría el golpe de Estado de 1936. Aquí los elementos revisionistas del terror rojo y la conspiración marxista tendrían un fuerte anclaje. Basta recordar solo La noche de los tiempos (2009) de Antonio Muñoz Molina, La enfermera de Brunete (2006) de Manuel Maristany, El tiempo entre costuras (2009) de María Dueñas o Días y noches (2000) de Andrés Trapiello entre otras. A ello, como se revela en la tercera parte del ensayo de Becerra Mayor, habría que unir una notable ausencia de historicidad de dichas novelas, que desplazan a favor de lo individual y lo humano su relato en detrimento de lo político y lo social. La novela de la Guerra Civil despolitizaría los antagonismos sociales a través del recurso a móviles personales o familiares, reduciendo la explicación holística bélica a un puro componente fratricida. Aquí por ejemplo toma sentido la trilogía de Marías Tu rostro mañana. La despolitización por la vía humanista la encontraríamos de manera paradigmática en Soldados de Salamina (2001) de Javier Cercas, mediante el recurso al soldado republicano o al bueno de Miralles. De este modo, se ha producido lo que en ciencias sociales se ha denominado “cierre de la política”, que consiste en la tendencia a analizar el conflicto como un anomalía a evitar o a mantener el consenso a base de expulsar a la esfera privada los antagonismos en un intento de despolitizarlos y naturalizarlos. También la admirable parodia del género que en 2007 publicó Isaac Rosa títulada: ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!, en donde el propio Rosa reelabora críticamente su novela La Malamemoria (1999) vendría a poner en evidencias los perversos tics del género.
El ensayo concluye con una “coda revolucionaria” que clama contra la reconstrucción despolitizada que en tiempos de capitalismo avanzado se hace del pasado y del presente, en este caso a través de las novelas sobre la Guerra Civil, para invitar a la tarea de cepillar la Historia (y la Literatura) a contrapelo, que diría Benjamin. Si bien, se le podría atribuir al autor la sustitución de una Filosofía de la Historia por otra que encauza la creencia en una distinta disponibilidad y estabilidad de la misma, la obra de Becerra Mayor identifica adecuadamente cierta tentación “postpolítica” autoritaria de hacer pasar por naturales situaciones o decisiones que responden a preferencias políticas e intereses particulares que, de esta forma sutil, resultan blindados -los consensos de la Transición por ejemplo- . En verdad, esta negación de los antagonismos, que puede resultar pacificadora, es en sí una forma de violencia extrema, pues cierra el espacio de lo posible, el espacio de la Política.