Si alguna función tienen los premios literarios es la de poner nombre, rostro y título a una realidad concreta cargada de mitologías y de calles, de baldosas levantadas y de personas esperando en la cola del autobús bajo la lluvia. Vale, con metáforas, epanadiplosis varias y sesudas teorías deconstructivistas, posmodernas o alternativas surgidas de algún suburbio de Baltimore. A los jóvenes les sirven para comenzar una carrera literaria, a los mayores para celebrarla, para definirla.
Algo así es lo que consigue el Premio Cervantes, el galardón oficial por antonomasia del establishment (que poco me gusta esta palabra) de las letras hispánicas, que cada año pone en el foco mediático a escritores españoles y latinoamericanos consagrados. Hay faltas muy notables, sobre todo en cuanto al reconocimiento de las escritoras, y coincidencias inevitables (la política de los premios da para otro post), pero en general los galardonados configuran el canon literario en español de la modernidad.
Cuando sonaba el teléfono para darme la noticia dormía la siesta. Elena Poniatowska, Premio Cervantes 2013. La persona que me llamaba sabía que me hacía especial ilusión (como a él, que tanto había trabajado para el reconocimiento de la escritora), por la vinculación sentimental y literaria a México, por el premio a una narradora y por el premio a una periodista del compromiso. Especial en lo personal fue también el encuentro este verano en su casa de la Colonia de Chimalistac, cerca de la parada de metro de Miguel Ángel de Quevedo, que recodaba hace unos días en el diario Información, con motivo de mi insistencia en estos meses convulsos por interpretar el imaginario literario del 68.
En la ciudad de México hay ruidos de todos los colores. La línea 3 del metro, esa que empieza en Guatemala y acaba en Texas, recorre de punta a punta la zona anular de la ciudad. Por allí desfilan las caras diversas de una ciudad, de un país, de un continente mestizo y grandilocuente, espectacular y diverso, donde los contrastes deambulan sin orden desde Polanco hasta los cerros, desde Coyoacán hasta Tepito. La ciudad, el país, el continente de Elena Poniatowska ha escrito sus meridianos sobre lo real maravilloso, pero una realidad sucia, agresiva, violenta, injusta, recorre también sus paralelos.
Sobre su trayectoria dejo un par de enlaces donde encontrar los hitos principales de su vida y de su narrativa: su Fundación y el número 11-12 de la revista América sin nombre.
La sorpresa es grata si uno piensa que el Cervantes 2013, aunque hace ya algunos años que la escritora mexicana está en las votaciones, llega en un momento justo para lo que significa la figura de Elena Poniatowska. Inagotable en su partidismo, su escritura es la escritura de la militancia. Desde su formación periodística, sobre todo, recuperó para la literatura latinoamericana contemporánea las estrategias narrativas de la Crónica como género indispensable para contrarrestar las versiones oficialistas de la historia ante las atrocidades que no sólo en México ejercían los gobiernos de turno con el apoyo de la inteligencia del vecino del norte.
Hasta no verte Jesús Mío (1969) testimonia la historia de Josefina Bórquez, una lavandera oaxaqueña y protestona afincada en el DF, llamada Jesusa Palancares en la novela, que cuenta a un destinatario ausente la historia de su vida. Una vida que comienza con su participación en la revolución y que acaba con su reconversión espiritual en la pobreza del DF durante los años 60. Un testimonio de fuerza, de entrega y de lucha de la historia no escrita, de las historias de los de abajo.
La noche de Tlatelolco (1971) supuso la consagración del género, de su figura también, gracias a la recopilación de testimonios de la trágica matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, orquestada por el gobierno mexicano semanas antes del inicio de los Juegos Olímpicos. Elena Poniatowska dio voz a los protagonistas en un mosaico que recoge testimonios orales de estudiantes, madres, granaderos, presos, que junto con poemas, cánticos, proclamas pusieron encima de la historia oficial (un enfrentamiento entre estudiantes provocadores y el ejército mexicano) una verdad desgarradora y atroz: la ejecución pública de los estudiantes reunidos en Tlatelolco por parte del ejército mexicano.
El compromiso en estos tiempos convulsos, un ejemplo literario de un México escrito y vivido por la autora a lo largo de más de cuatro décadas a través de relatos, crónicas, cartas, memorias y, sobre todo, a través de la instrospección de artistas como Tina Modotti (Tinísima, 1992), Leonora Carrington (Leonora, 2011) o Angelina Beloff, amante de Diego Rivera (Querido Diego, te abraza Quiela, 1978), que como Elena Poniatowska han escrito una página decisiva en el imaginario del arte latinoamericano contemporáneo.
Bienvenido Víctor 🙂 Gracias por unirte a la metrópolis junto al resto de nosotros, y además con un gran comienzo!
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