«Un libro es una azada que va removiendo nuestra arcilla, desmigándola y trabajándola para convertirla en tierra fértil»
Lucía Sánchez Saornil
I
Cuando el pasado mes de marzo decretaron el estado de alarma y el confinamiento por crisis sanitaria, empecé a recordar una extraña pesadilla que tuve hace seis o siete años. Para bien o para mal, tengo buena memoria de muchos de mis sueños. En la pesadilla recuerdo con claridad que me encontraba en la puerta de mi casa de Rus, mi pueblo natal, metida en un autobús, y todo el mundo a mi alrededor llevaba mascarillas y trajes protectores. Bajaba del autobús y abrazaba a mi madre, me contaba que aún no habían encontrado la cura del virus que estaba ocasionado aquellas extrañas muertes. Tenía que meterme en mi casa y no salir. No podía ver a mi novio —por aquella época salía con un cordobés que estaba a muchos kilómetros de distancia—. Lo que más amargor me produjo aquel sueño, y que haría que lo guardara en mi baúl de recuerdos a no olvidar, sería la sensación de impotencia ante la falta de contacto con algunas de las personas que amaba. Ese dolor punzante en la boca del estómago. Ese desconsuelo por la falta de abrazos, de besos, de contacto… Y lo peor de todo, la incertidumbre ante lo desconocido. La incertidumbre de no saber si volverás a tener todo eso que me habían arrebatado.
II
Me levanto tarde, produzco poco. Leo. Llamo a mi familia. Intento cocinar mejor. Leo. Hago ejercicio en el salón de mi casa de 55m². Leo. Tengo clases de inglés online y a veces la conexión es una mierda y no me entero de casi nada. Leo. Tengo un nudo en el estómago. Leo. Llamo a mis amigas y amigos. Leo. Adelanto trabajo editorial. Leo. Acaricio a mi pareja. Leo. Produzco poco. Leo. Tengo un nudo en el estómago.
Pienso: no hay fórmulas perfectas/exactas. cada una pasará esta situación como sienta/pueda. abrazo cada una de las palabras de Alana Portero en su artículo Pandemia de andar por casa.
Pienso: twitter nunca me ha parecido un buen lugar. las redes sociales no me parecen un buen lugar.
Pienso: cuánta suerte tengo. cuánta suerte tengo. cuánta suerte tengo.
III
Una de las primeras preguntas que me asaltó ante el confinamiento fue ¿qué harían las militantes de finales del siglo XIX y principios del XX? Tengo la extraña manía de saberme aprendiz de las que me precedieron. No olvidar su legado. Dejar que me susurren al oído el relato de su(nuestra) historia, que a veces —si no siempre—, son la luz/sombra que se proyecta en el presente.
IV
He leído mucho. Esto ya lo he dicho. A mí, al menos, me ha servido para aliviar el nudo en el estómago. Subrayo la parte final de El apoyo mutuo, libro de Kropotkin, que dice: “En la amplia difusión de los principios de ayuda mutua, aun en la época presente, vemos también la mejor garantía de una evolución más elevada del género humano”.
Ante una crisis con unas dimensiones económicas, aún incalculables, el viejo anarquista ruso nos susurra, de nuevo y desde la lejanía, que lo que más fuertes nos mantiene como sociedad, precisamente, es la solidaridad. Una ola de iniciativas de apoyo mutuo desde los barrios desborda la inacción institucional. Sonrío.
V
“Sólo el libro contiene eternidades”, decía Lucía Sánchez Saornil. Leerla me conmueve el cuerpo entero. Leerla me agita, me eleva, me oxigena. Ella, que vivió una verdadera guerra; una guerra de cañón, fusil, cuerpos mutilados, ideas de libertad aplastadas por los voceros del yugo y las flechas. Ella, que creyó en un verdadero proyecto emancipador junto con miles y miles de hombres y mujeres.
—No somos héroes, solo hacemos nuestro trabajo —claman las sanitarias, que sin recursos suficientes para afrontar esta crisis de salud, se han dejado la piel y el alma para frenar esta epidemia.
—Libertad, libertad, libertad —contemplo los vídeos de señoritos que ayer aparecían en el telediario, ricachones de los de toda la vida, que lo que realmente pretenden es conservar sus privilegios.
Escribía Lucía en 1937: “Es importante que la Revolución no solo sea de forma, sino de fondo”. Escribía Lucía en 1939: “Con un profundo desgarramiento interior comprobamos la pérdida material de la guerra española. Solo los que hemos vivido día tras día, hora tras hora la edificación de aquel mundo asombroso […] sabemos bien lo que se pierde al perderlo”.
VI
Decía que tengo suerte. El piso de alquiler en el que vivo con mi pareja es de 55m². Tengo agua caliente. Tengo dinero para vivir. La nevera llena de alimento. Unos meses son mejores que otros. No me puedo quejar, pienso.
Recuerdo una conversación con Soledad Castillero sobre su visita a los asentamientos chabolistas de Huelva, en los que viven jornaleros migrantes. La dureza de sus palabras. La dureza de la realidad de una parte de la población. El 15 de abril Sole escribía un artículo de los que llenan de rabia. Otro incendio. En Jaén sabemos algo de esto. En Jaén vemos a migrantes que recogen la aceituna durmiendo en verdaderas pocilgas. Lugares inhabitables habitados por quienes recogen las cosechas de los campos.
Hace unos días vi la entrevista que Paco León le hizo a Serigne Mamadou, uno de los portavoces de la campaña #RegularizaciónYa. Hay un momento en el que Serigne, ante su relato, se rompe. No puede continuar hablando. Vivir en la calle y al día siguiente estar 11 horas recogiendo la cosecha —con descanso de media hora— para ganar una miseria, para ni tan siquiera tener unos mínimos derechos, para ser tratado peor que un criminal. Esta es una realidad que atraviesa a muchísimas personas migrantes es este país.
Ese dolor punzante en la boca del estómago. Ese desconsuelo de la falta de abrazos, de besos, de contacto… Y lo peor de todo, la incertidumbre ante lo desconocido. La incertidumbre de no saber si volverás a tener todo eso que me habían arrebatado.
Hay pesadillas que son realidad para una parte inmensa de lo población.
¿No me puedo quejar?
VII
Esta vez subrayo:
«La conmoción puede volverse corriente. La conmoción puede desaparecer. Y aunque no ocurra así, se puede no mirar. La gente tiene medios para defenderse de lo que la perturba […] Eso parece normal, es decir, adaptación. Al igual que se puede estar habituado al horror de la vida real, es posible habituarse al horror de unas imágenes determinadas».
Ante el dolor de los demás, de Susan Sontag.
Nada más que añadir.
Por ahora.
VIII
La primera semana de confinamiento me dije que no entraría en redes sociales. Sucumbo. Acabo entrando de vez en cuando. Leo en alguna parte algo así como: y los no esenciales para qué servimos.
¿Y los cuidados? ¿Alguien piensa en los cuidados?
Llevamos incrustado hasta la espina dorsal el lenguaje del enemigo. El lápiz se mueve solo sobre el párrafo del libro de Gerda Lerner, La creación del patriarcado, donde se lee:
«Una visión feminista del mundo permitirá que mujeres y hombres liberen sus mentes del pensamiento patriarcal y finalmente construyan un mundo libre de dominaciones y jerarquías, un mundo que sea verdaderamente humano».
Estamos en ello, me digo.
Estamos en ello.
IX
Dice Díaz Ayuso: “El Gobierno fomenta la lucha de clases, cree que son cuatro ricos”.
Desde Piedra Papel Libros decimos:
«Vuestras concentraciones de mierda y vuestra gestualidad de señoritos están generando más conciencia de clase que todos nuestros ensayos juntos. Y lo celebramos. Ponerle cara a quien nos roba la vida siempre ayuda a despejar el humo. Somos muchos más de este lado. Activemos eso».
X
Leer y escribir. Pero ante todo: organizarse.
Este atípico 1 de mayo, ante la pantalla del ordenador, vi el mitin que se organizó por parte de la Regional Centro de CNT. Ocho intervenciones cargadas de lucha y rabia.
Voces necesarias:
Sección Prensa y Medios de CNT, Coordinadora de Vivienda de Madrid, Sindicato de Manteros, Riders x Derechos, Coordinadora Antiprivatización de la Sanidad Pública, Mujeres Libres de Madrid, Federación Estudiantil Libertaria de Madrid y Regional Centro CNT.
Dos imágenes:
- Natalia, anestesista del hospital Infanta Sofía e integrante de la Coordinadora Antiprivatización de la Sanidad Pública, con un cansancio más que evidente narrando la desprotección ante la epidemia, la falta de protocolos, de EPIS; narrando cómo gracias a las decisiones en equipo han podido afrontar situaciones críticas, la merma de la sanidad por años de políticas de privatización… Les debemos mucho más que aplausos. Nos debemos mucho más que aplausos.
- “La clase trabajadora saludamos a nuestra manera a los fascistas”, se lee en la cuenta de Riders x Derechos, junto a la fotografía de Laura Ubago en la que aparece un compañero repartidor haciendo la peineta a los fascistas concentrados en Granada ataviados hasta las cejas con banderas rojigualdas —alguna que otra con el pollo o el emblema falangista—.
Dos imágenes, digo, pero son muchas más.
XI
¿Aún no habéis leído nada de Marcelle Capy? En 1932 pronunciaba un discurso en la Cruzada por la Paz en el que decía:
“Tenemos que defender la ternura humana, sin la que la vida no merecería la pena ser vivida”.
Leedla. Pero ante todo: organizaos.
[…] Destellos de un confinamiento emocional […]
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