De pequeña no me gustaban las películas de superhéroes y dudo que supiera que existían las historias de superheroínas. La serie que me encantaba ver con mi padre comiendo palomitas era Embrujadas, imaginaba que tenía poderes como ellas y en especial quería ser como Phoebe. Muchos años después, me di cuenta de que aparte de fantasear con tener poderes de bruja, también me gustaba ella. Más o menos en esos mismos años, me di cuenta de que sí tengo un superpoder no elegido que se llama invisibilidad. Forma parte de la bifobia.
Cuando en Heartstopper Nick Nelson dice, una y otra vez, «I’m bi, actually», si no eres bi, no sabes la magnitud de lo que encierra esa constante repetición y reafirmación hacia fuera. Todo.el.maldito.rato. Sin parar. Es: a g o t a d o r. No ha hecho falta que hagan una gran explicación sobre ello en la serie, esa repetición representa algo muy grande y complejo. Tenemos que nombrarnos y visibilizarnos continuamente. Cargamos con la sensación de estar persiguiendo algo que se nos escapa porque 1) la visibilización no depende sólo de nosotres y 2) esa repetición no es gratis, deja huella en quienes la habitamos.
Este año, y el anterior, y el anterior…, nos encontramos con jornadas, encuentros, fiestas transmaricabollo. ¿No se acordaron de incluirnos? ¿No nos han nombrado deliberadamente? Si lo señalamos, hay quienes ponen los ojos en blanco y hay quienes abiertamente dicen cosas como: «ser bi no es una identidad disidente», «nadie te insulta bisexual por la calle», «no te pegan por ser bi», «tenéis privilegio de passing hetero», «¿qué más da?, no seas pesada, ¿no te puedes sentir incluida y ya?».
Curioso hacia quiénes suceden los olvidos, los despistes, ¿no? En la novela Nosotras vinimos tarde, de Elisa Coll (también autora del ensayo Resistencia bisexual), hay unos párrafos que me parecen clave en este sentido:
Acordarse, dar prioridad, tener en cuenta, contar con, contar desde, contar junto a. Acordarse no es lo mismo cuando acordarse es impensable, cuando olvidar no es una opción.
Opcional, prescindible, adjunto, anexo. Nunca centro, nunca necesario. Si se puede, vale. Si no, da igual. No es igual quien se acuerda que quien tiene que esperar a ser recordada.
[…] Olvido, descuido, accidente. Lo olvidable es olvidable porque no tiene consecuencias en quien olvida. Las consecuencias caen en el terreno olvidado, silenciosas, invisibles, borradas.
Por esto la invisibilidad es bifobia. Nos coloca en otro lugar, en un no lugar, fuera. Siéntate y espera, mientras por dentro te inunda y te haces pequeña. Actúa como un veneno silencioso que por supuesto tiene consecuencias, pero, como la mayoría de las opresiones, si no las vives y no haces el esfuerzo de escuchar, no las ves.
La gente bi salimos muy tarde del armario, o intentamos salir durante años pero nadie nos toma en serio hasta los 25, o jamás salimos del armario porque sal tú por segunda vez si ya saliste una primera nombrándote lesbiana o gay. ¿Pero para qué incluirnos? «Eso son caprichos de les bis que no sabéis lo que es la violencia de verdad». Hace tiempo me preguntaba cuántos deseos, posibilidades y relaciones mueren porque no hay alguien cerca que los acompañe, o que los legitime, o porque se consideraría una traición a la comunidad que ya te acogió hace tiempo. Me lo sigo preguntando.
Ser bi se ve aún como una fase y sigue sin ser una identidad y orientación del deseo habitable. «Las cosas están cambiando, pero no han cambiado todavía», como dicen en la película de Alejandro Marín Te estoy amando locamente. Mientras tanto, la bifobia se refleja en nuestra salud mental. Siguiendo con la invisibilidad, la repetición tiene una huella que te va marcando poco a poco, como gotitas de agua. Esas gotitas parecen inofensivas pero al ser constantes han hecho un agujero no muy grande, con suerte, pero sí muy hondo. Caes en él de vez en cuando. Ahí abajo, en la oscuridad del agujero, te cuestionas de nuevo tu identidad, el derecho a ser nombrade, tus relaciones, tu expresión de género, dónde está tu lugar y junto a quiénes.
Hacía tiempo que no caía en ese agujero. Depende de con quién/es estés, de cómo se te lea por tu ropa, por tu pelo, por tu aspecto, sigue habiendo estas opciones: hetero, lesbiana, gay o nada. A menudo me siento en la nada. La relación estable que tengo no es visible para los ojos ajenos la mayor parte de las veces. A mí se me lee como chica cis, orientación no se sabe, y a mi pareja como chico cis gay (es bi). Triple invisibilidad. La gente suele pensar que somos amigues, compis de piso, hermanes… Me repito que lo que me tiene que importar es estar bien, pero me gustaría que, alguna vez y sin que nos conozcan, esta relación pudiera ser posible para la mirada externa.
Esa nada es una angustia muy desagradable que trae de la mano, fácilmente, otros demonios como la sensación de que la relación no es lo suficientemente queer, ni lo suficientemente bi, ni lo suficientemente ALGO como para tener el derecho a existir y ser vista. Por supuesto, en ese agujero, te replanteas si estás haciendo bien las cosas, si no deberías tener otro tipo de relación, si son posibles las no monogamias si les demás no son ni siquiera capaces de verte de verdad. Te preguntas qué hacer para no sentir que una parte tan importante de ti es invisible. ¿Me tatúo en la frente la bandera bi? ¿Me pongo todos los días la camiseta de «fuck biphobia» como si fuera un uniforme? ¿Me tiño el pelo de rosa, morado y azul?
Intento pensarlo desde el humor y a la vez me enfado, me parece triste y doloroso y a la vez irrelevante e importante. Importante porque afecta a la salud mental, a la construcción identitaria y relacional, a la autoestima, a las elecciones. Irrelevante porque yo soy irrelevante, una pequeña vida que estará unos años y que se evaporará y ya. Pero sería lindo imaginar que antes de morirme, esta pequeña cosa que me da tanta angustia este domingo, pueda haber cambiado y que este texto sean cosas del pasado. Como le escuché decir a Valentina Berr: «Tenemos derecho a existir sin dar explicaciones».