Fray Antonio de Guevara fue uno de los grandes hombres de letras en la corte itinerante de Carlos V, formado al servicio del príncipe Juan y la reina Isabel: un humanista de la primera generación del siglo XVI, coetáneo de Erasmo. Fue miembro destacado del estudio franciscano y trabajó al servicio del emperador como consejero y como predicador, recorriendo Europa en las principales empresas de Carlos V. Roma, Inglaterra, Nápoles, Flandes, Sevilla. Fue por tanto testigo privilegiado de la corte y su funcionamiento clientelar, y no dudó en aprovecharse de las corruptelas para alcanzar notoriedad, aunque también para lanzar un dardo que se convirtió en diana. Redactó el conocido Menosprecio de corte y alabanza de aldea, que definió el tópico renacentista del huir de la ciudad y sus martillos, del acampar en las bucólicas oliveras de Virgilio y seguir la escondida senda lejos del mundanal ruido.
Recuerdo a Guevara esta noche en la que se acaba el curso académico y se han quedado algunas cuestiones en el tintero. Cuestiones capitales que hablan de futuro y nos cierran el presente, que habla de clientelismos y amiguismos, de currículums en las papeleras. De trabajos que nadie lee. De destruir conocimiento y construir poder. De callejones sin salida.
Estoy cansado de ser un nombre en un papel en una mesa oficial. Estoy cansado de ser cuatro artículos en revistas tipo D, diez capítulos de libros y dos estancias de investigación. Estoy cansado de tanta usura. Lo digo aquí, discreto, decepcionado y sin alzar la voz más de la cuenta. Porque estábamos avisados. Como si vivir en la corte fuera fácil, como si no escucháramos los versos del capitán Fernández de Andrada, “las esperanzas cortesanas / prisiones son do el ambicioso muere / y donde al más activo salen canas”, ni los dardos de Guevara. Aléjate. Aléjate. Dejad los que aquí entráis toda esperanza.
Hay un problema, un grave problema en la gestión de las humanidades en este país. También es un grave problema de la universidad. Como es normal, pocas voces, muy pocas personas (aunque tengo la suerte de trabajar con una) se atreven a pensar en un futuro que ya no vivirán. Recuerdo a Juan Luis Vives en In Pseudodialectos criticando el funcionamiento medieval de la Universidad de su tiempo y me echo a reír. Quizá es el tiempo de las diatribas, otra vez. De habilitar nuevos espacios ajenos al servilismo y más próximos al conocimiento. Un espacio donde no solo nos leamos a nosotros mismos, sin revisión por pares, sin más acreditaciones que las que otorga el trabajo bien hecho.
Pienso en el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, punto de encuentro entre tres mundos, en la escuela Trilingüe de Lovaina, en el estudio complutense de Alcalá. Pienso en el esfuerzo de Jerónimo, en las Confesiones de Agustín. Pienso en la biblioteca de Petrarca y en las plumas de Lorenzo Valla. Pienso en las citas falsas de Guevara, en los paseos del viejo Nebrija por los pasillos de Alcalá, protegido y amenazado, en el destierro de Maquiavelo en San Casciano, cuando el humanista italiano se vestía sus mejores ropajes para leer a los clásicos en una aldea rodeada de deudas y tabernas. Pienso en el poema de Valente y en el poema de José Emilio Pacheco y pienso que estoy en la senda correcta, en la corriente que gota a gota traspasa el saber de maestros a discípulos, ajenos a la coyuntura y a los atrezos de aquellos que reparten el dinero y los títulos. Nunca el conocimiento será una nota en un papel. El saber nos hace grandes, pero también peligrosos. Y pienso en la calma de los sabios, en devolver con lecciones las injusticias, hoy que no me queda un céntimo en el bolsillo.
Juan Luis Vives, el gran renovador de la didáctica del Renacimiento, uno de los grandes hombres de la historia de la cultura europea, me pone en la pista. Lejos de su casa, cansado de un método universitario anquilosado en disputas y sofismas medievales, en el centro de un mundo a punto de resquebrajarse por los cuatro costados gracias a las belicosas agallas de los jóvenes emperadores, Juan Luis vives escribe a Erasmo de Rotterdam diciéndole que la pensión de Lovaina no le da para vivir, que necesita dinero. Al mismo tiempo, una de sus hermanas le escribe desde Valencia anunciando la persecución que el tribunal de la Santa Inquisición había emprendido contra su familia y sus bienes, judíos conversos. Decide entonces retirarse a Brujas, olvidarse de la reciente muerte del jovencísimo cardenal de Croy, del cual había sido preceptor los últimos años, y centrarse en el estudio. El retiro del joven sabio, moralmente desesperado, se asocia al lema que tomará como emblema, sine querela: «Debes vivir de manera tal que no haya cosa en que nadie se queje de ti, y que tú no te quejes de ti mismo ni de la fortuna; que no hagas injuria a nadie ni pienses que nadie a ti te la hizo. Dice Séneca en su libro De la tranquilidad de la vida: «Debes contentarte de tu condición y quejarte lo menos posible y sacar provecho de toda cuanta conveniencia y ventaja reportare. No existe cosa tan amarga en que no halle buen sabor el espíritu mesurado. Sine querella: éste es el lema que he tomado para mí».
José Emilio Pacheco imaginaba un monólogo de fray Antonio de Guevara antes de ser recibido por Carlos V, en el que critica el afán dorado de la conquista y reivindica la libertad, la paz, la igualdad que da el conocimiento, cansado de una corte que devora las letras y la libertad, cansado de este rumor de usura y soldadesca:
Para quien busca la serenidad y vive en todos los seres sus iguales
malos tiempos son estos mal lugar
es la corte
Vamos de guerra en guerra. Todo el oro de Indias se
consume en hacer daño. La espada incendia el Nuevo Mundo
La cruz sólo es pretexto para la codicia
La fe un torpe ardid para sembrar la infamia
Europa entera tiembla ante nuestro reyYo mismo tiemblo aunque sé que es un hombre sin
más mérito que haber nacido en un palacio real como
pudo nacer en una choza de la Temistitlán ciudad
arrasada para que entre sus ruinas brille el sol del
Habsburgo insaciableEn su embriaguez de adulación no piensa que todo el imperio
es como un cáncer y ningún reino alcanzará la dicha
basado en la miseria de otros pueblos
Tras nuestra gloria bullen los gusanos y no tengo fuerza
o poder para cambiar el mundo
Escribo alegorías engañosas contra la cruel conquista
Muerdo ingrato la mano poderosa que me alimenta
Tiemblo a veces de pensar en el otro y en la hogueraNo no nací con vocación de héroe. No ambiciono sino
la paz de todos (que es la mía) sino la libertad que me
haga libre cuando no quede un solo esclavo
No esta corte no este imperio de sangre y fuego
no este rumor de usura y soldadesca.