El tópico de la locura como parte inherente del artista es un cliché bastante gastado que sin embargo deja todavía un espacio para el debate y la reflexión. ¿De verdad hay que estar loco para ser pintor o escritor? Es cierto que hay clichés que han marcado las personalidades del siglo XX, aunque Platón ya hablara del arte y la locura en sus diálogos, que han ido construyendo esa imagen del artista iluminado y excéntrico, quién no recuerda la locura de Van Gogh, la falsa pose de Dalí, los delirios de Warhol, los personajes de Woody Allen, la apariencia de Einstein o los siempre recurrentes escritores bipolares (Hemingway, Fitzgerald, Virginia Woolf, Poe, Lord Byron).
A veces me sorprendo desmitificando ese tópico con argumentos del tipo el arte tiene sus técnicas, se aprende, se perfecciona, se ejercita. No hay iluminados, hay momentos de lucidez en los que uno pone en práctica lo aprendido. Lo que hace un tonto lo hace otro tonto, y así hasta recordar la famosa afirmación de Picasso, cuando decía que la inspiración me suele llegar trabajando.
No sé qué pensáis al respecto, y quizá tengamos la romántica reacción de juventud al creer que el efecto de la posteridad justifica la locura. ¿Pensaría un Van Gogh cuerdo que cambiaba sus cuadros por no haber sufrido de amor y de locura hasta rebanarse una oreja y meterse un tiro en el pecho después de pasar por el psiquiátrico? Claro que la ensoñación del arte tiene mucho que ver también con ese trastorno esquizofrénico, con esa bipolaridad del artista que descubre que su vida tiene dos planos que nunca se conectan: el arte y la vida, la realidad y la ficción. ¿Quién es quién? ¿Dónde acabas viviendo?
Me apetecía traer a colación este debate porque estos días moría Leopoldo María Panero, uno de los últimos escritores españoles tachados de maldito por sus devaneos con los problemas mentales. El que fuera el más joven de los nueve novísimos poetas españoles de la antología de José María Castellets pasó buen parte de su vida internado en un psiquiátrico (Poemas del manicomio de Mondragón, 1987, es uno de sus títulos), construyendo una poética heredera de un malditismo que fundara Baudelaire una noche sin luna y que el siglo XX y las Vanguardias se encargaron de mitificar en el arraigo de la modernidad, el canto al nihilismo y las profundidades del abismo de las alucinaciones, las drogas y el suicidio. Así se fundó Carnaby Street, en 1970, fue su pasaporte hacia la historia de la literatura. Aquí comparto este poema de Last river together, de 1980, donde se enuncia esa poética antropófaga, salvaje y abismal:
EL LOCO
He vivido entre los arrabales, pareciendo
un mono, he vivido en la alcantarilla
transportando las heces,
he vivido dos años en el Pueblo de las Moscas
y aprendido a nutrirme de lo que suelto.
Fui una culebra deslizándose
por la ruina del hombre, gritando
aforismos en pie sobre los muertos,
atravesando mares de carne desconocida
con mis logaritmos.
Y sólo pude pensar que de niño me secuestraron para una alucinante batalla
y que mis padres me sedujeron para
ejecutar el sacrilegio, entre ancianos y muertos.
He enseñado a moverse a las larvas
sobre los cuerpos, y a las mujeres a oír
cómo cantan los árboles al crepúsculo, y lloran.
Y los hombres manchaban mi cara con cieno, al hablar,
y decían con los ojos «fuera de la vida», o bien «no hay nada que pueda
ser menos todavía que tu alma», o bien «cómo te llamas»
y «qué oscuro es tu nombre».
He vivido los blancos de la vida,
sus equivocaciones, sus olvidos, su
torpeza incesante y recuerdo su
misterio brutal, y el tentáculo
suyo acariciarme el vientre y las nalgas y los pies
frenéticos de huida.
He vivido su tentación, y he vivido el pecado
del que nadie cabe nunca nos absuelva.
El titular de El País era demoledor. Ante su muerte, su editor afirmaba que había muerto en la más inmensa soledad a los 65 años, sin nadie alrededor. El último Panero de una saga de poetas narrada en El desencanto se marchó dejando atrás una actitud ante el arte, ante la vida, que parece ya de otro tiempo. ¿Habrá muerto el malditismo?
Qué queréis que os diga, yo cambiaba todos mis versos por un abrazo, la locura iluminada por la cordura, la historia de la literatura por unas jarras de cerveza en una compañía que te aleja de la locura, ¿o no?
En el poema que incluyes, como en muchos otros de Panero, el autor (que parece sr la persona poética) se presenta siempre «en falta». Hay un narcisismo innegable en su obra: el narcisismo que se regodea en ser el más abyecto. No me gusta que los hombres utilicen esa «falta» como mecanismo de seducción. Me repugna. Me expulsa el contenido y me atrae la forma poética. Ufff!!!
Precisamente creo que ese es el objetivo del poeta, repugnar. Como en las pelis de Haneke, llevar la reflexión fuera de la zona confortable del lector /espectador, donde te hacen dudar entre el narcisismo y la falta, entre si tratan de seducirte o de destruirte. Gracias Marisol por el comentario.
El poeta en este caso vive la realidad de un modo más real, el mismo crea una irrealidad como connsecuencia de su gran intelecto y sensibilidad, y esa irrealidad es más real que todo lo demás lo cual por supuesto lleva por delante una vida de incompresión y de rechazo por parte de la mayoría social.
Preguntas que si cambiarias la locura o tus versos por un abrazo, o la historia de la literatura por una jarra.
Si dices eso está claro que no eres una de estas personas, tan solo una más que se deleita viendo el sufrimiento agónico de toda una vida consumida por el amor de la literatura y la denuncia existencial.
Si cambiabas tus poemas por el placer del sueño en que solemos vivir, entonces no eres digno siquiera de hacer comparaciones. Tratas de exponer unn hecho, y en algunos momentos tus palabras me gustan, pero por otra parte aparecen tus ideas menos nobles que las de este poeta y aniquilas la irrealidad que nos trasciende.
Un saludo