Colaboración, Pixabay
Mi último texto Capitalismo y tecnología, publicado en esta revista el 9 de octubre de este año, terminaba con el siguiente párrafo extraído del libro de Jeremy Rifkin La sociedad de coste marginal cero. El internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo (2014:384), «La transición de la era capitalista a la Edad Colaborativa va cobrando impulso en todo el mundo, y es de esperar que lo haga a tiempo de restablecer la biosfera y de crear una economía global más justa, más humanizada y más sostenible para todos los seres humanos de la Tierra en la primera mitad del siglo XXI». Puesto que, en efecto, la «economía colaborativa» ha empezado a experimentar un gran auge y sus prácticas se consideran algo bueno e innovador, he considerado conveniente dedicar esta nueva publicación a este nuevo paradigma económico, capaz de eclipsar el capitalismo.
Una importante característica de la economía colaborativa es el paso que da «de la propiedad al derecho al acceso». Internet permite que millones de personas encuentren a otras con las que compartir lo que puedan necesitar. La economía colaborativa es una economía del compartir, un sistema que depende mucho más del capital social que del capital dinerario del mercado y que se alimenta más de la confianza social que de las fuerzas anónimas que rigen el mercado. El consumo colaborativo hace que la gente sea consciente de las ventajas que supone acceder a productos y servicios en lugar de poseerlos; unas ventajas que se plasma en ahorro de dinero, espacio y tiempo, en la creación de nuevas amistades, y en la sensación de volver a formar parte de una ciudadanía activa. Esta economía también ofrece ventajas desde el punto de vista ambiental porque reduce los residuos, estimula el desarrollo de productos mejores y elimina excedentes debidos a un exceso de producción y de consumo. No recuerdo en qué periódico he leído que en Estados Unidos hay 80 millones de taladradoras cuyos dueños usan 13 minutos como media y que un motorista inglés malgasta 2.549 horas rodando por las calles en busca de un aparcamiento, es decir, perdiendo el tiempo contaminando el aire. Son situaciones inaceptables para la economía colaborativa.
El sistema capitalista que todavía predomina cree que puede sacar beneficio de la economía colaborativa apropiándose de aspectos de la cultura de compartir para hacer negocio; hay empresas surgidas al amparo de la economía colaborativa en las que están ausentes las características de este tipo de economía. Vicenç Navarro, actualmente catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas en la Universidad Pompeu Fabra y ex catedrático de Economía en la Universidad de Barcelona, en su página web y bajo el título «Lo que se llama economía colaborativa no tiene nada de colaborativa», señala que «para definir una práctica como buena o mala hay que compararla, sin embargo, con la práctica que sustituye»; analiza el caso de Uber y Airbnb. Llega a la conclusión que rompen «con el nuevo concepto de colaboración y cooperación» y, por tanto, no pertenecen a la economía colaborativa.
La economía colaborativa no se reduce al compartir. Tras la crisis financiera de 2008 surgió una nueva forma de dar créditos, surgieron los préstamos sociales entre iguales, micromecenazgo o microfinanciación. Las diversas plataformas de micromecenazgo ofrecen distintas formas de compensación. Los microinversores pueden aportar a fondo perdido, o bien recibir del prestatario productos y servicios por un valor comparable a la cantidad aportada cuando el proyecto esté en marcha, o bien prestar dinero con intereses, o bien invertir en el proyecto a cambio de acciones. Aunque su peso en el sector financiero aún es pequeño, el micromecenazgo desempeña una importante función de apoyo a muchas empresas. Los entusiastas del micromecenazgo destacan que lo más importante no es el dinero. Disfrutan ayudando a otros a lograr sus sueños y están convencidos de que sus pequeñas aportaciones son importantes, de que realmente cuentan a la hora de impulsar un proyecto.
La economía colaborativa se basa, como ya he señalado, en la confianza. Prácticamente todas las redes colaborativas han creado un sistema de reputación para clasificar la honradez de sus miembros, a diferencia de los sistemas de clasificación crediticia que determinan nuestra solvencia en una economía de mercado.
La economía colaborativa viene pisando muy fuerte. Una demostración más lo constituyen las monedas sociales o monedas alternativas, Según Rifkin (2014:322), «tendemos a olvidar que el comercio siempre ha sido una extensión de la cultura y que se alimenta del capital social que acumula la sociedad. Por lo tanto, no es de extrañar que cuando las instituciones comerciales y, concretando más, las instituciones financieras, traicionan la confianza de la sociedad y agotan su capital social como sucedió en 2008, la gente no se fie de los mecanismos monetarios y busque otras alternativas». Más y más personas empezaron a experimentar con otras monedas. Monedas locales, monedas sociales o complementarias. La experiencia más antigua en estas monedas es el Banco WIR en Suiza, un banco que lleva funcionando alrededor de 80 años ofreciendo créditos, simultáneamente, en francos suizos y en WIR. («wir» significa «nosotros»). Es el único banco o entidad financiera que emite una moneda alternativa junto con la oficial. En un estudio realizado por el profesor norteamericano James Stodder se ha puesto de manifiesto que, cuando la economía va bien, disminuye la utilización de WIR, mientras que se conceden más créditos en esta moneda cuando la economía en francos suizos está en recesión. Hay economistas que son firmes defensores de la utilización de este tipo de monedas. En regiones con unos elevados niveles de paro, estas monedas ofrecen, a muchas personas, la posibilidad de crear pequeños negocios, que nunca conseguirían con el apoyo de los bancos convencionales. En todo el mundo, hay varios miles de monedas de este tipo en circulación. Son monedas locales y en una misma nación pueden existir distintas monedas locales, es decir, solo válidas para un limitado territorio.
Muy extendidas son las monedas que se basan en el tiempo laboral que una persona cede a otra fabricando o reparando un producto, o prestándole algún servicio. Estas horas se guardan en un «banco de tiempo» como si fuera dinero en efectivo y se intercambian por otros bienes y servicios. En los bancos de tiempo, la hora de un mecánico vale lo mismo que la de un médico o la hora de un senegalés lo mismo que la de un español.
Muy interesante es OuiShare, una organización sin ánimo de lucro nacida en enero de 2012 en París. OuiShare es una red global de comunidades locales con la misión de crear y promover una sociedad colaborativa justa, abierta y de confianza, conectando personas, organizaciones e ideas. En el blog de El País, “Alterconsumismo”, el día 28 de octubre de 2016, Anna Argemí calificó OuiShare como un referente de la economía colaborativa y escribió: “Escuchar a los ponentes y a los asistentes me reconcilia con la humanidad: hay aún personas que piensan y que sueñan despiertas, personas cuyo pensamiento y cuyo sueño va mucho más allá del pequeño bienestar privado, y que se esfuerzan por convertir la idea en acción”.
Para quien quiera saber más, aconsejo la lectura del libro de Albert Cañigueral Bagó, Vivir mejor con menos. Descubre las ventajas de la nueva economía colaborativa (2014). Es una obra bajo una licencia de Creative Commons. En Internet se puede descargar entero en pdf. Es un libro donde se analizan las ventajas y alternativas de la nueva economía colaborativa en sectores como la movilidad, el turismo y las finanzas, entre otro, y vislumbra los profundos cambios que este modelo económico puede aportar a nuestra sociedad.
La economía colaborativa es consecuencia del poder creativo y empatía del ser humano, cualidades que el vigente sistema está haciendo lo posible por ocultar.