Siguiendo la estela de Cristina Jódar, que hace unas semanas nos presentaba en Amanece Metrópolis un trabajo excelente sobre el famoso «Cuento de Navidad» de Charles Dickens y sus innumerables representaciones en la pintura y en el cine, aprovecho para traer hasta este rincón de estudios culturales otro cuento de Navidad, este ya de la Posmodernidad, famoso por el éxito de su autor, Paul Auster, y por la adaptación cinematográfica, Smoke, que el mismo Paul Auster escribió, y que estos días fríos saqué de la mediateca de la Universidad.
La traducción al castellano circula por la red como circula casi todo, sin referencias de traductor ni identificación de la edición, a tan solo un clic, o dos, en Google. El cuento apareció publicado en The New York Times el día de Navidad de 1990 y se publicó en castellano, entre otras ediciones, en Buenos Aires en la editorial Sudamericana en 2003, editado y traducido por Mariana Vera y acompañado por las ilustraciones de Isol. La editorial Numen publica el cuento el mismo año en Barcelona, en traducción de Ana Nuño. En 2013 Seix Barral ha reeditado en su colección Booket el cuento con las ilustraciones de Isol, maravillosas, que os dejo a final de la entrada.
El narrador es un novelista que vive en Brooklyn y que suele comprar cigarrillos holandeses en un estanco en la calle Court. El protagonista es un estanquero, Auggie Wren, que gasta su vida vendiendo en la tienda, pero que tiene un secreto poco común entre los habitantes del barrio. En uno de los encuentros entre ambos, el intercambio de cigarrillos lleva al escritor a la trastienda, donde Auggie Wren guarda su secreto: más de cuatro mil fotografías de la esquina de la Avenida Atlantic y la Calle Clinton. Cuatro mil fotos en el mismo ángulo, una por cada día, a las siete en punto de la mañana.
“Vas demasiado deprisa. Nunca lo entenderás si no vas más despacio”. El novelista queda sorprendido ante la magnitud del proyecto, ante la obra de su vida: un instante congelado del mismo lugar cada día en el que se puede apreciar el paso del tiempo, las luces del otoño, las prisas de los viandantes, los tonos de la primavera:
Me di cuenta de que Auggie estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, y lo hacía plantándose en una minúscula esquina del mundo y deseando que fuera suya, montando guardia en el espacio que había elegido para sí. Mirándome mientras yo examinaba su trabajo, Auggie continuaba sonriendo con gusto. Luego, casi como si hubiera estado leyendo mis pensamientos, empezó a recitar un verso de Shakespeare.
—Mañana y mañana y mañana —murmuró entre dientes—, el tiempo avanza con pasos menudos y cautelosos.
Comprendí entonces que sabía exactamente lo que estaba haciendo.
A partir de aquí, dependiente y cliente entablan una relación artística que culmina con el encargo de un cuento de Navidad por el periódico. Auggie se ofrece entonces a contar la historia de cómo consiguió la cámara, en un ejercicio metaliterario en el que el narrador y el cuentista juegan con la ficción y la realidad. El relato de cómo Auggie Wren obtiene la cámara con la que había fotografiado el Nueva York de finales de los años ochenta es un cuento de Navidad en el que el estanquero procura al lector ciertas dudas acerca de la veracidad de la historia, pero que consigue ayudar al novelista a terminar su trabajo. Sentados en una mesa del Jack’s, los protagonistas conversan con los lectores sobre un episodio que no voy a desvelar, porque estoy seguro de que ya estáis buscando el relato para leerlo, pero que, frente a lo que pensaba el narrador posmoderno, termina por convertirse en un cuento sentimental, como deben ser los cuentos, al menos los cuentos de Navidad.
No obstante, ¿Cuál es el cuento de Navidad? ¿La historia de cómo un estanquero consigue la cámara con la que fotografía el tiempo de su ciudad o la historia de cómo un novelista sin ideas consigue su cuento de Navidad a través de la invención de Auggie?
Espero vuestras respuestas.
Y felices fiestas, claro.
[…] Amanece Metrópolis [20/12/2013] […]