¿El mayor logro de mi carrera política? Tony Blair y el nuevo laborismo.
(Margaret Tatcher, política británica, 1925-2013)
No le faltaba razón a La dama de hierro, cuando en una entrevista en 2002 respondía así a la cuestión planteada en una cena organizada por el político conservador Conor Burns. Sería Tony Blair, en su calidad de líder del Partido Laborista británico entre 1994 y 2007, el que daría el pistoletazo de salida a un modo de entender la socialdemocracia que acabará propiciando el hundimiento generalizado de los partidos socialistas y laboristas europeos en las décadas posteriores.
Quizá el caso más significativo sea el del PS, el todopoderoso Partido Socialista de Francia, al que su primer secretario Françoise Hollande mandaría prácticamente al ostracismo tras su paso por la presidencia de la república entre 2012 y 2017. Tanto es así que en las elecciones a la Asamblea Nacional de junio de 2017 el PS pasaría de los 314 a solo 31 diputados en la misma.
Su renuncia al humanismo socialista, su propuesta de síntesis entre el socialismo y el capitalismo -Tercera Vía-, y su ensimismamiento por las ambiciones partidistas, acabarían siendo desbordadas por la lógica neoliberal de las últimas décadas.
La búsqueda de réditos electorales entre las élites y las clases altas propició que las acciones de gobierno de los partidos socialdemócratas europeos se fueran solapando con las mismas o parecidas tesis de los partidos conservadores, lo que les acabó alejando de sus votantes tradicionales decepcionados ante semejantes prácticas.
Especialmente las clases medias más distanciadas de la opulencia de la burguesía y las clases trabajadoras que habían representado hasta ese momento su principal bastión.
En definitiva, el último cuarto del siglo pasado provocó un auténtico corrimiento de tierras en el tablero político, tal como quedo consolidado tras la II Guerra Mundial, al desplazar tanto su eje hacia la derecha por la radicalización de los liberales que ha enviado también a ese lado del mismo al habitual centro político que constituía la democracia cristiana y atraído a éste a los partidos socialistas de siempre.
El vacío dejado por estos últimos lo han acabado ocupando los viejos partidos comunistas del occidente europeo que a través del llamado eurocomunismo renunciaron a partir de los años 70 al modelo soviético abrazando la democracia y tomando esta como un elemento imprescindible para el desarrollo económico y social.
El mismo marco donde acabarán encajando también los nuevos movimientos y plataformas políticas y sociales surgidos a lo largo de todo el continente a raíz de la crisis de 2008.
El PSOE
Atrapado en esa misma deriva hacia el capitalismo más irreverente a la que le condujera Felipe González durante su mandato y consolidara José Luis Rodríguez Zapatero, en plena efervescencia con la llegada del SXXI, la irrupción de Pedro Sánchez al frente del partido ha representado una nueva paradoja para el mismo: la mercadotecnia al servicio de la política.
Quizá no haya otra representación artística más acertada del fenómeno que «Borgen», la magnífica serie de televisión danesa que expuso como ninguna otra las nuevas artes de la política. Salvando las distancias de las particularidades de la política escandinava y otros aspectos que se tratan también en la misma, Borgen pone en entredicho el mundo de las ideas ante la poderosa fuerza del pragmatismo.
Hasta que, sugestionados por la industria del marketing, los grandes partidos políticos se han convertido en auténticas máquinas electorales, por encima de todo principio, imbuidos en la misma premisa capitalista y, por tanto, puestos al servicio de sus próceres.
El PSOE no ha escapado a ello y Pedro Sánchez representa con sus continuos bandazos el prototipo más elocuente del modelo.
De ahí que el pacto entre el propio Sánchez y Albert Rivera, un ultra liberal y nacionalista manifiesto, sirviera para sellar un primer acuerdo de gobierno que tras su voladura daría paso a nuevas elecciones hasta acabar fundiéndose en un abrazo con el tantas veces defenestrado por él mismo, Pablo Iglesias un vasto representante del socialismo democrático clásico.
El candidato
Ángel Gabilondo, el candidato del PSOE en las elecciones del próximo 4 de mayo, no es un remake del profesor Tierno Galván. El legendario socialista madrileño logró la alcaldía de Madrid gracias a una coalición con el PCE en 1979 y la mantuvo hasta su fallecimiento en 1986 ganándose una popularidad sin precedentes. En el ejercicio de su cargo gracias a sus modos, maneras y logros inundó de luz una ciudad gris hasta entonces que acabó catapultándose al mundo.
No se trata solo de ser soso como ha reconocido el ex rector de la Universidad Autónoma –por el contrario quizá haya una parte del electorado cansado de tanto griterío-, se trata de sus reiterativas afirmaciones de hace solo unos días que dan al traste con lo que debería representar el ideario progresista.
Gabilondo ha afirmado sin tapujos que no está por la labor de modificar el modelo tributario madrileño en el corto plazo, a pesar de haberlo criticado reiteradamente por su habilitación en la práctica como si de un paraíso fiscal se tratara, claramente favorecedor para las clases altas y en detrimento del resto de ciudadanos.
Ni que tenga intención de modificar sensiblemente su singular modelo educativo a pesar de ser el más altamente clasista y disgregador de todo el país.
Lejos de lo presumible bajo las siglas de un partido que se autodenomina socialista y obrero, probada su consabida renuncia a dichos términos desde hace mucho tiempo, se diría algo más que una mera argucia electoral para ganarse a los votantes de Ciudadanos en su actual desbandada.
En campaña
Aun si fuera el caso, de lo que no se dan cuenta Gabilondo y su partido que al contrario de lo que ha pasado con Salvador Illa en Cataluña, el electorado madrileño de Cs es mucho más conservador que el catalán y que en tal tesitura éste siempre se decantará mejor por el original –léase Partido Popular-, que por su copia.
Por muchas propuestas que en la misma órbita neoliberal, como las que dan pábulo al presente artículo, plantee el candidato del PSOE.
Visto lo visto, transcurridos casi dos años de la pasada cita electoral en Madrid, no parece de recibo que de forma tan decidida el candidato, presuntamente socialista, se entregue tan abiertamente a una coalición en la que parezca priorizarse la opción de Ciudadanos.
El partido que, precisamente, impidió que el ganador de las últimas elecciones, el propio Gabilondo, pudiera gobernar.
Los «naranjas» prefirieron en su día compartir gobierno con el PP y el beneplácito de Vox. En una Comunidad que, como hemos referido en diversas ocasiones, se ha afianzado como el principal laboratorio del neoliberalismo en Europa, donde se han puesto en práctica todos y cada uno de sus preceptos a pesar incluso de la irrupción y el avance de la pandemia.
Un gobierno del que Ciudadanos ha formado parte activa y sin mayor censura que alguna que otra pose.
Un gobierno donde la precariedad, la temporalidad, la privatización cuando no desarme de los servicios públicos, la desregulación, la fiscalidad decreciente y en general un modelo económico y social en el que prevalece por encima de todo la libertad individual, la cultura de lo inmediato y por ende la ley del más fuerte son sus principales señas de identidad.
Neoliberalismo en estado puro a pesar de sus catastróficas consecuencias para buena parte de la población las últimas décadas; que la mayor crisis sanitaria de nuestro tiempo ha puesto todavía más en evidencia en todas y cada una de sus vertientes y que bajo el mantra del crecimiento perpetuo tiene al borde del colapso al conjunto de la humanidad.
Díaz Ayuso, a tenor de las encuestas y salvo que el electorado progresista, tal como ha pasado recientemente en EE.UU., acuda masivamente a votar tiene por descontada su relección. Más aún si el candidato del partido socialista realiza propuestas tan heterodoxas que hagan poner pies en polvorosa a su propio electorado.