Algo que comienza con Bach no puede salir mal. El compositor fue la “banda sonora” de la vida del polifacético artista Eduardo Chillida (1924- 2002) según nos cuenta Arantxa Aguirre en este magnífico documental. Poético, didáctico, permeado por el sosiego y el equilibrio. Persuadido por la concepción que tenía del arte este escultor sumergido en la espera, la búsqueda perpetua, la concepción espacio-temporal a otra escala. Esculpir el vacío y la calma le persiguieron siempre, absolutamente convencido del crimen cometido por el deseo humano de medir el tiempo. Bach resuena al inicio a modo de obertura con el tempo exacto que requiere esta delicada composición visual en torno a la obra y vida de Chillida. Pero también nos rocía con su música mediante sublimes actuaciones durante la parte central y en un final ardoroso escoltado de nuevo por el compositor sobre olas rojas en ebullición asistiendo a unos de los créditos finales más bellos que he visto nunca. Y el mar siempre presente en ella.
Ciento volando se estrenó en Zinemira del 72º Festival Internacional de San Sebastián. Lo hará de nuevo en su ciudad el 6 de diciembre y el 10 de enero en el resto de España.
El cantábrico y su singular luz iluminan el prólogo para acompañar al maestro en este viaje biográfico y testimonial de catorce capítulos con las personas que le conocieron o estudiosas de su obra. La primera muestra que vemos es el Peine del viento en San Sebastián, su ciudad, que también cerrará Ciento volando. Siempre custodiado por la suave y agradable presencia de Jone Laspiur, conductora del trayecto, entrevistadora, una investigadora que se adentra en los porqués que subyacen en la obra escultórica, arquitectónica y en papel de Chillida. Las primeras palabras que escuchamos del artista son: “Tengo la sensación de que estoy conectado con la mar como un discípulo con su maestro”, exponiendo después su fuerte vínculo hacia ese medio desde la infancia, como vemos en imágenes de archivo. Un mar ausente en el tiempo de formación en París, que le llamaba desde lejos (creyendo que había perdido totalmente la inspiración) a su regreso al País Vasco. El cantábrico con sus constantes olas –“siempre está viniendo, luchando con una fuerte insistencia”–, le devolvió el hálito junto a las palabras de Pili, la gran mujer que le apoyó desde que eran adolescentes hasta el final. Su otra mitad, a la que le dedica afectuosas cartas donde leemos la frase que da título a la película y a la que dio la vuelta.
Chillida creció cuando cambió la luz mediterránea de las esculturas griegas que le fascinaron en un principio (fabulosa la escena elegida de Le sang d’un poète, de Jean Cocteau, con la destrucción de una estatua) por la “luz negra” de su tierra. Su vuelta sintiéndose acabado y en la oscuridad le iluminaron, paradójicamente, creando e inspirándose en la tradición ferrona vasca para mutarla en vanguardia, revelándose como el continuador de Julio González y Picasso. Erigiéndose como uno de los escultores de más renombre internacional, inspirador de un artículo del filósofo Gaston Bachelard acerca de su utilización del fuego en la revista francesa de arte Derrière le mirroir. Del agua del comienzo pasamos a la parte central del metraje sobrevolando el museo al aire libre Chillida Leku (Hernani), el centro neurálgico donde gravita el espíritu de Ciento volando inspirado por el enorme caserío Zabalaga rehabilitado y las numerosas esculturas esparcidas deliberadamente por el espacio natural confiriendo una extrañeza y belleza a partes iguales. Aguirre nos adentra majestuosamente con una visión cenital de una de sus esculturas recorriéndola hacia abajo a modo de carta de presentación del espacio íntimo en plena naturaleza que fue creando para ir colocando su obra poco a poco. Enclave generado con esa intuición de los artistas sobre la idea de posteridad, de la permanencia que llegará con el tiempo al público (y así fue). Enemigo de las prisas, su hijo Mikel nos habla de la autoexigencia paterna, de la lentitud que le caracterizaba durante el proceso de creación. Alargarlo para aproximarse a la idea en su mente, ganando tiempo, aprendiendo de los errores. Abierto a una metamorfosis constante. Concepto a contracorriente para cualquier mortal en tiempos apresurados poco dados a entender el estado inacabable de una obra, la continua exploración de sus posibilidades.
Esa atmósfera latente del hogar de Chillida se palpa mediante una puesta en escena sobresaliente, recorriendo los caminos trazados que dan unidad al conjunto (hay un invitado que prefería lo selvático anterior a la apertura), adentrándose también libremente en las entrañas de esa fusión del arte vanguardista con la naturaleza. Observando esculturas oxidadas, hierros retorcidos de bizarra y rotunda presencia que conforman una composición armónica. La visión de Aguirre capta la quietud, el silencio, la relación espacio-temporal, la dilatación y expansión infinitas. Colándose por sus recovecos, geometrías, viendo a través de sus ventanas, ocupando su vacío estructural. Afrontándolas desde diferentes perspectivas y posibilidades multiplicando su trascendencia, la idea de viveza, de lo orgánico, del diálogo que establecen entre ellas y con el medio donde se integraron. Este conjunto artístico respira al unísono, nos envuelve con el sonido de sus pájaros, resiste y resistirá imperturbable el paso del tiempo. Se puede tocar, hasta “escuchar” sus ecos en medio del silencio. Provistos de esa materia en bruto que transmite sólo con su visión la solidez aun con líneas imposibles. Se intercalan entre los capítulos planos constantes, cada uno con elementos diferenciadores. Las observamos bajo la lluvia, con las gotas en plano detalle, el agua estancada a modo de espejo; con animales posados, iluminadas por el sol del amanecer, del atardecer, bajo el frío, entre la sombra proyectada de la arboleda, acariciadas por el viento. Transmitiendo su expresividad, consiguiendo de forma extraordinaria la traducción plástica de la atemporalidad y la perdurabilidad del arte. Desgranando la lentitud y observación de cada plano que va en consonancia con lo contemplativo, lo inalterable, que ahonda en la premisa de que son esculturas que necesitan tiempo para entenderlas. Esencia difícil de captar en una visita rápida.
“Mis esculturas están desnudas y silenciosas porque no pretenden llamar la atención, sino adentrarse en lo desconocido. Dar prueba de que el ser humano no se considera terminado, que puede hacer cosas nuevas siempre».
Arantxa Aguirre trenza con maestría lo riguroso y objetivo de la cantidad de información visual y biográfica del escultor con la poesía intercalada del arte escultórico, el cada vez más exento y vacío caserío –apuntalado por la pureza estructural de sus maderas nobles–, sus libros, xilografías, sus lecturas inseparables y personalidad que construimos con la descripción de cada invitado. Percibimos a un artista meticuloso, con carácter, cercano, trabajador, obsesivo. Aquel que se obligó a dibujar con la mano izquierda para pensar cada trazo y no le resultara fácil. Siempre envuelto en continuos proyectos (esos “ciento volando” a los que se agarraba) que calmaran la pulsión constante por crear en su taller de dimensiones industriales, pero íntimo en la concepción artística. Artista definido por un entrevistado como filósofo presocrático, en constante proceso de preguntas y respuestas, alguien rumiante buscando la verdad en materiales como el hierro, granito, yeso, madera, que aportaran la idea de arte macizo, contundente y magnético. “Mis esculturas están desnudas y silenciosas porque no pretenden llamar la atención, sino adentrarse en lo desconocido. Dar prueba de que el ser humano no se considera terminado, que puede hacer cosas nuevas siempre”. Mejor autodefinición, imposible.
Y de alguna forma existe un vínculo muy estrecho entre lo imperecedero de ellas y el cine de Aguirre o en general. Cine entendido como milagro visual de vida eterna que queda encapsulada en su soporte de forma paralela a las reales atestiguando ese presente que ya es pasado y que quedará para el futuro. Ciento volando atraviesa el espacio fílmico conformando un corpus visual y auditivo de altura, demostrando un absoluto respeto y admiración hacia la figura de Eduardo Chillida en su centenario.
Preludio con la fuerza de un mar enlentecido, gaviotas que vuelan delicadamente y la actriz leyendo frente a las olas. Epílogo con las aves meciéndose en el agua para pasar al rojo de un mar volcánico, con su espuma borboteando, homenaje a la incandescencia del hierro que tantas veces fundió Chillida.
TÍTULO: Ciento volando. Ehun txori zeruan. AÑO: 2024. DIRECCIÓN: Arantxa Aguirre. PAÍS: España. DURACIÓN: 93 min. GÉNERO: Documental. INTÉRPRETES: Jone Laspiur. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Gaizka Bourgeaud, Rafael, Reparaz, Txarli Arguiñano. PRODUCCIÓN: A Contracorriente Films, Bixagu Entertainment, Fundación Chillida. SONIDO DIRECTO: Carlos de Hita, Anartz Beobide. MONTAJE: Sergio Deustua.
TRÁILER OFICIAL DE LA PELÍCULA:
ENTREVISTA A LA DIRECTORA DE LA PELÍCULA, ARANTXA AGUIRRE:
¿Por qué en tus películas te atrae tanto reflejar el arte y sus manifestaciones?
Desde que tengo memoria, primero la lectura, luego la música, el cine, el teatro, la danza, me han ayudado a vivir y a veces incluso me han salvado la vida. No puedo mantenerme alejada de las artes y siempre quiero compartirlas porque el arte busca a los demás. Dicho esto, un proyecto te lleva a otros del mismo ámbito pero yo podría contar todo tipo de historias y, de hecho, acabo de realizar un capítulo de una serie documental de carácter histórico. Lo que pasa es que mi interés por las artes nunca se va a agotar.
¿Qué te llevó a hacer este homenaje al escultor Eduardo Chillida aparte de su centenario? ¿Qué vínculos o admiración tienes por su figura u obra?
Fue un encargo de la productora A Contracorriente y logré hacerlo mío desde el minuto cero. Primero porque los grandes artistas siempre me intrigan y me inspiran. Y además había una razón personal: San Sebastián es la ciudad de mi padre y está muy ligada a mi infancia. Esta película ha significado un rencuentro con mis raíces vascas y creo que se nota en mi mirada.
¿Cómo fue la elección de la actriz Jone Laspiur? ¿Se ajustaba al personaje por su conocimiento en Bellas Artes?
Fue una suma de casualidades felices. La vi en unos ejercicios de fin de curso en la escuela de Mar Navarro, donde también estudiaba mi hijo Bruno. Me impresionaron su talento y su sensibilidad, me pareció que tenía una delicadeza poco común. Cuando unos meses más tarde me llamaron para hacer esta película, me acordé de ella. Quería una mujer joven para ir en busca del viejo escultor. Después descubrí que Jone era licenciada en Bellas Artes en la especialidad de escultura y que su propio padre era escultor. No podía existir nadie mejor para conducir esta película.
El centro neurálgico de la película es el Chillida Leku, ¿qué transmite ese espacio tan vinculado a Chillida?
Es un lugar que te abraza. No hay señales que marquen el sentido de la visita sino que te invita a deambular, a perderte y encontrarte entre los árboles y las obras de arte, a escucharlas y escucharte. Hay algo muy singular en las esculturas y es que no existe un solo punto de vista para contemplarlas. En Chillida Leku llegas a ellas por caminos diferentes y las descubres desde nuevas perspectivas y también con luces y colores diversos según la hora del día y la estación del año. Es como si cada obra se multiplicara hasta el infinito en ese jardín del arte.
Si Chillida viviera aún, ¿crees que le gustaría tu documental?
Cuando fui a visitar Chillida Leku por primera vez, antes del rodaje, me senté a solas debajo de un magnolio y le prometí a Eduardo Chillida que iba a intentar seria y honestamente saber quién era y contárselo a los demás. Esta película, en el fondo, es un asunto entre él y yo. Ahora hay que esperar a que se estrene y que la vea la gente, pero quiero creer que algún día Chillida me dirá si le ha gustado.
En el documental se dice que Bach era la «banda sonora» de la vida de Chillida. ¿La elección de la pieza que abre y cierra el documental era una de sus preferidas o es elección tuya?
Fue elección mía. Me pasé un año escuchando a Bach a todas horas (es algo que le debo a esta película), preguntando a mis amigos músicos y haciendo mis propias selecciones en base a lo que me conmovía. Este movimiento lento del Concierto nº 5 para piano tenía el tempo exacto que yo quería imprimir a la película, la serenidad y la belleza que buscaba para empezar y acabar esta historia abrazando al espectador.
Cuéntanos el recorrido del documental próximo después de su paso por el Festival de San Sebastián, el lugar más idóneo para su estreno.
“Ciento volando” lo distribuye A Contracorriente y se va a estrenar en salas de cine, el 6 de diciembre en San Sebastián, la ciudad de Chillida, y 10 de enero en el resto de España. Como se ha rodado con una fotografía extraordinaria de Rafael Reparaz, Gaizka Bourgeaud y Txarli Arguiñano y con un espléndido sonido envolvente, a cargo de Carlos de Hita y Roberto Fernández, hemos apostado por las salas y espero que el público vaya al cine a disfrutar de nuestro trabajo.
Eres hija de un director de cine y actriz reconocidos. ¿Qué has heredado de cada uno o te han enseñado desde pequeña?
Me han enseñado a soñar en grande y a no tener miedo. Yo nací en los años sesenta y había mucho idealismo en el ambiente. Mi madre me sentaba en su regazo, en un sillón floreado que teníamos, y me contaba “historias verdaderas”. Recuerdo la de Angela Davis y la de Isadora Duncan. Mi padre, en unos años de vacas flacas en que entraba muy poco dinero en casa, compró unas entradas del tercer piso para llevarme a ver a Nureyev en el teatro de la Zarzuela. Recuerdo que le pedimos un momento los prismáticos a otro espectador y de pronto pude ver al alcance de mi mano el rostro maquillado y sudoroso del bello bailarín tártaro. Son recuerdos e impresiones que me han hecho quien soy.
Trabajaste hace años con renombrados directores. Me interesa especialmente Martín Patino. ¿Qué poso en tu cine o personal te dejó?
Basilio me sorprendió mucho. Yo venía de trabajar en rodajes grandes que estaban muy jerarquizados mientras que él me trató siempre de igual a igual. Me escuchaba con mucha atención y me encomendaba tareas creativas. Para la veinteañera que era yo entonces, eso no era habitual. Experimenté una libertad en el trabajo que hasta entonces no había conocido y que he procurado mantener en mis propios proyectos. Además, también me enseñó mucho desde el punto de vista personal. Recuerdo un día después del rodaje en un pueblo de Andalucía, cuando le vi tomándose un vino y saboreando una tapa de jamón, contemplando tranquilamente la puesta de sol, y ahí entendí que la inteligencia tiene mucho que ver con la capacidad de disfrutar de cada momento. Recuerdo además otro día que le entrevisté, años más tarde, cuando a no sé qué pregunta respondió con un tono contundente que no era habitual en él: “La libertad no se mendiga. La libertad se ejerce”. Otra gran lección.
¿Qué próximos proyectos tienes, literarios o en la dirección? Siguiendo con la estela de las artes, ¿te planteas hacer un homenaje al séptimo arte?
Tengo varios proyectos, “ciento volando”, que diría Chillida. Al séptimo arte creo que lo homenajeo todos los días tratando de hacer un buen trabajo, con amor y cuidado y, también, cada vez que voy al cine para aprender de las películas que hacen los demás y para seguir alimentando mi capacidad de asombro.