Un informe reciente del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) indica que nos encaminamos a un aumento de tres, posiblemente cuatro, grados y que tenemos tan solo 12 años para realizar reducciones drásticas. Sin embargo, las compañías de combustibles fósiles siguen operando con toda normalidad e impunidad. A las grandes empresas solo les interesa beneficiar a sus accionistas.
Si las compañías de combustibles no hacen nada ¿Qué hacen o pueden hacer los gobiernos o qué hace y puede hacer la sociedad civil?
El 16 de julio d 2017, en El País se publicó un artículo «Contra la impunidad de lo ecocidios» que empezaba comentando la lucha de un fiscal ecuatoriano para que se castigaran los vertidos de Texaco (ahora parte de la estadounidense Chevron) en la amazonia ecuatoriana entre 1964 y 1992. Más 500.000 hectáreas y la salud de miles de personas se vieron afectadas por los vertidos continuados de residuos durante las actividades extractivas. Después de una larga lucha en los tribunales, en 2003, un tribunal en Ecuador condenó a Chevron a pagar 9.500 millones de dólares. Pero nunca se consiguió que los pagase.
Después de citar otro ejemplo análogo, el autor del artículo indica que el exjuez de la Audiencia Nacional, (Baltasar Garzón), a través de la Fundación Internacional Baltasar Garzón, impulsa los llamados Principios de Madrid-Buenos Aires de Jurisdicción Universal, que persiguen que se incluyan los crímenes medioambientales en el Estatuto de Roma, con el que se creó la Corte Penal Internacional. Los crímenes medioambientales y su persecución han centrado uno de los cursos de verano organizados por la Fundación Internacional Baltasar Garzón y la Universidad de Jaén, celebrados en el municipio jiennense de Torres.
La abogada escocesa Polly Higgins prefiere hablar de «ecocidios», término utilizado por el biólogo estadounidense Arthur Galston que formó parte del equipo de expertos cuyo trabajo desembocó en la creación del Agente Naranja, el gas tóxico empleado por el ejército estadounidense en la guerra de Vietnam. Al tomar conciencia de lo que había hecho, el científico comenzó una intensa campaña para impulsar un acuerdo internacional que prohibiese un «ecocidio» como el infligido al país asiático, cuya selva había sido arrasada.
Polly Higgins, una de las letradas ambientalistas internacionales más reconocidas, recuerda que, en 1996, cuando se estaba discutiendo la redacción del Estatuto de Roma, los borradores incluyeron un apartado sobre crímenes medioambientales. «Pero se eliminó del Estatuto de Roma y se cerraron las puertas», apunta Higgins, que achaca su desaparición a «las presiones» de varias potencias —como EE UU, Reino Unido y Francia— y de grandes corporaciones multinacionales dedicadas a la agricultura, la energía nuclear y los combustibles fósiles. «Nos toca ahora incluir aquello que se perdió en el Estatuto de Roma», propone esta abogada.
A pesar de esta mala experiencia, esta abogada cree que la solución al actual «ecocidio» (cambio climático), practicado por las compañías de carburantes fósiles, reside en incluirlo en el Estatuto de Roma, es decir, considerarlo legalmente como un crimen contra la humanidad.
Desde mi punto de vista, sería oportuna la inclusión del «ecocidio» en el Estatuto de Roma, pero no suficiente y posiblemente imposible, dadas las características del vigente sistema económico-social: el poder que tienen las grandes empresas multinacionales.
Cayetano López, que fue rector de la Universidad Autónoma de Madrid en un artículo que lleva por título «Un cambio que afecta a todos», (El País, 20 de marzo de 2019), escribe que «la lucha contra el calentamiento global requiere que tanto las empresas como las personas modifiquen su comportamiento». No basta con criminalizar el comportamiento de las empresas, también las personas son responsables de lo que está sucediendo.
Hay que tener en cuenta que el cambio climático es un fenómeno global, cuyos efectos alcanzan a todos, hayan o no contribuido a él y, además, no hay correlación entre conductas y efectos. El profesor Cayetano López en el artículo indicado, explica que «si un país prefiere no hacer nada ni incomodar a nadie, se beneficiará de todas formas, de los esfuerzos hechos por los demás. Por el contrario, si decide tomar las medidas adecuadas, sufrirá los rigores del cambio (climático) si el resto no hace un esfuerzo similar. Cada cual espera que los otros actúen». Y, añade: «Para hacer frente a este fenómeno (cambio climático) haría falta una especie de Gobierno mundial como el evocado por Bertrand Russell y otros pensadores del pasado reciente». «Pero –continua- este profesor- las grandes decisiones políticas se siguen tomado hoy por los Gobiernos nacionales, y no parece que la cosa vaya a cambiar».
Sin embargo, hay algo fundamental en el ser humano: su poder creativo, su empatía y su solidaridad. Características que, desde un principio, han intentado neutralizar las élites del presente económico-social.
Nunca se ha explicado que los combustibles fósiles son un recurso natural no renovable y que, en algún momento, no estarían a nuestra disposición. Se denomina cénit de petróleo al momento en el cual se alcanza la tasa máxima de extracción de petróleo global y tras el cual la tasa de producción entra en un declive terminal. La Agencia Internacional de la Energía (AIE), según Wikipedia, hizo público, en noviembre de 2010, un informe en el que afirmaba que la producción de petróleo crudo llegó a su pico máximo en 2006. Las predicciones pesimistas del futuro, apoyadas por el informe citado sobre la producción de petróleo, mantienen la tesis de que el pico ya ha sido alcanzado, o bien estamos en la cúspide del pico o que ocurrirá dentro de poco. Aunque algunos gobiernos están permitiendo que se extraiga combustibles fósiles después de que, en ese yacimiento, se ha llegado al cenit, no tendremos más remedio que diseñar un mundo sin esos recursos, incluso aunque los gases procedentes de su combustión no fueran tan dañinos como lo son. Porque esos gases son los culpables del cambio climático, la transición de un mundo con combustibles fósiles a otro sin combustibles fósiles, la debemos realizar lo antes posible: somos responsables de dejar a las generaciones futuras un mundo donde sea posible la vida del ser humano.
Ernesto Sábato, escritor, físico y pintor argentino escribió: “Estamos indudablemente frente a la más grave encrucijada de la historia: ya no se puede avanzar más por el mismo camino”. (María Novo, 2006:3).
El líder ecologista y exministro francés, Nicolas Hulot, en una entrevista publicada en El País del 14 de abril de 2019, a la pregunta de si los políticos se toman en serio el problema del cambio climático, contesta: «La respuesta no es ni sí ni no. Saben que es un peligro real, porque la ciencia lo diagnosticó y porque la realidad nos lo demuestra diariamente, pero de algún modo esperan que la tecnología encuentren la solución y que la ciencia se haya equivocado. La situación es muy compleja. ¿Con qué modelo económico se sustituye el existente? Para la mayoría de los políticos el crecimiento es una especie de medicamento y desgraciadamente el crecimiento ha originado todos los desórdenes ecológicos. También hay que tener la humildad de reconocer que no resulta evidente crear un modelo que cree riqueza sin agotar los recursos. Es importante recalcar que no estamos en un análisis simplista, sino en una encrucijada de complejidades. Tenemos que combinar el llegar a final del mes con el fin del mundo».
El ambientalista Rob Hopkins, docente de una escuela de adultos en la Universidad de Kinsale (Irlanda) en 2005, abordó, junto con sus alumnos, el problema de cómo la sociedad podía funcionar sin necesidad de petróleo. De ese trabajo surgieron las llamadas “comunidades (pueblos o ciudades) de transición”.
El objetivo principal del proyecto de las comunidades de transición es animar a crear un modo de vida sin petróleo (combustibles fósiles). Se anima a las comunidades a buscar métodos de bajo consumo de energía, así como aumentar su propia autosuficiencia. Uno de los lemas del proyecto es «Alimentos a pie, no alimentos a millas». De aquí la creación de huertos comunitarios. Una comunidad de transición no es una comuna, ya que cada uno tiene su trabajo y sus bienes, pero sí que es un pacto de cooperación en el que cada uno está dispuesto a ayudar a su vecino cuando tenga algún problema, con la seguridad que los demás harán lo mismo el día que los problemas tengan su propia cara. Su modo de hacer está muy relacionado con la economía colaborativa: empresas de intercambio de residuos, reparación y reciclaje de objetos antiguos en lugar de tirarlos a la basura, etc.
Una faceta importante de las «comunidades de transición» es la sustitución del verbo «competir» por los de «colaborar» y «compartir». Aunque el objetivo inicial fue diseñar una forma de vida sin petróleo, ahora es crear un mundo mejor para nosotros y nuestros descendientes: poner de manifiesto la posibilidad de una vida más alegre y satisfactoria que la actual cambiando nuestra mentalidad, rechazando el modo de vida eslavo que conduce la cultura del consumo construida por el actual sistema económico-social, obsesionado por un crecimiento económico ilimitado, sin tener en cuenta las características del planeta Tierra en que vivimos. En este sentido, un modo de vida semejante al que propugnan los decrecentistas: vivir mejor con menos.
El concepto se ha difundido rápidamente. Es muy difícil saber cuántas ciudades y pueblos han suscrito un plan de comunidad de transición. Parece que en septiembre de 2008 ya eran cientos los pueblos y ciudades reconocidos oficialmente como comunidades de transición en Reino Unido, Irlanda, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Italia e, incluso, en Chile. Barrios de grandes ciudades han empezado a organizarse como comunidades de transición. En España, este movimiento es todavía incipiente, sin embargo, últimamente parece estar cogiendo mucha fuerza, junto con la economía colaborativa.
Si bien el enfoque y los objetivos siguen siendo los mismos, los método utilizados para lograrlo esos objetivos varían. Por ejemplo en algunas partes se ha introducido una moneda local.
Existen bastantes páginas web creadas para hacer fácil la creación de comunidades de transición, ayudar a insertarse en redes y/o intercambiar proyectos, ideas y actividades. Los mercados y los gobiernos, por sí solos, no desarrollarán las tecnologías que precisamos para el siglo XXI.
Antonio Turiel, científico de CSIC, ha comentado, en uno de sus post publicados en crashhoil.bógspot.com, que, en 2010, el Gobierno organizó un encuentro con la industria para discutir sobre el riesgo de que el cénit de producción de petróleo pueda llegar en los próximos años y que a dicho encuentro fueron invitados dos miembros de la Red de Ciudades de Transición.
¿Son o no las «comunidades de transición» una entelequia? ¿Podrán durar mucho tiempo?
En el periódico El País del 6 de enero de 2010, se publicó un trabajo de Alain Touraine, sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París, titulado “Las tres crisis” en el que indicaba que la recién crisis financiera no era la única que nos debía preocupar; señalaba una crisis ecológica y una crisis de los derechos humanos, todas íntimamente relacionadas entre sí y todas mundiales, no locales. A juicio de ese autor, no es el actual sistema económico- social el que podía abordar el problema, pues sus instituciones “están apoyadas por legiones de intereses que se oponen a un cambio fundamental”, sino la acción de mujeres y hombres que están vislumbrando las enormes posibilidades que tienen por el simple hecho de ser seres humanos y que, por ello, se sienten en la obligación de transformar el sistema económico transformando su modo de vivir. Durante los primeros años después de la crisis financiera, hombres y mujeres quedaron en estado de shock, economía del miedo, como dice Joaquín Estefanía.
No es Alaine Touraine el único sociólogo que ha mencionado tres crisis. Enrique Gil Calvo, sociólogo y profesor en la Universidad Complutense de Madrid es autor de un artículo, «Performance» (El País, 8 de agosto de 2012) en el que mencionaba tres crisis -financiera, ecológica y moral- consecuencia de un sistema obsesionado, entre otras cosas, por la no regulación y la competitividad. Según este profesor, la mejor solución, para él, en ese momento algo utópico, sería dar a luz a un nuevo modelo de sociedad.
Para comprender las características del nuevo tipo de sociedad que está surgiendo, se debe recordar que para los fundamentalistas del libre mercado el comportamiento del ser humano responde a un previo cálculo de costes/beneficios. Teoría de la elección racional. En palabras de Jesús Conill Sancho, profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Valencia, en Ética para la sociedad (Valladolid, secretariado de Publicaciones e Intercambio Cultural, 2003:97), «Esta concepción se basa en la premisa de que los seres humanos son egoístas, naturalmente interesados en sí mismos […] y que no cooperarán con los demás sino en tanto tengan expectativas de un beneficio propio, o se vean obligado a ello por una fuerza externa».
Sin embargo, la teoría de la elección racional no ha sido avalada por ninguna de las investigaciones en Psicología y Neurociencia. Experimentos realizados en 1996 han puesto de manifiesto la existencia en nuestro cerebro –y en el de otros animales- de las que se han dado en llamar «neuronas espejo». Estas neuronas ponen de manifiesto que los seres humanos somos empáticos por naturaleza. En su libro La civilización empática. La carrera hacia una conciencia global en un mundo en crisis Jeremy Rifkin indica que «la conciencia creciente de que somos una especie esencialmente empática tiene consecuencias transcendentales para la sociedad». «El hombre llegará a ser mejor si se la muestra como realmente es” (psicolingüista de la Universidad de Harvard).
En conclusión, las comunidades de transición son consecuencia de que cada vez más ciudadanos han tomado conciencia de que pertenecen a la especie humana y, como tales, se sienten responsables del bienestar de las generaciones futuras.