A menos de 24 horas para que comiencen las elecciones generales en el Reino Unido, los resultados de las encuestas arrojan una disputada carrera por el primer puesto entre Laboristas y Conservadores (los “Tories”). Dependiendo de qué agencia de encuestas consultemos, veremos a unos o a otros liderando los resultados, con alrededor del 33% de los votos y siempre con diferencias ajustadas, oscilando entre uno y tres puntos porcentuales.
Hablar de posibles resultados en elecciones es algo siempre difícil, incluso si uno cuenta con encuestas en mano. Aún así, la expectación que se ha creado con estas elecciones supera lo usual. ¿Por qué se ha generado tanto interés sobre unas elecciones con este nivel de incertidumbre?
Unas elecciones disputadas
A mi juicio, hay tres factores fundamentales. En primer lugar, está el hecho de que en las elecciones al Parlamento Europeo del año pasado, el partido de derecha euroescéptica UK Independence Party quedó en primera posición. Con una Gran Recesión coleando, una Europa periférica en agonía, y un pulso entre el gobierno griego y el Eurogrupo en marcha, existe una percepción generalizada de déficit democrático del proyecto europeo. Que en el corazón tradicional del euroescepticismo de la Unión Europea occidental, el Reino Unido, pueda triunfar un partido que lo lleva como bandera, sería un auténtico terremoto.
En segundo lugar, está el recuerdo del reciente referéndum de independencia en Escocia en el que el “Sí” perdió por un estrecho margen. El precedente que esta decisión suponía para muchos otros países (España entre ellos) no deja indiferente a nadie. Escocia ha sido parte integrante del Reino Unido desde 1707, y aunque siempre ha mantenido una fuerte identidad nacional propia, cuando la gente oía hablar de cuestiones nacionales o de autodeterminación en las islas, solía pensar en el caso de los Troubles del Reino Unido.
El último factor sería la previsión de que ninguno de los partidos va a tener una mayoría absoluta como para gobernar, lo que los británicos llaman un “hung parliament” [parlamento colgado], y es algo bastante raro: aparte de las elecciones de 2010 que desembocaron en el gobierno de coalición de Conservadores y Liberal-Demócratas, era algo que sólo había pasado una vez en el periodo de posguerra, en 1974. Técnicamente una mayoría podría ser posible con la mitad más uno de los “Members of Parliament” (MP) de la Cámara de los Comunes. Esto es, 326 de los 650 MP que se elegirán en las “constituencies” (las circunscripciones del sistema británico) de comicios. Teniendo en cuenta que uno de los MP es el “Speaker” que hace las veces de presidente de la cámara y no vota, y que los MPs del Sinn Féin no toman posesión de su escaño por no reconocer la legitimidad del gobierno británico en sus constituencies en suelo irlandés (en las últimas elecciones obtuvieron 5 escaños, feudos republicanos irlandeses), podría haber una mayoría parlamentaria con 322 MPs.
Estos tres hitos históricos apuntan a un resquebrajamiento del sistema de partidos sólo parecido al ascenso del Partido Laborista que desplazó al antiguo Partido Liberal en los años 20 del siglo pasado. Y es por eso que resulta importante saber quién es quién entre la serie de partidos que concurren a estas elecciones.
Quién es quién en el Reino Unido
1) El UK Independence Party, o UKIP liderado por Nigel Farage es un partido de derecha conservadora euroescéptica. Su principal caballo de batalla es la salida del Reino Unido de la Unión Europea, ya que en su origen, nacieron como lo que se denomina como un “single-issue party”, un partido centrado en una única cuestión. El UKIP ha crecido desde entonces, acumulando alternativamente, victorias y derrotas. Generalmente obtenían mejores resultados en las elecciones al Parlamento Europeo, pero pinchaban en las generales y locales. Esto era debido a dos motivos: de un lado, la misma naturaleza de “single issue party” que atenazaba a los de Farage hasta hace poco, les relegaba a ser la opción que escogían los euroescépticos en las elecciones europeas para hacer notar su descontento con la Unión Europea.
De otro lado, el sistema electoral británico, de “first past the post” (algo así como “el primero que llegue a la meta”) se basa en que en las 650 constituencies se elige a cada MP por el criterio del candidato más votado. Esto favorece, y mucho, el “voto útil”, puesto que si en una constituency tienes a al candidato C que te gusta más que a uno de los dos de los partidos mayoritarios, el candidato A, pero que no parece tener muchas posibilidades de ganar, probablemente elijas no votarle. De hacerlo, correrías el riesgo de que tu voto se desperdiciase, y que el candidato A, que quizás no te guste tanto como el primero que tenías en mente, pero que al menos recoge algunas de tus ideas, se quede sin ir a la Cámara de los Comunes. En cambio, quién irá será el candidato B, que representa todo lo que estás en contra. Así que con toda probabilidad, te taparás la nariz y votarás al candidato A (otra cosa es que al final sea el que gane).
Esto no ocurre en las elecciones al Parlamento Europeo, donde existe un reparto de los escaños en base a doce circunscripciones en todo el Reino Unido (que permiten una mayor concentración de “voto disperso” del UKIP y por tanto menos temores de que sea un “voto desperdiciado”). Así, durante varias elecciones europeas el UKIP conseguía cierta representación, pero durante las generales, sus votantes euroescépticos, volvían a votar a su partido “habitual”, o al menos a alguno que pensaban que era relevante en cuestiones domésticas (normalmente, los Conservadores). Este patrón se pueden ver en los gráficos 2 y 3, donde el ascenso del UKIP en las elecciones europeas es mucho más pronunciado que el discreto (aunque constante) que experimentan en las generales.
Tras el triunfo en las elecciones europeas del año pasado, estos comicios son la prueba de fuego para comprobar si el UKIP ha conseguido finalmente romper con ese patrón o no. En la actualidad se hallan alrededor del 19% del total de voto en en las encuestas en Inglaterra, lo cual podría traducirse en 3 MPs, un hito en su historia (los escaños que tienen son de MPs que abandonaron a los Tories).
Pero ¿de dónde viene este aumento de la derecha euroescéptica británica? En la excelente radiografía del partido que realizaron los politólogos Matthew Goodwin y Robert Ford, “Revolt on the right: explaining support for the radical right in Britain”, se dan algunos apuntes para pensar que esto es posible. La formación de Nigel Farage ya no es un “single-issue party”: han sabido recoger no sólo el euroescepticismo conservador prevalente en el Sur de Inglaterra, sino que también han ido captando a votantes desencantados con los Laboristas en el Norte de Inglaterra, de tradición industrial. La imagen que dibujan en el libro está clara: el votante que ha reforzado el UKIP es en general varón, blanco, mayor de 54 años, de clase obrera manual, con mayor sentimiento de identidad nacional inglesa y bajo nivel educativo. El nuevo votante del UKIP siente que fue “abandonado” por el crecimiento económico de finales de los 90 del Reino Unido, sin ver ninguno de sus réditos y ahora se ve doblemente golpeado por la Gran Recesión.
En ese sentido, es lógico que aquellos que se han visto “abandonados” opten por votar a unos “outsiders” que parecen vivir al margen del establishment político británico. La Unión Europea aparece como la raíz de muchos factores que este grupo social percibe como perjudiciales: una tendencia a la des-industrialización que les ha dejado sin trabajo, una política de favorecer la inmigración europea (con migrantes que compiten por los mismos puestos de trabajo) y una regulación “desde Europa” de la política británica que parece más una imposición que una relación de cooperación. Si a todo ello se le suma el hartazgo con un binomio Conservadores-Laboristas que no parece responder a ninguna de estas cuestiones, el cóctel está servido.
Y es que aunque el UKIP ha recibido acusaciones de xenofobia, no son el British National Party, el partido de ultraderecha de orígenes neonazis. Estas acusaciones son mucho más fáciles de esquivar por Farage, puesto que su partido ha construido lo que Ford y Goodwin denominan un “escudo reputacional”: no tienen reputación de ser antiguos nazis que han dado palizas por las calles y ahora se han reconvertido en políticos. Más bien, presentan su oposición a la inmigración parte de presentarlos como consecuencia de la pérdida de control de los británicos de su autonomía política. Es difícil que las acusaciones de xenofobia les dañen tanto como al BNP.
Por supuesto, el problema para el UKIP será si después de las elecciones pueden conservar el carácter de “outsiders” de la política y satisfacer las demandas de sus distintos grupos de votantes, los ex-Tories del Sur de Inglaterra, de clase alta y obsesionados con la Unión Europea, y los “abandonados” del Norte a los que les preocupan cuestiones de bienestar material de efectos más directos sobre sus vidas. Al fin y al cabo, el programa económico del UKIP es el clásico liberalismo de derechas propugnando las bondades del “libre mercado” y oponiéndose a la redistribución de riqueza o redes de bienestar social que tanto ha beneficiado a estos nuevos votantes “abandonados”.
2) El Scottish National Party de Nicola Sturgeon no ha sufrido una pérdida de ímpetu después de que su postura en el referéndum de independencia escocés se viera derrotada. Al contrario, la transferencia de votos de antiguos votantes laboristas desencantados con la deriva de su antiguo partido (otrora un gigante en Escocia) tiene pinta de ser histórica. Si en las generales de 2010 el SNP obtuvo un 19,9% del voto en Escocia, quedando en tercer lugar, hoy día las encuestas le están dando sobre un 49% y una primera posición muy cómoda. Debido a la naturaleza del sistema “first past the post” que comentaba antes, es difícil hacer predicciones debido a que puede haber constituencies que estén muy disputadas y donde cambios de última hora las entreguen a un partido u otro. Pero Robert Ford calcula que un buen resultado para los escoceses sería el de entre 20 y 40 escaños.
La razón de este ascenso imparable de los nacionalistas escoceses hay que buscarlo, igual que en el UKIP, en el desencanto con el establishment político y en la pérdida de apoyo de los laboristas entre numerosos segmentos de la clase obrera escocesa que en otros tiempos les votaron sin pestañear. Como comentamos en Rotekeil hace tiempo, a propósito del referéndum de independencia, el SNP ha conseguido posicionarse como el partido de los trabajadores escoceses, flanqueando a un Partido Laborista que, tras el “New Labour” de Tony Blair, ha ido perdiendo cada vez más su perfil de partido de los trabajadores para convertirse en una agrupación de intereses multiculturales interclasistas, pero con un peso importante de élites políticas de orígenes sociales no tan diferentes a los de sus némesis conservadora.
Frente a ellos, el SNP se ha convertido en un baluarte socialdemócrata en el frío Norte de la isla, aquejado por la pobreza y todavía con cicatrices de la Era Thatcher, resistiendo como pictos los embites de una austeridad que se ve impuesta desde el Sur.
3) Los Laboristas, por su parte, vienen comandados de la mano de Ed Miliband para intentar recobrar el poder después de 5 años a la sombra de un gobierno de coalición entre Conservadores y Liberal-Demócratas. Miliband, hijo del famoso teórico marxista Ralph Miliband, no ha aprendido mucho de los debates de su padre con Nicos Poulantzas, y agoniza entre los votos que ha perdido al SNP y la amenaza creciente del UKIP, sin conseguir transmitir un liderazgo firme a sus ex-votantes desilusionados.
Miliband sabe que, incluso si resultase ganador, la mañana del día 8 tendría que enfrentarse a la aritmética parlamentaria y a la formación de un más que probable gobierno de coalición con otros partidos. Ése no es el problema. El problema es que, según su resultado y el del SNP, las coaliciones necesarias serían de un tipo u otras. Con un 33% en las encuestas para todo el Reino Unido, un resultado de entre 260 y 290 escaños le obligarían a depender de los nacionalistas escoceses con quien ha negado que pactaría si eso implica “hacer algún tipo de concesión”. Más de 290 escaños le permitirían pactar con los nacionalistas galeses de izquierdas del Plaid Cymru, los Verdes o los Liberales-Demócratas y le quitarían un peso de encima. Sin embargo, la amenaza del SNP sigue ahí: quizas Miliband se ha dejado una puerta abierta al negarse a pactar si eso implica alguna “concesión”, y siempre podría afirmar en caso de pacto con el SNP que se ha hecho sin renunciar a nada de su programa.
4) Miliband lo tendría mucho más difícil si no tuviese delante a un Partido Conservador con un líder gris y monótono como David Cameron, que no ha conseguido frenar la hemorragia de votos hacia el UKIP ni siquiera con su endurecimiento de lo que parecían ser cuestiones que estos antiguos votantes le achacaban: dependencia de la Unión Europea o inmigración. Con un 34% del total de votos en todo el Reino Unido según las encuestas, lo mejor a lo que puede aspirar Cameron es a reeditar el gobierno de coalición que ha durado estos cinco años junto a los Liberal-Demócratas, y eso si superase los 300 escaños. Con entre 280 y 300 escaños, se vería obligado a añadir a la mezcla a los unionistas de Irlanda del Norte. Los Conservadores se ven “cojos” porque el pacto con el UKIP ha sido vetado por sus socios de coalición.
5) Estos socios, los Liberal-Demócratas de Nick Clegg, han sido los verdaderos perdedores de la coalición de gobierno: entraron con un subidón impresionante de apoyo electoral en 2010, 23% del total de votos y 57 escaños. Hoy las encuestas les dan un 9% y ya se darían con un canto en los dientes de obtener 35 MPs. ¿Y por qué? Pues básicamente, porque el apoyo que recibieron en 2010 fue debido a su carácter de “outsider” del juego político convencional. Mucha gente joven les votó porque no eran ni Laboristas ni Conservadores, y parecían una bocanada de aire fresco en un compartimento a veces estanco como la Cámara de los Comunes. Sin embargo, tras cinco años en un gobierno con los Conservadores, implementando las medidas de austeridad que estos proponían e incluso renunciando a su compromiso de no aumentar las tasas universitarias (con una posterior disculpa tristemente cómica de Clegg), los Liberal-Demócratas ya no son unos “outsiders” para nadie, y su apoyo se ha reducido considerablemente.
6) De hecho, quien les están haciendo un daño considerable es el Partido Verde, ya que ambos partidos reciben buena parte de su apoyo electoral del mismo segmento demográfico: los estudiantes o personas de alto nivel educativo y valores progresistas en lo moral o social. Los Verdes reciben un 5% en las encuestas y aunque quizás no lleguen a obtener ningún MP, el sistema de first past the post hace que causen verdaderos dolores de cabeza a los Liberal-Demócratas. Otros partidos como los ya mencionados Plaid Cymru y Sinn Féin, o los unionistas norirlandeses del Democratic Unionist Party, presentarán batalla por sus respectivas constituencies.
Sea como sea, el día 8 de mayo el Reino Unido se levantará con una nueva composición de su Cámara de los Comunes. El resultado de los comicios será un reflejo, no sólo de estrategias electorales y discursivas de los actores políticos, sino tambén de dinámicas sociales de largo alcance. Y las consecuencias no afectarán sólo a ingleses, irlandeses, escoceses o galeses, sino que es probable que se sienta en toda Europa.
[…] 5. Elecciones británicas: quién es quién (y por qué crecen el UKIP y el SNP) […]