Después de la Segunda Guerra Mundial, siete años estuvo Tasaka sin rodar: y es que él fue uno de los de Hiroshima afectados por los efectos de la radiación, y anduvo enfermo durante unos años. Lo cierto es que no he conseguido recabar cuándo volvió a estar en activo: según Imdb, su siguiente película data de 1952; pero el dato es incorrecto, ya que un año antes, en 1951, rodó YUKIWARISÔ (Hierbas ralas de la nieve), película inexistente para el célebre portal. Y YUKIWARISÔ resulta ser una sorpresa descomunal: la joya de la corona en la filmografía del director (al menos, de momento), una pieza magistral que asombra por numerosos aspectos, pese a tratarse de una sencilla historia, que no simple, sobre la relación entre una mujer joven y un niño de cinco años. Sólo que Tasaka convierte el film en la crónica de dos soledades: la de la mujer estéril que vive entregada a su cónyuge y obsesionada por la maternidad; y la del niño, Masuhiko, hijo ilegítimo del marido y a los efectos abandonado por él, al que su madre, gravemente enferma (¿Hiroshima?), en un momento determinado decide entregar al padre…, con la inoportunidad de hacerlo cuando el hombre está en viaje de negocios, de modo que el niño acaba siendo, al menos momentáneamente, doblemente huérfano. Esta película singularmente concentrada, que transcurre durante más de una hora con sólo dos personajes, la mujer y el niño, y ocasionalmente, sólo al principio y al final, con la madre y el marido, está tan llena de maravillas cinematográficas y emotivas que merece un estudio exclusivo sobre ella en un futuro. Y es que, aunque Tomotaka Tasaka solamente hubiera rodado YUKIWARISÔ, película cargada de humanidad, de emoción y de valientes decisiones formales, certeras como una flecha, ya merecería ascender al Parnaso de los mejores.
La siguiente película de Tasaka, NAGASAKI NO UTA WA WASUREJI (Olvida la canción de Nagasaki, 1952), pese a que ya empieza a asumir una narrativa menos libre que su obra de los treinta es, no obstante, uno de sus títulos más sorprendentes por muchos y diversos motivos. Para empezar, por tratar tan tempranamente el tema de la bomba atómica y suponer un auténtico vuelco en el fervor nacionalista de su autor, que ahora pasaba a denunciar las nefastas consecuencias de la guerra. Además, la película se ciñe a un protagonista occidental, gracias a ese guión original del director sobre un soldado estadounidense que recorre la región de Nagasaki, guión al que dotó de un admirable ajuste al punto de vista del excombatiente: si al principio Tasaka solo muestra su país como objeto turístico, a través de los folletos que ojea el músico Henry Grey, cuando ya lleven a este en coche de aquí para allá, la cámara recorrerá en travelling las calles de los pueblos y ciudades que visite, y finalmente, cuando ya penetre en las casas, mostrará insertos de las bellas porcelanas que contemple. Luego, el film se centra en la población católica del Japón con un énfasis que hace pensar que Tasaka tal vez profesara la fe cristiana (no he podido comprobarlo), probabilidad nada desdeñable ya que la mayoría católica del país vivía precisamente en las prefecturas de Hiroshima y Nagasaki; incluso, si la caracterización de los damnificados por la bomba (un manco, una coja, una ciega, unos huérfanos) resulta, imagino que por la censura de la época, un tanto profiláctica, en cambio, más impresionante se despliega el registro de la destruida catedral de Urakami, la más importante de Japón, cuyas estatuas las muestra Tasaka cercenadas y dolientes en admirables planos detalle.
NAGASAKI NO UTA WA WASUREJI propone como conclusión, en la metamorfosis experimentada por la ciega Ayako (encarnada por Machiko Kyô), la paz espiritual entre los dos países, así como, lógico viniendo del japonés que amaba Schubert, una síntesis entre las dos culturas, que se sustancia en el deseo de Henry de construir una sinfonía basada en la melodía que le donó el agonizante Michinobu al final de la guerra y que en la banda sonora se expresa mediante una alternancia entre el koto (que toca Ayako, viuda de Michinobu) y el piano (que toca Henry, su colega compositor) que alcanzará su fusión definitiva en el final. Y es que NAGASAKI NO UTA WA WASUREJI, aunque no pertenezca al género, es un film musical hasta la médula (que, por cierto, sin duda inspiraría a Daisuke Itô, en conjunción con su heroína ciega amante de la nieve, para HARUNOKO MONOGATARI).
Y como habitualmente en Tasaka, todo ello se despliega con una sensibilidad para el detalle expresado en forma de insertos (hay incluso uno sobre el hilo destejido de unos calcetines que presagia ese otro célebre que seguirá la cola del vestido en YÔKIHI de Mizoguchi), así como con su típica inclinación por esos caracteres testarudos y obsesivos, aquí ejemplificada en el tableau vivant de la muerte de Michinobu, recuperado otras dos veces mediante flash-back ¡para otros dos personajes que estuvieron ausentes!, así como por las personas apasionadas y vehementes, como muestra el arrebatador final en que Ayako, la ciega, deambula por la nieve hasta recalar en una iglesia, creándose un clímax que sólo un director silente podía tener el valor y el talento de filmar (Griffith, Vidor, Borzage vienen a la memoria) y que desemboca en una transfiguración en toda regla, no apta para dogmáticos laicos.
Curiosamente, una de las películas más célebres (naturalmente, en Japón) de Tasaka, UBAGURUMA, parte de una premisa similar a la de YUKIWARISÔ: un hombre tiene una hija ilegítima, lo que provoca roces familiares, hasta que su hija mayor, legítima, Yukiko (y en esto se diferencia este film de su precedente), toma la iniciativa para conocer a su media hermana. Aunque no tan excelsa como YUKIWARISÔ, UBAGURUMA es un magnífico film, lleno de grandes momentos, muy en especial ese sorpresivo robo del carrito en un arrebato de Yukiko ¡con la pequeña dentro! Formalmente, el film destaca por su uso intermitente de esas luces que se encienden y se apagan en las estancias y en las estaciones; por los motivos circulares asociados al mundo del bebé, tanto de figuras (globos, juguetes, pelotas…) como de los movimientos de los jóvenes Yumiko y Muneo; y, cómo no, por el leit-motiv visual de la fuga perpendicular a cámara (de una piscina, de los pasillos, de una carretera…), que condensa el tema crucial del film, pues Tasaka siempre lo asocia al gran secreto del padre de familia. Es UBAGURUMA, además, la película que demuestra que el más estrecho pariente de Ozu es Tasaka, tanto por su austeridad, casi cotejable a la de su colega, y su rigor, totalmente equiparable, como por el uso de ciertos recursos formales: los planos dorsales en contrapicado en el restaurante; la intensa conversación final a plano fijo puntuada por algunos primeros planos de los presentes; los travellings sobre los pasillos y sobre las vías; etc. UBAGURUMA trasciende, así, el a priori típico cine de jóvenes de la Nikkatsu (contaba de, hecho, con una de las estrellas de la compañía: Yûjirô Ishihara) para convertirse, como de Tasaka, en una elegante y severa reflexión sobre la condición humana.
En fin, sobre la extraordinaria HADAKAKKO (1961), la otra gran película que Tasaka dedicó al tema de la infancia tras YUKIWARISÔ, trataremos en una próxima entrada.