«Europa ha proporcionado a la humanidad su pleno florecimiento. A ella le corresponde mostrar un camino nuevo, opuesto al avasallamiento, con la aceptación de una pluralidad de civilizaciones, en la que cada una de estas practicará un mismo respeto hacia las demás».
Robert Schuman (1886-1963, Presidente de la Asamblea Parlamentaria Europea 1958-1960)
Estas próximas semanas de tan infausto 2020 pueden representar como en Marzo de 1957, cuando se firmara el Tratado de Roma que daba pie a la Unión Europea, uno de los momentos más decisivos de la misma. En el mes de Junio –o al menos eso debiera-, la Unión Europea tiene que tomar la decisión más importante de su historia presente que puede significar bien su afianzamiento definitivo como organización política supranacional y con ello la reconstrucción conjunta de los países que la integran tras los estragos causados por el coronavirus o la confirmación del inicio de su desintegración tras el Brexit y el abono a una situación catastrófica tanto en lo político como en lo económico.
Es obvio que poco o nada tienen que ver los actuales dirigentes europeos con los que firmaran dicho tratado. Los Christian Pineau (Francia), Joseph Luns (Países Bajos), Paul Henri Spaak (Bélgica), Joseph Bech (Luxemburgo), Antonio Segni (Italia) y Konrad Adenauer (República Federal de Alemania), a los que posteriormente se añadirían tantos otros como el propio Schuman, venían a constituir la mayor parte del espectro político de la época, de izquierda a derecha, pero con un claro mensaje para la unión de los pueblos en pos de un bien común.
El modelo económico.
Es cierto que tan enorme proyecto ha estado marcado siempre por la prioridad del interés económico sobre la consolidación de una unión política. Un fenómeno que empezó acentuarse con la llegada de Margaret Tatcher, se afianzó tras la caída del Muro de Berlín y terminó exponiéndose en su modo más deplorable durante la pasada Gran Recesión que ha acabado desembocando en la salida del Reino Unido y que de no reaccionar ahora en la forma debida va a acabar poniendo a los pies de los caballos toda la organización.
El Covid-19 ha puesto a prueba todas las estructuras de la U.E. tanto a nivel económico como político y hemos podido comprobar la extraordinaria descoordinación existente entre los países miembros antes y después de la irrupción de la pandemia. No hay que ir muy lejos para ver una situación que se repite constantemente tal como ocurre estos días en relación a la reapertura de fronteras, el transporte aéreo o los desplazamientos entre países sin un mecanismo común que los organice, dirija y supervise.
Después de la reciente aprobación por la habitualmente menospreciada Eurocámara en casos de suma transcendencia como el que nos ocupa, en la que ha solicitado colocar un paquete sobre la mesa de 2 billones de euros, cara a la recuperación económica por la devastación causada por la pandemia, será la Comisión Europea la que tendrá que decidir en estos días las medidas a tomar al respecto.
Como ya sabemos la U.E. se encuentra dividida en dos facciones. Por una parte los guardianes de la ortodoxia neoliberal que no conciben las ayudas sin ningún tipo de beneficio a cambio como Holanda, Austria, Alemania –esta última algo más flexible recientemente-, y un sorprendente mundo escandinavo. De otro los partidarios de las transferencias de dinero sin retorno –fabricar dinero-, como son los casos de España, Francia, Italia y Portugal, entre otros.
El liberalismo económico llevado a sus límites más extremos dio lugar a la Gran Recesión de 2008, su desigual recuperación económica, colocado al borde del colapso el medio ambiente y puesto en evidencia la degradación de los sistemas públicos y sanitarios en esta pandemia. Sin embargo sus reconocidos mantras que impulsan un modelo de sociedad basado en el individualismo siguen inspirando a gobiernos de todo el mundo, refrendados por una parte del electorado incapaz de mirar más allá de su propio ombligo.
Ni siquiera la asunción de un mundo globalizado, tampoco en su versión europea, parece causar mella en unos representantes públicos que solo entienden la solidaridad como un activo más de su cartera. Ni siquiera ante la irrupción de una enfermedad como la Covid-19 de la que nadie puede acusarse de culpable y que se va a llevar centenares de miles de vidas por delante.
A pesar de todo, expresiones en desuso como Keynesianismo, monetización de la deuda o cómo fabricar dinero de la nada e incluso el llamado «dinero de helicóptero», curiosamente éste último término acuñado por Milton Friedman, uno de los máximos teóricos del neoliberalismo, aunque en su caso más enfocado a lo que se ha dado en llamar socialización de las pérdidas y privatización de los beneficios, vuelven a recorrer los pasillos de las principales instituciones comunitarias.
Los riesgos.
No tiene desperdicio este artículo publicado en una nada sospechosa institución como es Caixabank, en el que se explicitan con claridad los riesgos no ya solo para el futuro de la Unión Europea como organización, si no el fatal desenlace tanto en lo económico como en lo político que en todos los países del viejo continente puede provocar la no aplicación de medidas económicas y fiscales lo suficientemente agresivas y coordinadas a su vez que sean capaces de minimizar con la mayor contundencia, agilidad y sin necesidad de recurrir nuevamente al endeudamiento de los estados, la devastación causada por el coronavirus en todos los ámbitos.
La ofuscación de la ortodoxia capitalista de los países del norte tiene que dar paso a una conciencia de solidaridad no ya solo por meras cuestiones humanitarias si no en la apreciación de que sus propias economías se verán sumamente afectadas si se condena al resto de las economías de la zona a su hundimiento y a una recuperación sine díe.
Por otra parte, el precedente más revelador, la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado y su debida falta de respuestas en Europa, aumentó la exacerbación de movimientos extremistas que terminaron devastando el continente. Hoy, los herederos de aquellos recorren Europa de este a oeste y de norte a sur, tan estridentes como entonces y alcanzando cada vez mayores cotas de poder.
La citada crisis financiera de 2008, su sinuosa salida, la pandemia actual y sus repercusiones venideras, representan el más poderoso caldo de cultivo para que con su particular idiosincrasia pero numerosos lazos en común como el furor nacionalista, la ultra-ortodoxia capitalista o la xenofobia se amplifiquen cada día más dichos movimientos. Los mismos que se blanden como adalides de unos valores democráticos que son los primeros que acaban por despreciar como ocurriera en su día y viene ocurriendo ya entre alguno de sus afines como en Hungría y Polonia.
La crisis del Covid-19, la mayor tragedia sanitaria que ha sacudido a la humanidad en los últimos 100 años, especialmente por su factor sorpresa y el desconocimiento de la ciencia en la forma de afrontarla, va a representar un punto de inflexión en la historia. Ahora o nunca, la Unión Europea tiene que decidir el camino que acabará definiendo nuestro futuro.