Saltar al vacío no es algo fácil, aún sabiendo que tienes un arnés que te sujeta. El miedo y el entusiasmo suelen acompañar cualquier reto que una emprenda, ya sea saltar literalmente de un puente, irse a un país desconocido, embarcarse en una relación sexo-afectiva o ir a la La Mancha a ejercer por primera vez como profesora de filosofía.
Los retos son la materialización de deseos, pueden ser la encarnación de algo muy concreto y efímero, como desafiar a la gravedad, o una concatenación de ellos que dan como resultado un proceso permanente, llevar el feminismo a las aulas. En cualquier caso, esos deseos que se dejan ver a través del esbozo del reto conllevan estados mentales y afectivos.
En el discurso de su graduación, mis primerxs alumnxs de filosofía dijeron que yo les había enseñado algunas lecciones de vida. Me emocionaron. Ahora que sé el nuevo destino intento comprender cuáles han podido ser esas lecciones que valoraron. He llegado a dos conclusiones; la primera, los traté como a personas de derecho, es decir, los valoré en lo que son, piensan y sienten; la segunda, me expuse ante ellos, con mis miedos y fortalezas, es decir, les hablé de mis retos. Estas dos cuestiones permitieron que se acortara esa distancia jerárquica que hay entre profesorxs y alumnxs, jerarquía que a lxs amantes de la institución tanto les gusta.
Hoy voy a hablar de mi segunda conclusión, los retos.
Uno de mis últimos retos fue asumir que mi madre iba a morir mientras preparaba mis primeras oposiciones. No es que tuviera mucha elección, ella iba a morir y yo eso no lo podía cambiar. Lo que sí podía hacer era dejar de estudiar, pero no lo hice. Mi madre murió y yo aprobé, y dos meses después me mandaron a dar clase por primera vez. Un día hablando del dualismo antropológico de Platón les conté la historia. Creo que les impactó mucho. Pero claro, esto es un reto in extremis.
¿Cómo se articulan?
El reto se articula gracias a la claridad de un deseo fuerte, fundante, que guía el comportamiento de forma equilibrada y con un ritmo constante hacia la satisfacción del mismo. Esa claridad es una convicción, un estado mental pacífico que te susurra que todo está donde debe estar, que te mantiene en la dirección correcta. Esa claridad es una sensación de bienestar que hace que la experiencia del reto sea agradable, satisfactoria, aunque haya contratiempos y dificultades.
¿Cómo se experimentan?
La experiencia del reto puede pasar por muchas emociones y sensaciones. Miedo a lo desconocido, incertidumbre por falta de recursos, ansiedad ante la lejanía del producto final, inseguridad por la apertura a lo nuevo, frustración por las dificultades que van surgiendo, etc. Pero no son esos estados los que nos permiten mantener nuestras acciones encaminadas en el reto, sino otros; el entusiasmo por el mero intentar algo que queremos, la felicidad al reconocernos en algo que es parte de nosotrxs mismxs, la serenidad de la autoconciencia, el orgullo de sabernos valientes, la alegría del esfuerzo y la posibilidad del éxito.
¿Hay retos fallidos?
Lxs alumnxs también me han dado lecciones a mí. En mi entusiasmo del primer año, les propuse participar en las Olimpiadas de Filosofía y, para mi sorpresa, la alumna más invisible fue la única que dijo que sí. Trabajamos codo con codo durante meses, haciendo filosofía juntas. Los retos nos regalan cosas increíbles. Quedó la segunda a nivel regional pero hubo un efecto colateral de mi entusiasmo de novata, la modalidad de disertación filosófica estaba restringida a lxs alumnxs de bachiller, y ella era de 4º ESO.
Los organizadores me dijeron «tararí que te vi» cuando quise convencerlos para que la dejaran participar. Yo estaba frustrada, enfadada y avergonzada. Y ella, con toda su frescura, me dijo que no le importaba, que era feliz porque había participado, que estaba entusiasmada porque había descubierto la filosofía y le apasionaba, que había aprendido mucho y que estaba agradecida. Esto sí es una lección de vida de una niña de 15 años a una tiarraca de 32.
Los retos, si los asumimos, no son fallidos. Lo único que es un fallo es no correrlos. No importa que no consumemos el producto final, esa no es la grandeza de los retos.
Su esplendor es el proceso por el que se desarrollan, el recorrido por el que nosotrxs nos vamos transformando, por el que consolidamos nuestra identidad, por el que nos sentimos agentes de nuestra vida, constructorxs de nuestra felicidad. Somos seres orgánicos afectados por las acciones que se llevan a cabo, tanto en el medio externo en el que residimos, como en el interno que habitamos pero, no somos víctimas de un destino, tenemos capacidad para actuar en beneficio propio y también de los demás.
Cuando conocí a la madre de mi alumna, lo entendí. Su madre, como lo fue la mía, es agradable, cariñosa y anima a su hija a explorarse, a curiosear, a probar. No la empuja, sino que la sostiene. Valida la frustración y la dificultad que su hija siente, pero sin que se regocije en ello. La ayuda si lo pide, le dice que es capaz, que se esfuerce tanto como quiera y pueda, le dice que los errores no son incorrectos, que es valiente y suficiente así como es. La madre de mi alumna, como lo fue la mía, es feminista sin saber que lo es.
El feminismo postula que todos los sujetos son sujetos de derecho en igualdad de condiciones. El feminismo da esta seguridad, esta lección, sabernos sujetos de derecho capaces de hacer y de merecer lo que deseamos. Y es sabiendo ésto como nos aventuramos a asumir retos.
¿Asumen los hombres más retos que las mujeres?
Durante todo el curso he visto tanto a chicas como chicos que asumían retos personales y cómo los experimentaban. Mis alumnas han acudido a mí en numerosas ocasiones con niveles altos de estrés y frustración, mientras que los chicos no. ¿Se autoexigen más que los chicos? ¿Les exigimos más que a los chicos? ¿Les importa su autoimagen más que a ellos? ¿Se les pone más difícil a ellas? ¿Les cuesta más a los chicos expresar cómo se sienten? ¿Se les permite a los chicos mostrar cómo se sienten? ¿Presto más atención a las chicas? ¿Seré una figura amable sólo para ellas? Muchas dudas tras este año piloto, mucho sobre lo que pensar.
Si hablamos de asumir retos públicos como la participación, el liderazgo, los cargos, etc., las chicas en general parecen sentirse incapaces, inseguras, insuficientes, se mueren de vergüenza… mientras que los chicos lo disfrutan, les parece natural, dan por hecho que lo van a hacer bien, no les daña la autoestima si se equivocan. Una conclusión (¿precipitada?) es que los roles de género todavía operan con fiereza en la segregación social.
¿Se puede enseñar-aprender a vivir retos?
¿Cómo paliar esto? ¿Qué se puede hacer? ¿Cómo contribuyo yo desde mi posición privilegiada a acabar con esto? Asumiendo retos, mostrándolos y tratando de centrar la atención no tanto en el producto final, sino en el proceso. Siendo feminista y haciendo feminismo en clase, hablando no sólo de filosofía sino también de lo que les importa, rompiendo las jerarquías que nos alejan de ellxs. Dicen que los humanos aprendemos por imitación, ¡pues seamos aquello que queremos que imiten! Asumamos el feminismo, tratemos de mostrar aquello que tanto deseamos, mujeres en los espacios públicos, que disfrutan de lo que hacen, que se equivocan y les parece bien, que se ríen de los estereotipos en vez de lamentarse por no ser perfectas, mujeres que son capaces de asumir retos, que se saben merecedoras de todo lo que desean, sujetos de derecho en igualdad de condiciones.
Siempre pensé que sería ese tipo de profa seria y rigurosa. ¡Ja! Nada que ver. Explicar el concepto de voluntad en Kant con un ejemplo sobre apretones y cagar, es lo mejor que he hecho en mi vida. Nunca antes pensé que la filosofía fuera tan divertida. El feminismo lo ha hecho posible, me ha quitado el miedo al ridículo, al fracaso, al error, al juicio del otro.
Hola Cristina, mirando la sección de Educación de la revista me ha llamado la atención tu artículo, yo soy profesor ya hace muchos años, décadas de hecho. Como veo que se pueden hacer comentarios, y mi deformación profesional siempre me motiva a completar, matizar, corregir, etc etc lo que leo, me he decidido a comentar.
Vinculas reto a deseo («Los retos son la materialización de deseos…») y eso me ha sorprendido, pues evidentemente hay retos no deseados, de hecho creo que son los habituales: la vida te plantea constantemente retos así, incluso se podría decir que la vida es un reto no deseado, pues nadie te pregunta antes de nacer si quieres hacerlo, vienes y te lo encuentras, y ya sabemos que a veces los retos de la vida son realmente duros, Si nos quedamos en las aulas, es lo mismo: frecuentemente planteamos actividades que son auténticos retos para el alumnado (inciso: la palabra «alumnado» no hace referencia a ningun género y es correcta según la RAE, en cambio usar la «x» para no discriminar no lo es) y no son retos «deseados» por ellos que más bien desearian el aprobado general, ni por mi tampoco, no los deseo, simplemente los elijo confiando en su valor pedagógico; cierto es que se intenta que los retos sean motivadores, incluso divertidos, pues así su valor pedagógico aumenta, pero es un intento que casi nunca se cumple al 100%, pero sea como sea, todo el alumnado debe superar el reto propuesto, tanto si se desea como si no.
Así pues, creo que te has enfocado en un tipo de reto, el que se escoje libremente, y que probablemente estés impulsado por un deseo personal, pero en modo alguno ese tipo abarca todos los retos de la vida, ni de las aulas,
Saludos.