En el interior de una habitación desnuda de artificio alguno vemos a un grupo de hombres con rasgos orientales, la mayoría agrupados formando una circunferencia. Miran al centro de la misma, donde no hay nada, y ríen. El espectador se siente extraño, como fuera de lugar, incapaz de establecer contacto con este círculo cuasi cerrado, que con su actitud inmóvil y su risa sorda que parece crecer por momentos, da al que lo presencia una sensación cada vez mayor de impotencia y desasosiego; sensación ésta que se ve reforzada, sin duda, por la neutralidad y lo aséptico de la habitación.
Estos individuos son el elenco de “muñecos” (como los llama el propio artista) que conformaron la obra Plaza (Madrid) (1996), una instalación que el artista Juan Muñoz (1953-2001) expuso, entre otros, en el Palacio de Velázquez (MNCARS).
Una de las claves para entender la obra de Muñoz, de la cual Plaza es paradigmática, nos la da el propio autor: «Creo que en las obras de arte más logradas, las piezas existen sin ti. Siempre he tenido la sensación de que una pieza debe funcionar incluso cuando no haya nadie»[1].
En una entrevista en la que habla sobre el montaje de dicha exposición, James Lingwood nos cuenta que estuvieron varios días distribuyendo las piezas de esta instalación y cuando casi tenían la organización final, decidieron quitar la figura del centro del círculo. En palabras del propio Lingwood: “así que el grupo, el círculo, se reía de nada” [2]
Este detalle, junto con el de que las figuras tengan rostros chinos nos indican que la pieza parece hablar de si será posible la comunicación en una sociedad masificada, de la cual el gigante asiático es el paradigma por excelencia.
No es casual tampoco el que los personajes que nos presenta Muñoz tengan la misma cara: “aún más parecidos que hermanos, esos dobles o clones sugieren la existencia de fisuras y desplazamientos en el propio núcleo del individuo”.[3]
En las obras de Juan Muñoz las estatuas (como a el le gustaba denominarlas) se distribuyen “apropiándose literalmente del espacio expositivo, hasta el punto de que el público, una vez más, queda convertido en un extraño, un intruso” [4]
Lynne Cooke también habla sobre esta idea: “El críptico ensimismamiento de esas figuras que, totalmente ajenas a la presencia del observador, habitan un mundo aparte, parece inviolable”.[5]
Así, en esta obra, da Muñoz un sentido distinto al espacio vacío. El espectador no puede entrar literalmente en ese círculo con lo que queda excluido y se siente como un actor inmóvil, por seguir con la terminología de Muñoz. Según sus propias palabras: “Me gustaría que quien acude a una exposición (…) se comportara como lo haría un actor, un actor inmóvil”, a lo que añade: “el drama ocurre al margen de él”.[6]
[1] Juan Muñoz – James Lingwood “una conversación, septiembre 1996” En monólogos y diálogos monologues & dialogues. MNCARS. Madrid, 1996. p-.37
[2] James Lingwood. Entrevista en Juan Muñoz, poeta del espacio. Imprescindibles, RTVE. 2011
[3] Lynne Cooke. “Juan Muñoz: La palabra que crea el universo” en Permítaseme una imagen. MNCARS/TURNER. Madrid.2009 p-123
[4] Jan Avgikos : “Entre aquí y allá” en Permítaseme una imagen. MNCARS/TURNER. Madrid.2009 p-88
[5] Lynne Cooke. “Juan Muñoz: La palabra que crea el universo” en Permítaseme una imagen. MNCARS/TURNER. Madrid.2009 p-125
[6] Juan Muñoz. “Third Ear” En una conversación radiofónica con Adrian Searle. Reproducida en Permítaseme una imagen. MNCARS/TURNER. Madrid.2009 p-51