Según el Diccionario de la Real Academia Española, una «crisis» es, entre otras acepciones posibles, un «cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente», «una mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya sea de orden físico, ya históricos o espirituales»; o una «situación dificultosa o complicada». En el ámbito social, político y económico, podemos decir que una crisis es una situación complicada que, si se trata de forma adecuada, puede conducir a un mundo mejor. Una crisis es sistémica cuando afecta al organismo en su conjunto, en el último caso, al conjunto de la organización social.
En un artículo periodístico (El País, 6 de enero de 2010) titulado «Las tres crisis», el sociólogo francés, Alain Touraine indicaba que, según estudiosos de distintas ramas del saber, la crisis financiera que tuvo lugar en 2008 no era la única crisis que debía preocupar; señalaba una crisis ecológica y una crisis de derechos humanos, íntimamente relacionadas entre sí y todas mundiales, no locales. Tres crisis (financiera, ecológica y moral) consecuencia de un sistema obsesionado, entre otras cosas, por la no regulación y la competitividad.
Según Touraine, la crisis ecológica es cada vez más apremiante. En el artículo indicado afirma: «Hemos llegado a los límites de lo posible en nuestro modo de vida y nuestro método de gestión financiera. La suma de estos dos órdenes de problemas nos sitúa indiscutiblemente ante un peligro de catástrofe mayor. A esto hay que añadir una tercera crisis, la de la expresión política del descontento, las reivindicaciones y las denuncias. […] Frente a unas fuerzas económicas no humanas, la resistencia no puede venir de la defensa de intereses específicos; solo puede venir de la invocación de unos derechos universales que son pisoteados cuando los seres humanos mueren de hambre, privados de trabajo o de libertad para que los financieros puedan seguir aumentando sus beneficios».
Y añade: «En vez de soñar de manera irresponsable con una salida a la crisis, que suele definirse, demasiado alegremente, en función de la reanudación de los beneficios de los bancos, debemos tomar conciencia de la necesidad de renovar y transformar la vida política para que sea capaz de movilizar todas las energías posibles contra unas amenazas que son mortales […] Se trata de defender al conjunto de la humanidad».
A juicio de ese sociólogo, no es el actual sistema económico-social el que puede abordar el problema, pues sus instituciones «están apoyadas por legiones de intereses que se oponen a un cambio fundamental», sino la acción de mujeres y hombres que están vislumbrando las enormes posibilidades que tienen por el simple hecho de ser seres humanos y que por ello se sienten en la obligación de transformar el sistema económico transformando su modo de vivir. Es decir, solo los ciudadanos pueden hacer algo en favor de las generaciones futuras.
Sin duda, para hacer frente a estas tres crisis -que se refuerzan mutuamente- es necesario un cambio de mentalidad.
El 26 de febrero, Enrique Gil Calvo, profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, publicó (El País.26 de febrero de 2009) un artículo, «La isla de Pascua y el colapso global», en el que señala que el «continuo agravamiento» de la crisis sistémica que atraviesa el capitalismo neoliberal «exhibe fascinantes paralelos con la súbita extinción de la cultura de los moáis que tuvo lugar en la polinesia Isla de Pascua». Gil Calvo explica: «Me refiero claro está a esas célebres estatuas gigantescas cerca de 900 en total, que hoy admiran los turistas en un páramo perdido y casi desierto a miles de kilómetros de las costas vecinas. Pues bien, esos moáís fueron erigidos con fines ceremoniales por una floreciente civilización que se embarcó en un proceso de crecimiento acelerado cuyo cenit culminante se alcanzó en el siglo XVII de nuestra era, para precipitarse a partir de ahí (1680) en una vorágine de autodestrucción colectiva que acabó con la civilización de Pascua justo antes de la llegada de colonizadores europeos».
En ese artículo, Enrique Calvo señala el libro de Jared Diamon, Colapso (2005) y recuerda a la bióloga Rusell Hardin que en 1968 predijo el agotamiento de los ecosistemas a partir de un cierto umbral de explotación.
¿Cómo detener e invertir esta deriva autodestructiva? ¿Qué escenarios de salida cabe imaginar para esta continua escalada de la crisis global? Para este profesor la mejor solución, algo utópica según él, solo es posible mediante una fuerte movilización que conduzca a un cambio de mentalidad, algo que recuerda a lo que indicó Alain Touraine. Acción de mujeres y hombres que están vislumbrando las enormes posibilidades que tienen por el simple hecho de ser seres humanos y que por ello se sienten en la obligación de transformar el sistema económico transformando su modo de vivir.
Sin duda, no se trata de pronosticar el futuro, pero sí de prepararlo. Claudio Magris, uno de los grandes intelectuales de nuestro tiempo, escritor italiano, traductor y profesor en la Universidad de Trieste, en un ensayo que tituló Utopía y desencanto. Historias, esperanzas e ilusiones (Barcelona, Anagrama, 2004), escribió: «El mal radical, la radical insensatez con que se presenta el mundo, exige que lo escrutemos hasta el fondo, para poderlo afrontar con la esperanza de superarlo».
En la actualidad, solo la Organización de Naciones Unidas intenta hacer frente a esa crisis global mediante reuniones que, como la que tuvo lugar recientemente, buscaba que los gobiernos se comprometieran a actuar frente a la continua y cada vez más peligrosa elevación de la temperatura del planeta Tierra y, antes, la que tuvo lugar el 25 de septiembre de 2015 donde se aprobó el diseño de la Agenda 2030 relacionada con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Sin embargo, no hay que olvidar que solo los ciudadanos podemos hacer frente a la radical insensatez que presenta el mundo. Es nuestra responsabilidad empezar a cambiar de mentalidad.