David Vivancos Allepuz (Barcelona, 1970) es licenciado en Geografía e Historia y en Biblioteconomía y Documentación por la Universitat de Barcelona, institución en la cual trabaja como bibliotecario. Es autor de la colección de cuentos Mate en 30 (Ajuntament de Barcelona, 2004), de Història del Club d’Escacs Sant Martí (Ajuntament de Barcelona, 2005), de Cruentos ejemplares y otras microficciones (Seleer, 2012), Muy curiosas y notables fábulas para instrucción de jóvenes hipopótamos (Las Puertas del Hacedor, 2014), Las jugadas intermedias (Letras de Autor ; IDC, 2015) y del recientemente publicado Producto interior muy bruto (Enkuadres, 2016). Ha participado en diversas antologías como Ficciones en los 64 cuadros (IMFC, 2004), Alrededor de un tablero : cuentos de ajedrez (Páginas de Espuma, 2005) o DeAntología : la logia del microrrelato (Talentura, 2013), entre otras.
Colaboró en la revista Jaque, donde fueron editados algunos de sus cuentos de temática ajedrecística. Sus narraciones y microrrelatos también han aparecido en diferentes publicaciones digitales y revistas literarias. Mantiene el blog Grimas y leyendas .
En el año 2013 ganó la segunda edición del certamen anual de La Microbiblioteca.
Su maestría y temple se ven perfectamente reflejados en las respuestas que nos brinda a este cuestionario con un punto de humor al que le hemos sometido.
Don David Vivancos Allepuz, un hombre que lee, escribe y trabaja entre libros ¿Dónde come y duerme? ¿Su esposa es un libro? ¿Es usted Libra? En definitiva, ¿cómo influye en usted esa relación tan cercana a los volúmenes?
Celebro que me haga estas preguntas. Precisaré que la que celebro con especial alborozo es la última (y por venir de usted) porque las demás, por el bien de todos, haré como si no las hubiera ni siquiera leído.
Rodearse de libros influye e influye mucho. Quien acaba trabajando en una biblioteca es, o acostumbra a ser, alguien que desde pequeñito ha disfrutado con los libros. Hojeándolos y manoseándolos, primero, estudiándolos y leyéndolos, después. Inspirándose en ellos, cómo no. Tener el servicio de préstamo de una gran biblioteca universitaria al alcance de mi mano diariamente, durante tantos años, hágase a la idea. Imagínese lo que eso supone: siete u ocho de cada diez de mis lecturas, pongamos esa cifra aproximada, provienen de la Sección de Letras de la universidad. Y uno, no lo olvide, como persona o como escritor, es lo que lee. No lo que come sino lo que lee. Por otro lado, trabajar entre libros de Derecho, que es mi palo, está muy bien porque te recuerda, por mucho que los quieras y los disfrutes, por mucha pasión que sientas hacia ellos, que no todo el monte es orégano y que también hay libros de difícil ingesta. Por decirlo finamente. Eso es algo que también debemos tener muy presente en todo momento.
¿Cuánto hay de usted en la portada? Es una imagen fuerte y con muchas lecturas.
Hay mucho de mí en la cubierta del libro y debo decir, en honor a la verdad, que nada aporté para que esto fuera así. Todo el mérito recae, única y exclusivamente, en la editorial y en Vinz Feel, el artista responsable de la ilustración. Un buen día me la enviaron, ya terminada, tal cual es, y allí reconocí a ese tipo de perímetro cervecero que ve pasar despreocupadamente lo cotidiano ante sí, sentado en un banco, con cierto interés por cuanto le rodea, la Antigüedad y la mitología, relativa curiosidad por la liturgia taurina y absoluta devoción por los patos. Sobre todo, por los de goma. Cómo llegaron a adivinar en la editorial todo esto tras la lectura de los microrrelatos que conforman Producto interior muy bruto es algo que, a día de hoy, se me escapa y me sigue preocupando.
Tengo que decir, igualmente, que encuentro idónea la elección de la técnica del collage del Minotauro para ilustrar el libro. Por lo que tiene una colección de microrrelatos de colcha de retacería o de criatura de Frankenstein, con sus pedacitos tan bien ordenados para conformar algo de cierta envergadura. Y ese mural a espaldas del monstruo, de breves de periódicos y de notas manuscritas (de microrrelatos, en suma), es magnífico. Me encanta.
Existe una tendencia actual hacia el género corto, corto, casi invisible. ¿Qué opina de ello? ¿Le produce vértigo escribir textos más largos de los que viene realizando?
Celebro esa tendencia. En general pero también de manera egoísta. El formato breve crece (qué paradoja), en cuanto a popularidad, y ésa es una muy buena noticia. Facilita la lectura en soportes diferentes al papel y el lector poco asiduo lo acoge con menor recelo. Se lee más, en conclusión. Opino que, además, es una buena herramienta para el aprendizaje en las aulas. Celebro, también, el auge y la aparición de nuevos libros de microrrelatos en el mercado. Celebro, asimismo, la proliferación de concursos. Soy muy de celebrar, como ve. Este libro, de hecho, les debe mucho. A los concursos. A la Microbiblioteca y a Esta noche te cuento, fundamentalmente. Supieron estimularme en momentos puntuales y me permitieron conocer a unos estupendos compañeros de armas, la verdad sea dicha.
Los textos más largos no me producen ningún vértigo. Algo de pereza sí, pero no una pereza infinita. Entiéndaseme: mis primeras ficciones fueron cuentos de mayor extensión, de una extensión estándar si se me permite la petulancia. Porque, como sabe bien, no hay un estándar. Pero creo que el lector entenderá a lo que me refiero. Poco a poco, fui acortando mis historias hasta dar con el microrrelato, un formato en el cual me encuentro muy cómodo. No creo que me costara mucho volver a los orígenes. De hecho, de vez en cuando, lo sigo practicando. Con cierta pereza, como ya dije.
Si tuviese que llevar un libro a tres islas desiertas, ¿a qué tres referentes llevaría? (Si tres le parecen pocos le permito un número indeterminado entre cuatro y cinco)
Me llevaría El viaje a ninguna parte de Fernando Fernán-Gómez (quien, aunque parezca mentira, además de enviar en cierta ocasión a un señor a la mierda, hizo otras muchas cosas más, interesantísimas y de provecho), La hermandad de la uva, de John Fante (si éste no supiera nadar podríamos sustituirlo por Llenos de vida –diga lo que diga la crítica de este título en concreto– o cualquier otro libro del autor), y La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, de Ramón J. Sender. También me llevaría los cuentos completos de Saki y ya serían cuatro. Y, para el quinto, le pediría a mi colega, el encuadernador, que me apañara en un solo volumen de tapa dura A sangre fría, de Truman Capote, El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger, y Una humilde propuesta, de Jonathan Swift. Pero qué tramposo soy.
Las tres islas desiertas (¿también debería escogerlas?) serían Sicilia, Cefalonia y Sérifos, a la hora de la siesta.
Elija el marcapáginas que le sea más inspirador: un ahorcado por amor; una sombra que ha huido de su amo; un pastor con un rebaño de guisantes; una bala del cuchillo que mató a John Lennon. La elección definirá en parte su estilo.
Uno, un poco más ancho de lo habitual, de Gordito Relleno abrazado a una botella de orujo de hierbas. Espero que mi respuesta no delate demasiado lo que se cuece en el interior de mi psique o como se diga.
Véndame su libro. Defínamelo en tres palabras. (Si tres le parecen muchas le doy la opción de usar cuatro).
Más triste es robar.
Cuénteme un poco el detonante creativo, el ambiente de crecimiento, la adolescencia de este libro.
Este libro nació demasiado pronto, fruto de la contemplación de los unicornios, de los enanos de los circos, de las películas de los sábados por la tarde (las de antes, no las de ahora) y de muchas lecturas. Pero, insisto, demasiado pronto. Así lo demostró la experiencia. Hace tres o cuatro años reuní un centenar de cuentos, que ya tenía escritos de antemano, en un volumen que envié a diferentes editoriales. El título era el mismo, la estructura también. Unas me respondieron lo mucho que les había gustado pero. Otras no contestaron ni siquiera pero. Pasado un tiempo, comprendí que muchas de las cosas que había seguido escribiendo durante meses mejoraban las historias más flojas de la propuesta original y las fui sustituyendo. Y las reordené dando forma a un nuevo Producto interior muy bruto, si no adulto, ya mocito. Calculo que el libro primigenio fue renovado en un veinticinco por ciento. La mejora, en mi opinión, fue evidente. Retomada la ilusión por el nuevo proyecto, volví a enviarlo buscando editor. Pronto recibí la respuesta afirmativa de Enkuadres. Y aquí estamos.
¿Qué tiene que tener un escritor para poder destacar ante el tsunami de publicaciones que a día de hoy nos arrasa?
Quizás ser joven, original y bello, quién sabe, pero, para mi gusto, lo que debería tener es un amplio y preciso vocabulario y sentido del humor. Soy de la opinión de que, para que un microrrelato funcione, uno ha de ser especialmente riguroso con la forma, que muchas veces se descuida en beneficio del fondo. En cuanto a lo del humor, no sé si comprenderá lo que le estoy queriendo decir ya que veo que usted carece de tal. Leo con mayor agrado y complicidad los textos de aquellos autores que tratan de darle una pincelada de humor (no de intranscendencia o de banalidad sino de, repito, humor) a sus historias. Trato de aplicar, siempre en la medida de lo posible, esa misma receta a mis microrrelatos. Eso implica, según el tema abordado, que la historia acabe siendo un puntito cruel. Lo asumo. Y aún añadiría una característica más: que los planos cotidiano y fantástico se superpongan de un modo no forzado, natural. Que el lector apenas se dé cuenta del juego en el cual se halla inmerso.
De todas formas, quien mejor podría resolverle la duda sería un escritor que hubiese destacado ante el tsunami de publicaciones que a día de hoy nos arrasa. Ya verá como, lo más probable, será joven, original y bello.
Hasta aquí ha llegado el análisis del cerebro literario de este señor. Les dejamos ahora con una muestra de su saber hacer, su donaire, su estilo, su elegancia, su barba y ese anzuelo que tienen sus relatos que nos atrapan a todos y no nos sueltan.
AZUL
Distingo su silueta sobre la baranda de piedra. Dejo atrás la ropa recién tendida en la azotea. Oigo perfectamente cómo el viento que se ha levantado agita las sábanas húmedas cuando me aproximo a la gaviota. No se espanta. Al contrario. Me observa impertinente y retadora. Dudo unos instantes porque estos bichos siempre me han dado miedo. Las gaviotas y los enanos. Finalmente decido dar el último paso y la gaviota insolente abandona la baranda y se aleja batiendo las alas.
Dejo las pinzas de tender en el suelo. Me acodo y contemplo los bloques de enfrente. Las persianas a medio subir, la cortina que se agita en el balcón entreabierto, la vecina que riega los geranios. El perfil de la ciudad, tan característico, y, detrás, la línea azul oscuro trazada en el horizonte. Los reflejos plateados arrancados por el sol radiante de mediodía. El cielo diáfano. Y el viento, que trae hasta mí el aroma del salitre.
Disfruto de la vista y, sin embargo, la misma ciudad provoca en mí inquietud. El sonido de la hélice de un helicóptero lejano, las sirenas de las ambulancias, abajo, anuncian que algo extraordinario está pasando, ahora mismo, en Madrid.
EL PRÍNCIPE HEREDERO
Hunde las púas del tenedor en el roscón de Reyes, corta un pedazo y se lo lleva a la boca. La institutriz lo observa, satisfecha de los progresos del pequeño que ha sabido incluso defenderse con los cubiertos del pescado. De pronto, sus dientecitos tropiezan con algo. El niño se saca de la boca un rey de porcelana embadurnado de cabello de ángel y enseña la sorpresa oculta en el roscón a la familia. Los tíos de Grecia aplauden. La madre coge la figurita, la limpia con la servilleta y se la devuelve con una sonrisa. El padre, con solemnidad impostada y reverencia incluida, ciñe la corona de cartón en la cabeza del pequeño. Todos ríen la ocurrencia. También sus hermanas y los primos. En realidad, todos lo hacen menos el hermano mayor. A él el asunto no le ha hecho ni pizca de gracia.
LA MANO
Dos moscas corretean, se persiguen ligeras, traviesas, sobre el tapete. El crupier las espanta con un gesto incierto, como acariciando el aire. Entonces el manco de los párpados hinchados, tras una pausa valorativa que se prolonga demasiado, vuelve a mirarme con expresión neutra y descubre, al fin, sus cartas. Yo muestro mi trío de jotas con despego vencedor y gano la mano. La tiro al cubo, con las demás, y se levanta una nube cabreada de moscardones que zumban. A una señal del crupier, el manco abandona desolado la mesa de juego y un hombrecito con aire desafiante lo sustituye.
DÍA CATORCE
Día siete. Llevamos una semana agazapados detrás de los arbustos. La fetidez de nuestros excrementos se confunde con la de las otras bestias. Algunas, las más atrevidas, se acercan hasta nosotros y nos olisquean. Hoy únicamente hemos visto a una mujer y a un hombre con una vaca famélica.
Día once. Por este camino sólo andan viejos que van hasta la aldea vecina a por carne de caballo o pan. Ni rastro de los milicianos sobre los que tenemos orden de abrir fuego. Se supone que la voladura del puente los obligaría a pasar por aquí. La inactividad nos agarrota los músculos.
Día trece. Nuestro propio hedor es insoportable. La pinaza se nos clava por todas partes. Se acabaron las provisiones. El teniente conoce la precariedad de la situación pero informa de que no hay contraorden. Seguimos alerta. Vemos a los vecinos, tan sólo vecinos, siempre a los mismos vecinos. Al párroco y a niños que ya se atreven a jugar a las afueras del pueblo.
Día catorce. Empezamos a disparar, más que nada por distraernos.
EL PATIO DE LUCES
Cada mañana me asomo al patio de luces para verlo pasar. Aunque no tenga ropa que tender, cuando son las once y veintiocho, abro la ventana y espero a que salte. Es tan puntual y tan constante. Y educado: el suicida siempre consigue articular algo parecido a un buenos días en el escalofriante alarido que acompaña su trágica caída. Le respondo yo con el mismo saludo y le deseo, todos los días sin excepción, el peor de los aterrizajes. Ya sin ninguna convicción.