En alguna colaboración anterior creo haber empleado esa expresión iniciada la guerra de Ucrania y ahora he considerado oportuno ampliar lo que entonces dije. En primer lugar, conviene recordar que la especie humana, junto con otras muchas otras especies animales y vegetales, habitan el planeta Tierra. El planeta Tierra es nuestro mundo y nosotros sus ciudadanos.
Así lo entienden muchas personas. Adela Cortina, catedrática de Ética de la Universidad de Valencia, es autora de un libro titulado «Ciudadanos del mundo». Albert Einstein, y Bertrand Russel hasta Jesús Monsterin y Marta Nustam consideran que ya es hora de diseñar una alternativa cosmopolita adecuada a las nuevas y futuras circunstancias que garanticen la paz mundial.
Seneca dijo «No he nacido para un solo rincón, sino para el mundo». Mientras Thomas Paine, un político estadounidense del SXVIII, afirmaba: «Mi patria es el mundo, mi familia la Humanidad».
La especie humana a diferencia de cualquier otra especie animal o vegetal experimenta un proceso de humanización, por el cual cada vez es más humana. Eudald Carbonel, una autoridad en el ámbito de la arqueología y paleontología, hablaba de «conciencia de especie», tema que repitió en múltiples conferencias. A los niños se debe explicar las características de la especie humana: la única especie capaz de pensar y ser cada vez más humana.
Multitud de experimentos han puesto de manifiesto que el ser humano es empático, social y solidario; algo que nunca ha aceptado el sistema económico-social. Pienso que fue ese sistema el que introdujo el concepto de nación tal como tenemos ahora. Naciones que luchan para ser cada vez más ricas.
Los «ciudadanos del mundo» piensan en grupos cada uno con una lengua, religión y color que solo aspiran a ser cada vez más humanos (proceso de humanización) y ayudarse los unos a los otros. Como especie capaz de pensar y dotada de empatía somos responsables de intervenir cuando algunos se comporten de forma inadecuada, es decir como no pertenecientes a la especie humana.
En cuanto a la responsabilidad recuerdo que en 1993, cuando abrió sus puertas el Museo Internacional del Holocausto en Estados Unidos, el escritor y premio Nobel de la Paz Elie Wiesel, afirmó que aquel museo era una institución sobre la responsabilidad moral y la responsabilidad política. Según distintos observadores, Wiesel no se refería a la responsabilidad de los culpables concretos del desastre, sino de la ciudadanía ante el desastre.
O dicho de otro modo a los ciudadanos, algo que, con anterioridad, había expuesto el eminente psiquiatra y filósofo alemán Karl Jasper en la Universidad de Heildelberg durante los cursos de enero y febrero del semestre de invierno de 1945-1946 y que se ha recogido en un texto titulado «El problema de la culpa» (1998),
Karl Jasper tuvo el inmenso valor de preguntarse en voz alta lo que casi todo el mundo mascullaba para dentro: ¿Eran todo los alemanes culpables de las atrocidades del régimen nazi? Es lógico pensar que el régimen de Hitler no podría haber funcionado con la voluntad de un individuo solo: la mayoría de la población debió colaborar con él, unas veces de forma activa y otras de forma pasiva.
Según el eminente psiquiatra y filósofo alemán: «Hay una solidaridad entre hombres que cada uno es responsable de todo el agravio y toda la injusticia del mundo, especialmente de los crímenes que suceden en su presencia y con su conocimiento. Si no hago lo que puedo para impedirlo, soy también culpable. Todos los ciudadanos tenemos la responsabilidad de no precipitarnos como sonámbulos en una catástrofe evitable cuyas consecuencias pagarían nuestros hijos».
Todas estas consideraciones están relacionadas con lo que ahora está teniendo lugar en Ucrania. Somos responsables de que nuestros gobiernos apoyen a uno de los dos contenientes y no digan fuerte y claro NO A LA GUERRA. Existen muchas formas de detener a Rusia.