El grupo Atresmedia está inmerso en una campaña para pedir a nuestros afanados representantes públicos un acuerdo por el que se dedique un 2% del PIB de este país a la inversión en ciencia. La media de la UE está en el 2,12 % mientras que en el caso de España la inversión en ciencia apenas llega al 1,24 %.
No voy a entretener a mis queridos lectores con ninguna tabla o gráfica al respecto –de eso andaremos sobrados en un próximo artículo donde trataremos en profundidad ese fenómeno tan indefinido hoy como es el de la clase media-, pero sólo les apuntaré, que ese 1,24 % de lo que nuestro país invierte en investigación y desarrollo es menos de la mitad de lo que invierten Alemania o Suecia, por no citar alguno más de nuestros vecinos y evitar que la cosa pueda acabar sirviendo de mayor escarnio.
Aunque resulte evidente la importancia de la ciencia en el desarrollo, me remitiré sencillamente a la declaración que hace la propia UNESCO al respecto:
Invertir en ciencia, tecnología e innovación es fundamental para el desarrollo económico y el progreso social. (…) La innovación permite aplicar las técnicas científicas y los conocimientos tecnológicos al desarrollo de productos y servicios útiles, así como a la creación de empleo.
Diría yo que más aún en estos duros tiempos que corren donde se precisan nuevas profesiones en un escenario donde la inteligencia artificial va a desalojar del empleo a millones de personas y donde la humanidad se enfrenta a extraordinarios retos que están poniendo al borde del colapso a la misma.
Para colmo, en España, la pandemia del COVID-19 es probable haya venido a entorpecer aun más la situación, aunque esta por si sola sería motivo más que suficiente para caminar en la dirección correcta si hubiéramos aprendido lo suficiente de los errores cometidos antes y después de su entrada en escena.
Pero, visto lo visto desde el inicio de la misma, la actitud de la clase política en general y de la oposición en particular, si ya de por si precisa de cierto arrojo, el llegar a un acuerdo al respecto resulta poco menos que una entelequia.
Lamentablemente la cosa viene de lejos. Podría decirse que desde los recientes gobiernos de Pedro Sánchez hasta los del mismísimo general Franco, por no extendernos mucho más allá en una España con un atraso casi secular durante buena parte de los dos últimos siglos.
Los errores se pagan caro y ya vemos las extremas dificultades que están pasando en este momento los países de nuestro entorno, pero qué duda cabe que unos acabarán saliendo mejor y más rápido que otros de semejante envite.
Ocurrirá ahora, como ocurrió con la crisis de 2008 y todas cuantas han sacudido a la civilización. Y España, de no mediar un milagro o una actitud decidida por parte de nuestra denostada clase política no parece que estará, una vez más, entre los primeros de la clase.
De ahí que resulte poco menos que imposible que las administraciones públicas españolas puedan facilitar ayudas directas a los damnificados por la pandemia en la misma proporción que otros países ya que carecen del fondo de armario suficiente para ello.
Otra opción sería recurrir a un mayor endeudamiento por parte del estado, pero eso significaría -caso de ser posible en el intransigente entramado financiero actual-, otro arma arrojadiza más en manos de una oposición implacable.
Para colmo, los famosos 750.000 millones de euros que la UE iba a destinar a socorrer a sus estados miembros a consecuencia de la primera ola desatada por el virus -todavía no se ha oído a nadie decir qué va ocurrir con la segunda-, siguen por el momento en el limbo habitual de los dimes y diretes de los estamentos comunitarios.
En esta ocasión a cuenta de esas dos pseudodemocracias en que se han convertido Hungría y Polonia, pero en cualquier caso consecuencia del eterno error de la Unión Europea de dar siempre prioridad a la cuestión económica por encima de la unión política.
Volviendo al caso de España el problema de la ciencia es uno más de esas «reformas estructurales» de las que se llenan tanto la boca nuestros políticos desde que se pierde la memoria. Unas reformas que nadie decide acometer y que cuando alguien se atreve a insinuar se revuelve el gallinero.
De hecho en España la momia de Franco o la religión en la escuela provocan más ruido que la insostenible precariedad del modelo laboral, un delirante modelo fiscal o la pírrica inversión en sectores tan fundamentales para el desarrollo de cualquier país como son la educación y la ciencia.
España es la cuarta economía de la UE por una mera cuestión probabilística a resultas de su número de habitantes, pero la crisis de 2008 y la actual pandemia han puesto patas arriba su capacidad de recuperación más allá de la ficción macroeconomica en el primer caso y en el segundo por la limitada y para colmo menoscabada capacidad de sus servicios públicos.