A estas alturas del metraje, nadie pone en duda que la única manera de que este país revalide un gobierno de carácter progresista, es que todo eso que se llama la izquierda a la izquierda del PSOE acuda unido a las próximas elecciones generales en una sola candidatura. Al margen, claro está, de lo que es el ámbito nacionalista.
Del mismo modo que de no ser así, parece caber también fuera de toda duda, que la desaparición de Ciudadanos y con ello la reagrupación del electorado conservador en solo dos fuerzas a la derecha del tablero, hará que una coalición entre el Partido Popular y Vox, asumirá el gobierno de España.
No solo ya por una mera cuestión de aritmética parlamentaria sino también por la manifiesta fidelidad de ese mismo electorado a sus marcas, muy al contrario de lo que ocurre en el otro lado del mismo donde la crítica es su principal seña de identidad.
Es cierto que ha sido la crítica la que ha alumbrado en el contexto europeo los principales logros en materia social y laboral desde finales del SXVIII, en aras del bien común y como contraposición al individualismo liberal.
Pero no lo es menos que cuando se ha exacerbado la misma, sus desavenencias han penalizado los avances sociales frente al liberalismo económico.
Cuando no, buena parte de sus huestes, han sucumbido ante la furibunda capitalista, como tan bien propiciaran en su momento Tony Blair en el Reino Unido, Gerhard Schröder en Alemania y Felipe González en España.
En buena parte responsables de haber degradado tanto la socialdemocracia que su electorado le ha dado la espalda en muchas partes, permitiendo que las arremetidas neoliberales hayan puesto al borde del precipicio un estado del bienestar forjado con tanto esfuerzo tras la II Guerra Mundial.
De aquellos barros de entonces a los lodos que todavía perduran tras cuatro décadas de la consolidación de la forma más fundamentalista del capitalismo desde que Adam Smith lo catalogara siglos atrás.
Yolanda Díaz
El fenómeno de Yolanda Díaz, se ha fundamentado en dos premisas. La primera: una buena imagen, el mantenerse al margen de ese ruido ensordecedor que caracteriza la política española y una elegante verborrea parlamentaria apostando siempre por la rigurosidad de los datos.
Tanto es así que la oposición conservadora se ha pasado meses sin hacerle ninguna pregunta en las sesiones de control al gobierno.
La segunda: su capacidad conciliadora con empresarios y sindicatos y, por encima de todo, su espectacular bagaje y el de su equipo al frente del ministerio de trabajo desde que tomaran las riendas del mismo.
A su ministerio se les deben los ERTES durante la pandemia, la impresionante subida del SMI –aunque no haya conseguido con ello empujar lo suficiente los convenios ante la obstinada negativa de la CEOE-, la reforma laboral o la drástica reducción de la temporalidad, entre otras muchas acciones que inciden de manera muy particular en el mayor lastre del mercado laboral español: la precariedad, en todos y cada uno de sus ámbitos.
Medidas aún insuficientes pero con la orientación debida y nada desdeñables en un desafío a un problema que se pierde en la profundidad de los tiempos y que ha marcado todos los aspectos de la sociedad española.
Todo ello en el ambiente más hostil de la historia de la democracia española con las rémoras de una crisis económica inacabada desde 2008, la mayor pandemia de nuestro tiempo, una vorágine inflacionista incontrolada y las derivadas de la guerra de Ucrania. Todas ellas de ámbito mundial.
En lo particular, los condicionantes habituales de la sociedad española víctima de ese citado «modelo laboral intensivo de salarios bajos», rayano en lo caciquil, y el carácter sumamente reaccionario de las élites hispanas. Además de toparse con una oposición más cainita que nunca.
Para colmo la inexperiencia en una democracia como la española, todavía en estado de adolescencia, del primer gobierno de coalición y las dificultades propias de su minoría parlamentaria, muy por el contrario a los clásicos gobiernos por bloques izquierda/derecha de los países más avanzados socialmente en Europa con democracias centenarias.
Marca de la casa
Por un lado la de una oposición conservadora con su habitual procacidad mediática y su enorme capacidad de persuasión en el electorado, haciendo culpable al gobierno de todos los problemas con que se ha ido topando durante la legislatura.
Despreciando cualquiera de sus logros, contradiciendo todas sus medidas ante las sucesivas crisis que se le han presentado de por medio y exigiendo respuestas inmediatas de ámbito local a problemas de carácter global.
Por el otro la probada incapacidad de la izquierda para gestionarse a sí misma presa de sus propios egos.
Es cierto que Podemos ha sido la fuerza política más vilipendiada de la democracia, pero no lo es menos que su gestión interna ha sido tan nefasta que, al día de hoy, no quedan en la formación casi ninguno de sus originarios fundadores.
Lo que, de manera ineludible, ha ido rebajando sus perspectivas electorales sin que siquiera ello cause mella en la personalidad de sus líderes –aun desde las sombras-, a riesgo de ceder nuevamente el paso a ese neoliberalismo rampante que exhiben día sí y otro también PP y Vox al otro lado del tablero.
Más o menos como le ocurre a Esquerra Republicana, que su ceguera nacionalista ha acabado poniendo en un brete muchas de las medidas propuestas desde el gobierno de la nación –como ocurriera con la Reforma Laboral-, por encima de lo que debiera presuponerse de un partido de carácter socialdemócrata en un contexto como el actual.
Muy por el contrario al pragmatismo del PNV en el País Vasco, el único partido demócrata cristiano que reza como tal en España.
Podemos se ha ido diluyendo en una amalgama de siglas que hace imposible que en tal estado de fragmentación pueda conformar una mayoría suficiente para que un gobierno progresista se consolide en España.
El envite electoral
España se ha convertido en el país de las encuestas. Hasta hace unos años, en lo que se refiere a intención de voto, estas se realizaban por lo general trimestralmente, salvo en lo que era, estrictamente, el periodo electoral.
Pero desde hace tiempo se realizan de forma constante, influenciadas de manera más o menos sensible por el medio que las encarga –el caso del CIS en la actualidad resulta desconcertante-, y en general restan credibilidad, sobre todo en el caso de aquellas que ni siquiera ofrecen el muestreo de la misma.
En el colmo de tanto dislate, desde que Yolanda Díaz anunciara que será candidata a la presidencia del gobierno en las próximas elecciones generales, dichas encuestas han incluido su plataforma «Sumar», como si fuera esta un partido político más, cuando ni siquiera se sabe qué forma tomará ésta en dichos comicios o con quién o quienes concurrirá.
Lo que desde el punto de vista de la proyección de datos desvirtúa por completo cualquier estudio al respecto.
En cualquier caso, una vez más el ruido desborda la política. Desde el lado conservador en su deseo de sembrar aun mayor inestabilidad entre el electorado progresista a sabiendas que la habitual desunión de la izquierda le beneficia en la aritmética electoral.
Un Pedro Sánchez pidiendo casi a gritos que la flamante ministra de trabajo sea capaz de aunar todas las fuerzas a la izquierda del PSOE.
Más allá, Pablo Iglesias y un devaluado Podemos en su deseo de seguir marcando el rumbo de esa izquierda a la izquierda del PSOE, como si todavía se mantuviera en la cresta de la ola.
Entre traca y traca Yolanda Díaz se ve tan apremiada por unos como vilipendiada por otros, lo que ya le he obligado a soltar alguna dentellada, mientras la oposición conservadora se muestra cada vez más al acecho.
Para colmo unas elecciones locales y autonómicas de por medio para echar más leña al fuego y que de hecho la ministra ya había manifestado reiteradamente hubiera preferido dejar pasar de largo cara a su proyecto.
Pero como no hay dos sin tres, sea cual sea el resultado, el ruido se irá haciendo cada vez más ensordecedor conforme vayan acercándose las generales y los ataques a la candidata se irán haciendo cada vez más virulentos.
Sin desdeñar, por remoto que parezca, un pacto PP/PSOE tras esos cacareados comicios de finales de año –la quimera de unas élites nacionales apegadas al universo berlanguiano-, si los socialistas quieren seguir al frente del ejecutivo necesitan imperiosamente que Yolanda Díaz obtenga un resultado favorable en las próximas elecciones generales que posibilite una coalición con garantías para gobernar.
De no ser así, España volvería a dar un nuevo paso atrás en cuanto avances sociales se refiere.
Un país que podrá seguir sacando pecho de ser una de las principales economías de la Unión Europea, pero cuyos indicadores más importantes en cuanto al nivel y calidad de vida de sus ciudadanos y ciudadanas lo mantienen, año sí y otro también, como cola de león y cabeza de ratón del resto de integrantes de la misma.
«Siempre hay alguien que te dice lo que debes hacer, ya no existe el silencio, en todas partes hay ruido; si tú no estás con tus propios pensamientos, cómo vas a entender el sentido de las cosas, es imposible. Vivimos bajo una manipulación perversa, muy sutil».
Susanna Tamaro (1957-?) Novelista italiana.