Un cruce de caminos. Se suele relacionar la marcha de los trenes nocturnos truffautianos («las películas avanzan como los trenes, como los trenes en la noche») con el ánimo del espectador que las captura; es decir, las afinidades, la comunión, entre las películas y el espectador entrañan un viaje en tren, ese del que hablan Mark Cousins y Chris Marker en una supuesta misiva a propósito de «Él me escribió», las tres palabras muchas veces dichas en voz de mujer en Sans soleil (1983), de Marker, y que definen una de las esencias que acompañan al cine: la del desprendimiento entre la imagen y lo que ésta registra, la imagen de lo que alguna vez fue («aceptar que todas las imágenes son la luz de una estrella que posiblemente ya no existe»); aquella que se separa en el viaje en tren (esto es, que separamos del filme) y se queda atrás, lo que queda y que permite tomar distancia (e invocar, al mismo tiempo que mostrar). «Encerrado en el cuarto de edición», le dice Marker a Cousins, «revisando el material que había filmado, yo era como James Stewart mirando a Kim Novak en Vértigo de Hitchcock, no estoy seguro si el material está vivo o muerto, si tiene conciencia de mi existencia o si ha perdido el sentido, si está despierto o soñando, actuando o siendo, eros o tánatos. Espero que estas palabras (‘Él me escribió’) tengan un timbre melódico. Tome distancia de ellas. Son ya un lamento, una plegaria para los muertos. Para mí». O como afirma Léos Carax: «Hacemos películas para los muertos, pero se las mostramos a los vivos». Si el cine capta la vida y el lado mortal de la vida («filma la muerte en acción», según Jean Cocteau), entonces, ¿qué tanto le quedará por hacer al espectador ante esas tres palabras clave «Él me escribió» (articuladas, de acuerdo con Marker, contra lo llano, la indiferencia, la inercia, el silencio, lo banal, lo insignificante) que lo sitúan en el cruce de caminos de todos conocido y ante el paso de aquel tren eléctrico del que hablaba Orson Welles? ¿Qué le queda por hacer al espectador de hoy, cinéfilo recalcitrante o simple consumidor de películas, sumido, cuando se le ve en muchos casos, en el desconcierto o la abulia, en plena crisis?
Una crisis de formación, deformación y disolución que enfrenta ese elemental enamorado del cine, según Gustavo García (comentada en su último y magnífico artículo, «El cinéfilo ignorante», publicado poco antes de su temprana muerte), ante la explosión cinematográfica actual, paradoja de la hipermodernidad, ante el estallido genérico a que se refiere Jorge Ayala Blanco, la inabarcable e inacabable, continua reanimación y resurrección del cine mismo en sus géneros y tendencias, hibrideces y vías múltiples, porque contra la nostalgia por tipos de cines que ya es imposible abordar, o contra lo afirmado por Victor Erice acerca de un cine ya agotado donde todo ya ha sido dicho (o cantado, como diría Bob Dylan, ¿para qué una canción más?), a la hora de hacer una película aún se puede enriquecer ese ángulo, esa historia, ese filme tantas veces revisitado. ¿No ocurre lo mismo con cada nueva visión que hacemos de una y otra película? Y esto precisamente es lo que niega parte de la nueva cinefilia, refocilada en la desconfianza, el desdén, la indiferencia continuas; en sus preferencias sólo entran ciertas películas, ciertas épocas, ciertos cineastas, y no más. Para esos espectadores, como para algunos críticos y comentadores de películas, o como para algunos viejos cinéfilos decepcionados de toda luz y ruido, no existe la seducción del cine, ni su continua vitalidad, misterio y magia. Se corresponden con aquellos de los que habla Federico Fellini en su conversación con Giovanni Grazzini en «Interviste sul cineme», los que han cambiado la gran pantalla por el televisor, o ahora por cualquier variedad de dispositivo portátil: «Tan pronto lo que vemos tiende a exigirnos una atención que no queremos prestar, ¡tac!, con un golpe del pulgar le quitamos la palabra a quien sea, borramos las imágenes que no nos interesan, los amos somos nosotros. ¡Qué aburrimiento ese Bergman! ¿Quién dijo que Buñuel es un gran director? Fuera de esta casa, quiero ver el partido de fútbol o las variedades. Así nació un espectador tirano, déspota absoluto, que hace lo que se le ocurre y está convencido cada vez más de ser él el director o al menos el operador de montaje de las imágenes que está viendo».
No obstante, ahí se ha terminado por definir y concretar el contorno real del espectador de cine: ver una película es un acto personal, único, intransferible, en soledad, se esté en la habitación más íntima o en una sala de cine. Se trata de la soledad del corredor de fondo y de nuestro cruce con «Él me escribió», en ese paso del tren Marker. Los mundos ante los cuales nos detenemos conforman nuestro sentimiento.