En este cerro jamás existieron pinos, todo era retama baja, gobanitas y pelico del señor que nada más ser arrancado, pasaba de esbelto a mustio en un mínimo de segundo. Un entorno rural al margen de lo urbano.
Hoy en día, la cochinilla blanquea adosada a sus chumberas, ¿de dónde vinieron? ¿en qué momento cobró fuerza la planta invasora?
Las raíces de los pinos han sepultado sus cuevas, trepan enmarañadas por las paredes y los peldaños azules de su escalera.
Un jardín panteísta se divisaba desde la puerta; podría ser un suelo fértil, sin embargo, está abonado con sedimentos de cristales, plásticos, gomas y arcilla rota de macetas.
El templo de mi niñez, bautizó con nombre propio algunas de sus piedras.
El viejo calderón de agua en forma de pecera y aquellas icónicas cunicas en las que disfrutábamos con las muñecas.
Lo sublime y lo bello, casi siempre, pertenecen al pasado.
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