Tengo los ojos cerrados en esta habitación llena de extraños. El mundo exterior me llega solo a través de esa voz y de sus órdenes dulces.
Cierra los ojos, estira la columna, respira. Respira. Respira.
Unas manos tocan mis hombros. Son ligeras y firmes. Esperan un poco y se retiran. Ahora rodean mi cabeza. Siento mis pensamientos ahí dentro, encerrados. Escucho la voz en algún lugar de la sala. La sala. Con los ojos cerrados, no puedo ver los otros cuerpos, pero siento el aire que nos separa. Ahora no somos cuerpos, sino espacios sin aire, sin distancia. La voz me atraviesa como pequeñas espinas dulces. Escucho, respiro, estoy. Las manos me dan la consciencia. Y entonces, pierdo el equilibrio, tengo que abrir los ojos y sentarme. Ahora puedo ver los otros cuerpos a mi alrededor y comprendo que siempre había sido cuerpo.
Mi primer encuentro con Christine Quoiraud fue en una pequeña habitación enmoquetada de Estrasburgo. Nada más entrar en la sala, nos hizo descalzarnos y extendió un puñado de hojas secas por el suelo. Estábamos allí para profundizar en las problemáticas de la migración y en ese momento pocos sabíamos qué nos tenía preparado aquella atípica bailarina francesa.
A lo largo de cuatro días, seguimos sus sugerencias sin muchas preguntas: caminamos con los ojos vendados, nos tocamos con las palmas de las manos, repetimos movimientos a velocidades imposibles, atravesamos la frontera con Alemania una treintena de veces y nos tumbamos en el suelo dejando que el aire helado nos congelara las mejillas.
Las preguntas que no hacíamos se iban respondiendo con la experiencia. Si al atravesar la frontera pensábamos en las olas de refugiados, estas se convertían en un problema intelectual. Pero si nos centrábamos en sentir nuestros cuerpos, la misma idea surgía desde el inconsciente transformada en sensaciones y estados mentales.
Un mes después de estas vivencias, no he podido dejar de preguntarme quién es Christine Quoiraud. Tras haber rebuscado entre artículos y textos en francés, me he puesto en contacto con ella para que nos ayude a hacer de Amanece Metrópolis una ventanita en español a su trayectoria.
Christine Quoiraud nació en 1955 en Francia, donde inició sus estudios en una academia de danza. Sin embargo, con apenas veinte años, abandonó los estudios y su trabajo para dedicarse por completo a la búsqueda de nuevos estados entre cuerpo y mente.
En 1985, se mudó a una granja a las afueras de Tokio donde el bailarín Min Tanaka desarrollaba nuevos espectáculos y continuaba sus investigaciones sobre el body weather (meteorología del cuerpo). Los ejercicios que allí se realizaban son conocidos por llevar al límite la resistencia del cuerpo y de la mente, llegando a pasar días enteros paralizados bajo la lluvia y sin comida.
Cuando Christine Quoiraud volvió a Francia, el encuentro con la realidad supuso un duro golpe; añoraba la intensidad de los días en Japón. Así fue cómo comenzó a caminar.
La joven artista recorría los caminos a menudo sin un destino claro, viviendo de lo que ganaba actuando en la calle con un espejo de teatro enrollable y dando forma a su proyecto Corps/Paysage (Cuerpo/Paisaje). Christine Quoiraud caminaba siempre con un cuaderno en la mano, en el que escribía sin detenerse o en el que dejaba los trazos que generaba el vaivén de su cuerpo al andar. «Creo que, en realidad, mi medio es la poesía», nos dice.
Poco a poco, otras personas se fueron uniendo a sus distintos recorridos y ella misma comenzó a organizar performances a lo largo de toda Europa en las que exploraba los puntos de encuentro entre el acto de andar y la danza. En 1999, recibió una beca por su proyecto «Marche et Danse» (Caminar y Danza) y dedicó los siguientes años a recorrer el mundo ampliando su investigación.
Al mismo tiempo, fue complementando su formación con distintas técnicas somáticas, basadas en la sensibilidad corporal para alcanzar cierto estado de salud mental, y un título en sofrología. Entre 2004 y 2007, fue destinada a la embajada de Francia en Marruecos para formar a profesores de escuelas primarias, niños desfavorecidos y estudiantes universitarios. En sus talleres, se apoyaba en la metodología Freinet: «se comienza con lo que se tiene, el cuerpo y el espacio».
Debido a su importante trayectoria, la mayor parte de la documentación gráfica y sonora de su trabajo se encuentra desde hace algunos años en el Centre National de la Danse de Francia.
Hace algunos años, diversos motivos la obligaron a sedentarizarse y desde entonces vive en la casita francesa donde nos recibe, en la que los libros cubren las paredes y el suelo. Nos cuenta que en la actualidad participa periódicamente en un proyecto con refugiados políticos, a los que lleva a caminar-bailar con sus técnicas fuera de lo común junto con ciudadanos locales, una experiencia única en la que la carencia de una lengua común no es un problema. Estos encuentros, que concluirán con un espectáculo en el mes de junio, forman parte del proyecto «L’hospitalité en actionS».
Cuando le pregunto por los proyectos a venir, evoca el ejercicio con el que comenzaba este artículo y me explica que lleva tiempo investigando sobre el tocar desde el punto de vista de las técnicas somáticas, del body weather y de la performance. Además de sus numerosas vivencias y estudios, desde 2010 ha recopilado traducciones a distintos idiomas de vocabulario vinculado a este acto tan universal, pero tan distinto en cada cultura y persona. Esta obra formará parte en forma de pista de audio del evento «Voz Láctea», que tendrá lugar en México durante el mes de mayo y que gira en torno al poder de la lengua materna y, en general, la mujer, en una sociedad como la Tarahumara.
A partir de aquí, solo nos queda esperar volver a verla por España, país en el que ya ha realizado distintas experiencias centradas en el Camino de Santiago y que ofrece una aproximación muy distinta al acto de tocar que la cultura francesa. Quién sabe, quizás la encontremos un día atravesando alguna plaza a la velocidad de un milímetro al segundo.