En marzo de este mismo año, la muy conocida editorial catalana, y para celebrar el cuarenta aniversario de sus indudables servicios a la cultura dentro de la filosofía y las ciencias sociales, publica esta obra de Gadamer. Aclaro que la traducción es correcta, puede que hubiere mejorado algo si hubiéramos vertido como El oscurecimiento de la salud, pero no porque no hayamos respetado la literalidad, sino por las connotaciones sensacionalistas con las que resuena la traducción elegida a nuestros oídos. En efecto no hay aquí ninguna denuncia o revelación de los vericuetos conceptuales de la biopolítica, y dicho sea esto sin demérito de los más que celebrados trabajos del italiano Roberto Esposito, por ejemplo. Es que la tradición a la que pertenece Gadamer es sustancialmente diferente, y tiene que ver con eso que se llama, precisamente a raíz de su colosal obra Verdad y método, la escuela hermenéutica, pero que a nuestros efectos representó en su propia personalidad -tuve el privilegio de escucharle in mortal flesh en una sesión en el Aula Magna de la Complutense-, lo más digno de respeto en la comunidad universitaria alemana, dado que a través de él se encuentran o dan cita Husserl, los neokantianos de Marburgo, y por supuesto, su mentor Heidegger. El título que he elegido no es casual, tiene que ver con esa retirada en la que consiste el acercamiento médico. Pues el médico viene a nosotros para que olvidemos que alguna vez tuvo que venir a nosotros.
Quien esté familiarizado con el pensamiento de Heidegger habrá advertido ya que lo que digo tiene que ver con el acontecimiento de la verdad, así que no es del todo descabellado vincular la filosofía con la medicina. Como que el estado oculto o el oscurecimiento de la salud es la verdad de la medicina. En este sentido los resultados, por así decir, de la interpelación filosófica resultan decepcionantes. Lo que acabamos sabiendo se nos antoja no muy diferente a lo que ya sabemos de la salud. Pero contra esa verdad hay una fuerte presión social, como nos advierte Karl Jaspers, que fue el antecesor del propio Gadamer en la cátedra de Heidelberg, y que unía la doble condición de filósofo universitario y médico: «De un modo característico del mundo moderno, la Organización Mundial de la Salud define a la salud como un «estado de completo bienestar físico, mental y social». No existe tal salud. De acuerdo con este concepto, de hecho todos los seres humanos están de alguna manera enfermos en todo momento. Pero cuando el concepto de enfermedad ya no tiene límites, cuando cada uno puede sentirse enfermo en su existencia y acudir al médico, cuando el médico debe estar presente para todos los padecimientos, aparece la confusión existencial»[1]JASPERS, Karl: La práctica médica en la era tecnológica. Gedisa, Barcelona, 1988.
Esa definición de la OMS es del 1948, lo que ha supuesto entre otras cosas una medicalización de la sociedad, un incremento sin precedentes de la capacidad de influencia del entramado financiero-farmacéutico y una burocratización significativa de la profesión. Por eso, lo que Gadamer propone en estas páginas es una minuciosa genealogía de los términos con los que nos referimos a la intervención médica desde la Antigüedad. En concreto, se remontará al estudio de Apología del arte de curar de la época de los sofistas (de mediados del siglo V a principios del IV) y a cómo el arte de curar supone una dificultad para la noción griega de techne, y que como bien había aprendido Gadamer del magisterio de Heidegger, no tiene nada de técnico: «El concepto griego de techne no se refiere a la aplicación práctica de un saber teórico, sino que constituye una forma propia del conocimiento. La techne es aquel saber que representa una determinada habilidad, segura de sí misma en relación con una producción»[2]GADAMER, Hans-Georg: El estado oculto de la salud. Gedisa, Barcelona, 2017, p. 46. ¿Producción de qué? Aparentemente de nada, no hay ergon u obra en la acción del médico, puesto que la salud no es una obra artística ni de un material natural, como por ejemplo el mármol, que se presenta modificado de un modo estético. Y es que «la esencia del arte de curar consiste, más bien, en poder volver a producir lo que ya ha sido producido»[3]Ibíd., p. 46.
La salud no consiste en restituir un estado edénico perdido, sino sólo en un restablecimiento del equilibrio natural. El maximalismo de la OMS nos revierte en realidad a una teología subyacente. Desde este punto de vista, la enfermedad se identifica con el pecado, como ya hiciese en el periodo entre guerras mundiales Ferdinand Ebner, autor por completo olvidado y a mi juicio injustamente, al menos por lo que concierne a la psicoterapia: «La psicología se ocupa siempre de hombres que tienen una «mala conciencia» y están enfermos de la «mentira de la vida»»[4]EBNER, Ferdinand: La Palabra y las realidades espirituales. Caparrós Editores, Madrid, 1995.
Gadamer sortea esta impostación teológica de la salud y de la enfermedad, pero no como quien apela a un positivismo cientificista de corto aliento, sino volviendo, esta vez al Político de Platón, para mostrar que una cosa es la medición (metron), amplificada de modo espectacular con el desarrollo tecnológico, y otra la mesura (metrion). Para alcanzar esta, sin la cual el metron puede ser uno de los regalos más indeseables del progreso, es preciso que la medicina sea de nuevo un saber de totalidades, que se vincule a una antropología médica. En esta empresa Gadamer nos demuestra, y yo sólo he apuntado algunas notas, que esa conversación en la que consiste la hermenéutica – paciente esfuerzo por comprender lo incomprensible-, nos habrá enseñado lo que ya sabíamos, pero habíamos olvidado. El oscurecimiento se hace más claro aunque bajo una luz tenue, como diría en su momento la criticada filosofía del pensamiento débil. Cuando el paciente está curado es porque ha empezado a olvidar que fue curado. Estuve enfermo y he sanado, mi médico fue el olvido.
Ese gran enfermo de la humanidad que fue Nietzsche vio la delicadeza de aligerar la memoria.
Título: El estado oculto de la salud |
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Referencias